Un golpe sonó, y se peinó rápidamente con los dedos, no atreviéndose a lanzarse otra mirada en el espejo.
Dallie se apoyó contra el marco de puerta, llevando una cazadora azul celeste bordada, y unos vaqueros gastados con un agujero deshilachado en una rodilla. Tenía el pelo húmedo y rizado arriba en las puntas. Era un color desteñido, pensó de forma despreciativa, no verdaderamente rubio. Y necesitaba un corte realmente bueno. Necesitaba también un guardarropa nuevo.
Los hombros le tiraban en las costuras de la cazadora; y sus vaqueros habrían deshonrado a un mendigo de Calcuta.
Era inútil. Por mucho que claramente ella viera sus desperfectos, por más que necesitara reducirlo a lo ordinario ante sus propios ojos, era todavía el hombre más imposiblemente magnífico que había visto jamás.
El puso una mano contra el marco de puerta y miró hacia abajo, a ella.
– Francie, desde ayer, he estado tratando de hacerte ver de muchas maneras que no estoy interesado en escuchar tu historia, y como no quiero seguir con este infierno de problema que tengo de no poder deshacerme de tí, cuentámela ahora -tras decir eso, entró en el cuarto, se sentó en una silla y puso las botas al borde de la mesa-. Me debes por los desperfectos doscientos machos cabríos.
– Doscientos…
– Hiciste un buen trabajo en esa habitación anoche, se recostó en la silla hasta que sólo las patas traseras estaban en el suelo-. Una televisión, dos lámparas, unos cuantos cráters en el Pladur, un cristal de un cuadro de cinco por cuatro. La suma total ascendía a quinientos sesenta dólares, y eso era porque prometí al director que jugaría dieciocho hoyos con él la próxima vez que viniera por aquí. Sólo parecía haber trescientos en tu cartera…y puse yo el resto para cubrirlo.
– ¿Mi cartera? -casi rompió las asas del neceser al abrirlo-. ¡Miraste en mi cartera! ¿Cómo pudiste hacer algo así? Esa es mi propiedad. Nunca debiste hacerlo…
Cuando sacó la cartera, las palmas de sus manos estaba tan húmedas como sus vaqueros. La abrió y miró dentro. Cuándo finalmente pudo hablar, su voz era apenas un murmullo.
– Está vacía. Has cogido todo mi dinero.
– Cuentas que hay que pagar demasiado rápido a menos que quieras vértelas en un calabozo de un cuartel local.
Ella se dobló sobre si misma sentada en el borde de la cama, su sentido de la pérdida la agobiaba tanto que su cuerpo parecía entumecerse.
Había tocado fondo. Justo en este instante. Había perdido todo…cosméticos, las ropas, lo último de su dinero. No le quedaba nada. El desastre que había estado fraguándose desde la muerte de Chloe finalmente lo tenía frente a frente.
Dallie cogió un bolígrafo del motel que estaba encima de la mesa.
– Francie, yo no quería fisgar, pero pude advertir que no tenías tarjetas de crédito metidas en esa cartera tuya…ni ningún billete de avión. Ahora, quiero oír que me dices rápidamente que tienes ese billete de vuelta a Londres guardado en algún lugar dentro de Sr.Vee-tawn, y que Sr. Vee-tawn está guardado en una de esas veinte taquillas de cinco centavos en el aeropuerto.
Ella se abrazó el pecho y miró fijamente la pared.
– No se que voy a hacer -dijo con tono desanimado.
– Eres una persona adulta, y más te vale que pienses algo rápido.
– Necesito ayuda -giró hacía él, implorando para hacerle entender-. No puedo manejar esto por mi misma.
Las patas delanteras de su silla golpearon al suelo.
– ¡Ah, no, me parece que no! Este es tu problema, lady, y no trates de convencerme -su voz sonó dura y áspera, no como el Dallie que se reía cuando la recogió a un lado de la carretera, o del caballero de brillante armadura que la rescató de cierta muerte en el Blue Choctaw.
– Si no quieres ayudarme -gritó ella -no deberías haberte ofrecido a llevarme. Me podías haber dejado tirada, como todos los demás.
– Quizá mejor deberias empezar a pensar por que todos te dan de lado.
– ¿La culpa no es mía, no lo ves? Son las circunstancias -comenzó a contarle su vida, empezando con la muerte de Chloe, hablando a borbotones para decirte todo antes que decidiera marcharse.
Le contó cómo había vendido todo para pagar su billete, sólo para darse cuenta que incluso si ella tuviera un billete, no podría volver posiblemente a Londres sin dinero, sin ropas, con las noticias de su humillación en esa terrible película de boca en boca y siendo el hazmerreir de todos.
Le dijo que tenía que permanecer en Estados Unidos, donde nadie la conocía, hasta que Nicky volviera de su sórdida aventura con la matemática rubia y tuviera una oportunidad para hablar con él.
– Y por eso fuí a buscarte al Blue Choctaw. ¿Acaso no lo ves? No puedo volver a Londres hasta que sepa que Nicky estará en el aeropuerto esperándome.
– ¿No me dijiste que era tu novio?
– Y lo es.
– ¿Entonces por qué tiene él una aventura con una matemática rubia?
– Estámos enfadados.
– Jesús, Francie…
Ella se apresuró a arrodillarse al lado de su silla y miró hacia arriba con el corazón en sus ojos.
– La culpa no es mía, Dallie. De verdad. La última vez que lo vi, tuvimos una espantosa riña simplemente porque rechacé su propuesta de matrimonio -una gran alarma vino sobre la cara de Dallie y ella se dio cuenta de que había interpretado mal lo que ella había dicho-. ¡ No, no es lo que piensas! ¡El se casará conmigo! Nosotros nos hemos peleado centenares de veces y siempre me lo propone otra vez. Es apenas un asunto de hablar con él por teléfono y decirle que lo perdono.
Dallie sacudió la cabeza.
– Pobre hijo de puta.
Ella trató de fulminarle con la mirada, pero sus ojos estaban demasiado confusos, así que se puso de pie y le dió la espalda, luchando por controlarse.
– Lo que necesito, Dallie, es alguna forma de aguantar aquí unas pocas semanas hasta que pueda hablar con Nicky. Pensaba que podrías ayudarme, pero anoche no me escuchaste y me hiciste enfadarme, y ahora me has quitado el dinero.
Ella se volvió hacía él, su voz apenas un sollozo.
– ¿No lo ves, Dallie? Si hubieras sido apenas razonable, nada de esto habría sucedido.
– Maldita sea -las botas de Dallie golpearon el suelo-. ¿Estás tratando de decirme que la culpa es mía, no? Jesús, odio a las personas como tú. De cualquier cosa que les sucede, intentan hacer parecer que la culpa es de los demás.
Ella saltó.
– ¡No tengo que escuchar esto! Todo lo que quería era un poco de ayuda.
– Y llevarte un pellizco de dinero en metálico.
– Puedo devolverte cada centavo en unas pocas semanas.
– Si Nicky te acoje de nuevo -él extendió las piernas otra vez, cruzando los tobillos-. Francie, no pareces darte cuenta de que soy un extranjero con ninguna obligación hacía tí. Ya tengo suficiente trabajo cuidando de mi mismo, y estoy seguro que sería un infierno tenerte cerca, aún unas pocas semanas. Para decirte la verdad, ni siquiera me gustas.
Ella lo miró, la perplejidad pintada en su cara.
– ¿No te gusto?
– Realmente no, Francie -su cólera había disminuído, y habló calmamente y con tal obvía convicción que ella supo que decía la verdad-. Eres guapa, cielo, harías un auténtico embotellamiento de tráfico con ese cuerpo tuyo, e incluso aunque ese pequeño cuerpo no fuera tan deseable, besas de primera. No puedo negar que tuve unos cuantos pensamientos rebeldes acerca de lo que tú y yo pudiéramos haber sido capaces de hacer entre las sábanas, y si tuvieras una personalidad diferente puedo verme perdiendo la cabeza por tí en unas pocas semanas. Pero la cosa es, que no tienes una personalidad diferente, y la manera que tienes de ser es un conjunto de todas las cualidades malas en una mujer que jamás me haya encontrado, con ninguna cosa buena que añadirle.
Ella se sentó en el borde de la cama, le dolían sus palabras.
– Ya veo -dijo casi sin voz.