Выбрать главу

El se paró y sacó su cartera.

– No tengo mucho dinero a mano en este momento. Cubriré el resto de la cuenta del motel con la tarjeta y te dejaré los cincuenta dólares que te quedan para ir tirando unos dias. Si te apetece algún día devolverme lo que te he prestado, me lo envias a un apartado de correos a mi nombre en Wynette, Texas. Si no me lo devuelves, sabré que las cosas no llegaron a nada entre tú y Nicky, y seguro que pronto aparecerán pastos más verdes.

Con ese discurso, dejó la llave del motel en la mesa y salió por la puerta.

Estaba finalmente sola. Ella miró fijamente hacia abajo a una mancha oscura que se parecía a un mapa de Capri en la alfombra del motel.

Ahora. Ahora ella tocaba realmente fondo.

* * *

Skeet se inclinó fuera de la ventanilla del pasajero cuando Dallie se acercó al Riviera.

– Me dejas que conduzca? -preguntó-. Puedes tumbarte atrás y probar intentar dormir un poco.

Dallie abrió la puerta de conductor.

– Tú conduces condenadamente lento, y no me apetece dormir.

– Te conviene -Skeet se sentó y le entregó a Dallie una taza de café en un vaso de poliestireno con la tapa encajada a presión todavía. Después le dio un trozo de papel rosa-. El número de teléfono de la cajera.

Dallie arrugó el papel y lo tiró en el cenicero, donde se unió a otros dos.

– ¿Alguna vez has oído hablar de Pygmalion, Skeet?

– ¿Es el tipo que jugó de estremo para Wynette High?

Dallie utilizó los incisivos para quitar la tapa de su taza de café mientras giraba la llave de contacto.

– No, ese era Pygella, Jimmy Pygella. Lo vi hace unos años en Corpus Christi, había abierto una tienda de silenciadores Midas. Pygmalion una obra creada por George Bernard Shaw acerca de una florista cockney (londinense) que se convierte en una gran dama.

– No suena demasiado interesante, Dallie. ¡La obra que me gustó fue Ah! Calcuta! que vimos en S. Louis. Esa si que era verdaderamente buena.

– Sé que te gustó esa obra, Skeet. A mi me gustó, también, pero a diferencia de la otra no es considerada generalmente como gran literatura. No tiene mucho que decir acerca de la condición humana, si me entiendes. Pygmalion, por otro lado, dice que las personas pueden cambiar… Que ellas pueden mejorar con una pequeña dirección -dió marcha atrás y salió del aparcamiento-. Dice también que la persona que dirige ese cambio no obtiene nada, pero lleva una gran carga de la pena.

Francesca, con ojos llorosos y golpeados, se paró en la puerta abierta de la habitación del motel sujetando el neceser contra su pecho como un oso de peluche y miró como se iba el Riviera de su lugar de estacionamiento.

Dallie realmente lo haría. Se marcharía y la dejaría sola, aunque hubiera admitido que pensó en acostarse con ella. Hasta ahora, eso siempre habría sido suficiente para apartarse, pero de repente no lo era. ¿Cómo podía ser posible? ¿Qué le sucedía a su mundo?

La perplejidad subrayó su temor. Se sentía como un niño que hubiera aprendido cuales eran los colores, averiguando que el rojo no era amarillo, y el azul no era realmente verde… sólo que ahora que sabía lo que estaba equivocado, no podía imaginarse lo que hacer acerca de ello.

El Riviera zigzageó alrededor a la salida, esperó una señal de stop, y entonces empezó a salir a la carretera mojada. Las puntas de sus dedos se habían ido entumeciendo, y sentía las piernas débiles, como si todos sus músculos hubieran perdido su fuerza. La llovizna mojó su camiseta, un mechón de pelo cayó hacia adelante sobre su mejilla.

– ¡Dallie! -empezó a correr tan rápidamente como podía.

– Lo que importa es -dijo Dallie, mirando arriba al espejo retrovisor -ella no piensa en nadie, más que en si misma.

– Es la mujer más egocéntrica que encontré jamás en mi vida -concordó Skeet.

– Y no sabe cómo hacer una maldita cosa menos quizá pintarse y arreglarse.

– Incluso no sabe ni nadar.

– No tiene ni un gramo de sentido común.

– Ni un gramo.

Dallie pronunció un juramento especialmente ofensivo y apretó los frenos.

Francesca alcanzó el coche, jadeando, el aliento en pequeños sollozos.

– ¡No te vayas! ¡No me dejes sóla!

La fuerza de la cólera de Dallie la cogió deprevenida. Salió de un salto del coche, le quitó el neceser de las manos, y la apoyó contra el lado del coche de modo que el picaporte se le clavaba en la cadera.

– Ahora me vas a escuchar, y escúchalo de una vez! -gritó-. ¡Te llevaré bajo presión, pero dejas de lloriquear en este preciso momento!

Ella sollozó, parpadeando contra la llovizna.

– Pero estoy…

– ¡Dije que pares! Yo no quiero hacer esto, me produce malas sensaciones, y antes que me arrepienta, harías mejor en hacer lo que digo. Y harás todo lo que diga. No me harás preguntas. No me harás comentarios. Y si me vuelves a demostrar un sólo minuto de esa personalidad extravagante tuya, verás tu flaco culo en la cuneta.

– Vale -gimió, dejando que le pisoteara el orgullo, y con la voz estrangulada por la humillación-. ¡Bien!

El la miró con un desprecio que no hizo esfuerzo de disfrazar, dando un tirón a la puerta trasera. Ella giró para entrar dentro, y agarró la puerta para cerrarla, sin percatarse de la mano de Dallie.

– Ten cuidado -dijo-. Esta mano será quién nos de de comer.

Cada kilómetro del camino a Lake Charles parecían cien. Ella giró su cara a la ventana y trató de fingir que era invisible, pero cuando otros ocupantes de otros coches miraban continuamente a ella dentro del Riviera se apresuró a apartarse, no podía suprimir el ilógico sentimiento que todos sabían lo que le había sucedido, que podrían ver realmente cómo había sido reducida a implorar ayuda, ver que había sido golpeada por primera vez en su vida.

Yo no pensaré acerca de ello, ella se dijo cuando pasaban por campos inundados de arroz y ciénagas cubiertas con algas verdes. Pensaré acerca de ello mañana, o la semana próxima, pero no ahora cuando de nuevo me provocará el llanto y él quizás pare el coche y me ponga en la carretera.

Pero ella no podía obviar el pensamiento acerca de todo lo que había pasado, y se mordió un lugar por dentro de su labio inferior ya dolorido para hacer el sonido más pequeño.

Ella vio una señal que indicaba Lake Charles, y cruzaron un gran puente curvo. En el asiento anterior, Skeet y Dallie hablaban entre ellos y no la estaba prestando la más mínima atención.

– A la derecha esta el motel -Skeet finalmente observó a Dallie-. ¿Recuerdas cuándo Holly Grace apareció aquí el año pasado con ese comerciante de Chevys de Tulsa?

Dallie gruñó algo que Francesca no pudo entender mientras paraba el coche en el parking, que no era muy diferente al que acababan de dejar hacía menos de cuatro horas.

El estómago de Francesca gruñó, y se dio cuenta de que no había tenido nada de comer desde que la tarde anterior cuando se comió una hamburguesa después de empeñar su maleta.

Nada de comer… Y ningún dinero para comprar comida. Y entonces se preguntó quién sería Holly Grace, pero estaba demasiado desmoralizada para sentir más que una curiosidad pasajera.

– Francie, tenía la tarjeta de crédito tiritando antes de encontrarte, y esa pequeña locura tuya anoche ha terminado el trabajo. Tendrás que compartir habitación con Skeet.

– ¡Eh!

– ¡No!

Dallie suspiró apagando el contacto.

– Bueno, Skeet. Tú y yo compartiremos un cuarto hasta que nos deshagamos de Francie.

– De eso nada -Skeet abrió la puerta del Riviera-. Yo no he compartido un cuarto contigo desde que entraste en profesionales, y no tengo ganas de hacerlo ahora. No te acuestas la mitad de la noche y haces suficiente ruido para despertar por la mañana a un muerto. -Salió del coche y se dirigió hacia la oficina, volviendo a decirle sobre el hombro -ya que eres tan entendido y estabas ansioso por traer a la Señorita Fran-chess-ka, puedes maldecir el sueño de ella tú mismo.