Ahora esperaba que no hiciera algo irremediable y que en la agencia no averiguaran que era su hermano. De algún modo no podía imaginarse que una firma tan conservadora como BS &R designara a la hermana de un famoso radical como su primera vicepresidente femenino.
Dejó atras sus viejos pensamientos y se centró en el presente… el material de encima de su mesa. Como siempre, sentía la satisfacción por el trabajo bien hecho. Su ojo experto aprobó el diseño de la botella de Descarada, una lágrima de vidrio esmerilado coronada con un tapón azul.
¡El frasco de perfume iría dentro de una elegante caja azul con las letras fucsia del slogan que ella había creado… "DESCARADA! Sólo para personas libres de convencionalismos." El signo de admiración después del nombre del producto había sido idea suya, algo de lo que se sentía especialmente complacida. Todavía, a pesar del éxito del envase y el slogan, el espíritu de la campaña se perdería porque Naomi no había sido capaz de realizar una tarea sencilla: no había sido capaz de encontrar a la Chica Descarada.
Su intercomunicador sonó, y su secretaria le recordó que tenía una reunión con Harry R. Rodenbaugh, vicepresidente primero y uno de los miembros directivos de BS &R. El Sr. Rodenbaugh le había pedido explicitamente que llevara consigo todos los detalles del nuevo proyecto, Chica Descarada.
Naomi gimió para si misma. Desde su puesto de directora creativa de BS &R, llevaba años manejando proyectos de perfumes y cosméticos y nunca había tenido ningún problema. ¿Por qué Harry Rodenbaugh había hecho de Chica Descarada su proyecto favorito?
Harry, que quería un último éxito antes de jubilarse, insistía desesperadamente en una cara fresca para anunciar el nuevo producto, no una modelo espectacular, sino alguien con quien las lectoras de las revistas de moda se pudieran identificar.
– Quiero personalidad, Naomi, no caras de modelos que no dicen nada -le había dicho cuando la llamó sobre su alfombra persa la semana anterior-. Quiero a una Belleza Americana nada convencional, una rosa con espinas si es necesario. Esta campaña es acerca de la mujer americana libre de convencionalismos, y si no puedes encontrar nada mejor que esas caras de niña que me has estado presentando las pasadas tres semanas, entonces no tendré más remedio que congelar tus aspiraciones a la vicepresidencia de BS &R.
El viejo bastardo astuto.
Naomi recogió sus papeles de la misma manera que lo hacia todo, movimientos rápidos y concentrados.
Mañana empezaría a contactar con todas las agencias teatrales y miraría una actriz en vez de una modelo. Mejores chovinistas masculinos que Harry R. Rodenbaugh habían tratado de hundirla y no lo habían conseguido.
Cuando Naomi pasó junto al escritorio de su secretaria, ésta se levantaba para recoger un paquete exprés que acababa de llegar, y en el proceso tiró una revista al suelo.
– Ya lo cojo yo -dijo la secretaria, agáchandose.
Pero Naomi ya la había recogido, su ojo crítico miraba la serie de fotografías que había en la página que se había abierto. Sintió un cosquilleo en la nuca… una reacción instintiva que le dijo más claramente que cualquier luz brillante que estaba con algo grande. ¡Su Chica Descarada!
El perfil, de rostro entero, fotografía de tres cuartos… Había encontrado a su Belleza Americana tirada en el suelo de la oficina de su secretaria.
Entonces escudriñó el título, la chica no era una modelo profesional, pero eso no era necesariamente malo.
Dió la vuelta a la revista y miró la portada.
– Esta revista es de hace seis meses.
– Limpiaba mis cajones, y…
– No pasa nada -volvió a buscar las páginas de las fotografias y dió unos golpecitos con el índice-. Quiero que intentes localizarla mientras estoy en la reunión. No quiero que hables con ella, sólo que la localices.
Pero cuándo Naomi volvió de su reunión con Harry Rodenbaugh fue sólo para descubrir que su secretaria no había sido capaz de localizarla.
– Parece como si se la hubiera tragado la tierra, Sra.Tanaka. Nadie sabe donde está.
– Nosotros la encontraremos -dijo Naomi.
Los engranajes de su mente ya hacían clic cuando barajaba mentalmente su lista de contactos. Echó un vistazo a su Rolex y calculó la diferencia horaria. Volvió a coger la revista y se dirigió a su oficina. Mientras llamaba por teléfono, miró hacía la hermosa mujer que aparecía en las fotografias.
– Te encontraré. Te encontraré, y cuando lo haya hecho, tu vida nunca será la misma.
El gato tuerto siguió a Francesca de vuelta al motel. Tenía la piel de un gris lánguido con calvas alrededor de sus hombros huesudos de alguna pelea de hacía tiempo. Tenía un lado de la cara aplastado, y un ojo deforme, sin iris, sólo blanco. Para añadir a su repugnante apariencia, había perdido la punta de una oreja. Deseaba que el animal hubiera escogido a otra persona para seguirla por la carretera, y apresuró el paso cuando pasaba por el parking. La fealdad inexorable del gato la perturbaba. Tenía un sentimiento ilógico de no estar alrededor de nada tan feo, tal vez se le pegara algo de esa fealdad, o que alguien la juzgara mal al verla con esa compañía.
– ¡Lárgate!
El animal le lanzó una mirada débilmente malévola, pero no alteró su camino. Ella suspiró. ¿Con la suerte que había tenido recientemente, qué esperaba?
Había pasado durmiendo su primera tarde y toda la noche en Lake Charles, sólo se había enterado débilmente de la vuelta de Dallie a la habitación para darse una ducha, y otra vez por la mañana para darse otra ducha. Cuando se despertó del todo, hacía varias horas que se había ido.
Estaba casi desmayada de hambre, se dió un largo baño, haciéndo libre uso de todos los artículos de tocador de Dallie. Entonces mirando fijamente los cinco dólares que Dallie le había dejado para comida, los cogió y se dispuso a tomar una de las decisiones más difíciles de su vida.
En la mano llevaba una pequeña bolsa de papel conteniendo dos bragas baratas de nylon, un tubito de rímel económico, la botella más pequeña de quitaesmalte que pudo encontrar, y un paquete de limas de uñas. Con los pocos centavos que le quedaron, había comprado el único alimento que se pudo proporcionar, una chocolatina Milky Way.
Podía sentir el agradable peso de todo lo que llevaba en la bolsa. Le hubiera gustado comer de verdad, pollo, arroz silvestre, un montón de ensalada de pasta verde con aliño de queso azul, una porción de bizcocho de trufa, pero necesitaba bragas, rímel y arreglarse esas uñas vergonzosas. Según iba andando por la carretera hasta el motel, pensaba en todo el dinero que había despilfarrado con el paso de los años.
Zapatos de cien dólares, vestidos de mil dólares, dinero volando cuando entregaba sus tarjetas de crédito con las puntas de los dedos como un ilusionista. Por el precio de lo que le costaba una bufanda sencilla de seda, ahora podría haber comido como una reina.
Pero ahora no tenía ese dinero, y tenía algo de comer, humilde, pero algo de comer. Al lado del motel, había un árbol que daba sombra, y al lado una vieja y oxidada silla de jardín. Se sentaría en esa silla, gozaría del calor de la tarde, y se comería la chocolatina bocado por bocado, saboreándola para hacerla durar. Pero primero tenía que deshacerse del gato.
– Márchate! -silbó, dando un fuerte pisotón en el asfalto al lado del gato. Él inclinó su cabeza pero se mantuvo firme-. Lárgate, eres un mal bicho, y búscate otra persona para molestar.
Como el animal no se movía, expulsó el aliento con repugnancía y se encaminó hacia la silla. El gato la siguió. Lo ignoró, negándose a permitir que ese feo animal arruinara su placer con el primer alimento que comía desde el sábado por la tarde.