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– Apuesto a que no tenían un mapa de Louisiana pintado en ellos.

– No creo que Porthault haga mapas.

Él suspiró y se rascó el pecho. ¿Por qué no la miraría él?

– Era un chiste, Dallie. Puedo contar chistes, también.

– No te enfades, Francie, pero tus chistes no son demasiado graciosos.

– Lo son para mí. Lo serían para mis amigos.

– ¿Sí? Bien, eso es otra cosa. Tenemos gustos diferentes en amigos, y sé que no te gustarían mis compañeros de copas. Algunos de ellos son golfistas, otros son locales, la mayoría de ellos no dice a menudo cosas como 'esta ropa es de'. No son personas que te gustarían.

– Seré totalmente honesta -dijo, mirando hacia la pantalla de la televisión -cualquiera que no duerma con una botella me gusta.

Dallie sonrió y desapareció en el cuarto de baño para tomar su ducha. Diez minutos más tarde, la puerta se abrió de repente y entró en el dormitorio con una toalla anudada alrededor de las caderas y la cara roja bajo su bronceado.

– Por qué está el cepillo de dientes mojado? -rugió, sacudiendo la prueba del delito delante de su cara.

Su deseo se había realizado. Él la miraba ahora, fijamente, con todo su interés… y no le gustaba esa mirada. Ella le miró fijamente y se metió el labio inferior entre los dientes en una expresión que esperaba no pareciera demasiado culpable.

– Lo siento mucho, pero lo tuve que coger prestado.

– ¡Lo cogiste prestado! Esa es la cosa más repugnante que he oído jamás.

– Sí, bueno es que parece que yo he perdido el mio, y yo…

– ¡Lo cogiste prestado! -Ella se echó hacía atrás cuando vio como empezaba a gritar-. ¡ No estamos hablando de pedir una taza de azúcar, hermana! ¡Hablamos acerca de un maldito cepillo de dientes, el objeto más personal que una persona puede tener!

– Lo he estado desinfectando.

– Lo has estado desinfectando -repitió siniestramente-. Eso implica que no ha sido una única vez. Eso implica que tenemos una historia de uso prolongado.

– No realmente. Si acaso, unos pocos días.

Le tiró el cepillo de dientes, golpeándola en el brazo.

– ¡Cógelo! ¡Toma la jodida cosa! ¡He ignorado el hecho que te pones mis ropas, que usas mi navaja, que no pones el tapón a mi desodorante! He ignorado el lío que haces alrededor de este lugar, pero maldita sea, no ignoraré esto.

Ella se dio cuenta entonces que estaba sinceramente enojado con ella, y con eso, sin querer, ella había dado un paso sobre alguna línea invisible.

Por una razón que no podía comprender, este asunto acerca del cepillo de dientes era lo suficientemente importante para que él hubiera decidió hacer un drama de ello. Sentía una ola de puro pánico correr dentro de ella. Lo había molestado demasiado, y ahora le pegaría la patada.

En los próximos segundos, él levantaría la mano, señalando con el dedo hacia la puerta, y le ordenaría salir de su vida para siempre.

Ella le siguió a través del cuarto.

– Dallie, lo siento. De veras -él la miró duramente.

Ella levantó las manos y las apretó levemente sobre su pecho, extendiendo los dedos, de uñas cortas y deslustradas levemente amarillentas de años siendo escondidas por laca de uñas. Inclinando la cabeza hacía arriba, le miró directamente a sus ojos.

– No estás enfadado conmigo -cambió su peso más cerca para que sus piernas se tocaran, y entonces puso la cabeza en el pecho, descansando la mejilla contra la piel desnuda.

Ningún hombre se la podría resistir. No realmente. No cuando ella se lo proponía. Simplemente no se lo habría propuesto, eso era todo. ¿No la había traído Chloe al mundo para encantar a los hombres?

– Qué estás haciendo? -preguntó él.

No contestó; estaba inclinaba sobre él, suave y sumisa como un gatito adormilado. Olía a limpio, a jabón, e inhaló el olor. El no le pegaría la patada. Ella no lo permitiría. Si él la echaba, no tendría nada ni a nadie.

Desaparecería. En este momento Dallie Beaudine era todo lo que tenía en el mundo, y haría lo que fuese para mantenerlo. Sus manos fueron subiendo por el pecho. Se puso de puntillas y le rodeó el cuello con sus brazos, deslizando los labios por la línea de la mandíbula y apretando los senos contra su pecho. Podía sentirlo como crecía duramente bajo la toalla, y ella sentía renovarse su propio poder.

– Exactamente dónde piensas llegar con todo esto? -preguntó él-. ¿Un revolcón vestidos sobre las sábanas?

– ¿Es inevitable, no crees? -forzó a su voz que sonara casual-. No es que tú hayas sido un perfecto caballero y todo eso, pero compartimos habitación.

– Tengo que decirte, Francie, que no pienso que sea buena idea.

– ¿Por qué no? -movió las pestañas de la mejor manera posible llevando sólo rimmel barato, y moviendo y buscando con sus caderas, la coqueta perfecta, una mujer creada sólo para el placer de los hombres.

– ¿Es bastante obvio, no crees? -deslizó la mano hacía arriba y le acarició suavemente la piel-. -No nos gustamos el uno al otro. ¿Quieres tener sexo con un hombre que no te quiere, Francie? ¿Quién no te respetará por la mañana? Porque esa es la manera que esto acabará si sigues moviéndote contra mí de esta forma.

– No te creo -su vieja confianza volvió con una agradable frescura-. Pienso que me quieres más de lo que quieres admitir. Creo que por eso has estado haciendo un trabajo tan bueno evitándome esta semana pasada, por eso no me miras.

– Esto no tiene nada que ver con querer -dijo Dallie, con la otra mano acariciándole la cadera, con un susurro ronco-. Tiene que ver con la proximidad física.

La cabeza bajó, y pudo sentir que estaba a punto de besarla. Se escurrió de entre sus brazos y sonrió seductormente.

– Dáme apenas unos minutos -dando un paso lejos de él, se dirigió hacia el cuarto de baño.

Tan pronto como se encerró dentro, se recostó contra la puerta y respiró varias veces profundamente, tratando de suprimir su nerviosismo en lo que se disponía a hacer. Esto era.

Era su oportunidad de atar a Dallie a ella, para cerciorarse que no la echaría, para estar segura que le proporcionaría comida y techo. Pero era más que eso. Hacer el amor con Dallie le permitiría sentirse como ella misma otra vez, incluso si no estaba verdaderamente segura.

Deseó tener uno de sus camisones de Natori con ella. Y champán, y un dormitorio hermoso con un balcón que diera al mar. Se miró en el espejo y se acercó un poco más. Estaba horrible.

El pelo era demasiado tierra virgen, su cara palida, también. Necesitaba ropa, necesitaba cosméticos. Tocando ligeramente la pasta dentífrica en el dedo, lo movió dentro de su boca para refrescar el aliento. ¿Cómo podría permitir ella que Dallie la víera con esas espantosas bragas de mercadillo? Con dedos temblorosos, tiró del botón de sus vaqueros y se los bajó hasta los tobillos.

Dejó salir un gemido suave cuando vio las marcas rojas en la piel cerca del ombligo donde la pretina había pellizcado su cuerpo apretadamente. No quería que Dallie la viera con marcas. Frotando con dedos, trató de hacerlas desaparecer, pero eso sólo le puso la piel más roja. Apagaría las luces, decidió.

Rápidamente, se quitó la camiseta y el sostén y se envolvió en una toalla. Seguía respirando de forma entrecortada.

Cuando se quitó las bragas de nylon, vio una zona en su entrepierna con un molesto vello que se le había pasado cuando se depiló las piernas. Sosteniendo la pierna arriba en el asiento del water, deslizó la hoja de la navaja de Dallie sobre ese lugar. Así, eso estaba mejor.Trató de pensar que más podía hacer para mejorarse.

Reparó su lápiz de labios y lo secó con un cuadrado de papel de baño para no mancharlo cuando se besasen. Reforzó su confianza recordándose lo magnífica besadora que era.

Algo dentro de ella se fue deshinchado como un globo viejo, saliendo su sentimiento de inseguridad. ¿Y si él no la quería? ¿Y si ella no era buena, como no había sido buena para Evan Varian ni para el escultor en Marrakech?