Y si… Sus ojos verdes se miraron en el espejo cuando un espantoso pensamiento se le ocurrió. ¿Y si ella olía mal? Cogió el atomizador de Femme del armarito encima del lavabo, abrió las piernas, y se perfumó.
– ¿Qué diablos estás haciendo?
Girando alrededor, ella vio a Dallie en la puerta, una mano en la cadera cubierta por la toalla. ¿Cuánto tiempo llevaba plantado ahí? ¿Qué había visto? Se irguió con aire de culpabilidad.
– Nada. Yo…yo no hago nada.
El miró la botella de Femme que seguía teniendo en la mano.
– ¿Es que no hay nada en tí verdadero?
– Yo…yo no sé que quieres decir.
El entró un paso más en el cuarto de baño.
– ¿Estás probando nuevos usos para el perfume, Francie? ¿Era eso lo que hacías? -descansando la palma de una mano contra la pared, se inclinó hacia ella-. Llevas vaqueros de diseñador, zapatos de diseñador, maletas de diseñador. Y la Señorita Pantalones de Lujo, lleva ahora un coño de diseñador.
– ¡Dallie!
– Eres el colmo del consumismo, cariño…el sueño de un publicista. ¿Pondrás pequeñas iniciales doradas del diseñador en él?
– Eso no es gracioso -dejó la botella de perfume de nuevo en el armario, y apretó fuertemente la toalla con su mano. Sentía la piel caliente por el desconcierto.
El sacudió la cabeza con un hastío que ella encontró insultante. -Anda, Francie, vístete. Dije que no lo haría, pero maldita sea.Te llevo conmigo esta noche.
– A que se debe este cambio tan magnánimo?
El giró y salió al dormitorio, hablando por encima del hombro.
– La verdad de ello es, querida es que si no te dejo que veas una porción del mundo, temo que puedas hacerte verdadero daño.
Capitulo 12
The Cajun Bar & Grill era decididamente mejor que el Blue Choctaw, aunque todavía no era el tipo de lugar que Francesca habría escogido como el sitio para salir con sus amigos. Localizado cerca de diez kilómetros al sur de Lake Charles, estaba situado al lado de una carretera de dos carriles en medio de ningúna parte.
Tenía una puerta mosquitera que golpeaba cada vez que alguien entraba y un ventilador chirriante de aspas con una hoja doblada. Detrás de la mesa donde ellos se sentaban, un pez espada azul iridiscente había sido clavado a la pared junto con un surtido de calendarios y un anuncio de la panaderia Evangeline Maid.
Los manteles individuales eran exactamente como Dallie los había descrito, aunque se hubiera olvidado de mencionar los bordes dentados y la leyenda impresa en rojo bajo el mapa de Louisiana: "El País de Dios."
Una camarera bonita de pelo marrón, con vaqueros y un top color burdeos, inspeccionó a Francesca con una combinación de curiosidad y envidia, para nada sana, y se giró hacía Dallie.
– Oye, Dallie. He oído que estás solo a un golpe del lider. Enhorabuena.
– Gracias, cariño. Mi juego ha sido verdaderamente bueno esta semana.
– ¿Dónde está Skeet? -preguntó.
Francesca miró inocentemente el azucarero de cromo y cristal colocado en el centro de la mesa.
– Algo no le sentó bien al estómago, y ha decidido quedarse echado en el motel -Dallie lanzó a Francesca una mirada dura y le preguntó si quería algo de comer.
Una letanía de alimentos maravillosos le pasó por la cabeza… consomé de langosta, paté de pato con pistachos, ostras barnizadas… pero ahora era mucho más sabía de lo que lo había sido cinco días antes.
– ¿Qué me recomiendas? -preguntó a la camarera.
– Los perritos con chili están buenos, pero los cangrejos de río están mejor.
¿Qué en el nombre de Dios eran los cangrejos de río?
– Cangrejo de río sería estupendo -dijo, rezando para que no fuera fritura-. ¿Y podrías recomendarme algo verde para acompañarlo? Comienzo a preocuparme por el escorbuto.
– ¿Quieres pastel "llave de lima"?
Francesca miró a Dallie.
– ¿Eso es un chiste, no?
El sonrió y se volvió a la camarera.
– Tráele a Francie una ensalada grande, por favor, María Ann, y al lado de mi bistec me pones unos tomates en trozos. Trae también un plato de pan frito y algunos de esos pepinillos en vinagre que me pusiste ayer.
Tan pronto como la camarera se marchó, dos hombres acicalados y con camisas de polo se acercaron a su mesa. Era evidente por la conversación que eran profesionales de golf que jugaban en el torneo con Dallie y que habían venido a ver a Francesca.
Se pusieron a cada lado de ella y no dejaron de decirle cumplidos mientras la enseñanaban como extraer la carne dulce del cangrejo de rio hervido que habían llevado en una gran fuente blanca. Se rió de todas sus historias, los halagó igualmente, y, en general, los tuvo comiendo de su mano antes que se hubieran terminado la primera cerveza.
Se sentía maravillosa.
Dallie, mientras tanto, se ocupaba con un par de aficionadas de una mesa próxima, las dos dijeron que eran secretarias en una planta petroquímica de Lake Charles. Francesca miraba de reojo como hablaba con ellas, su silla inclinada atrás sobre dos patas, la gorra azul marino puesta al revés sobre su rubia cabeza, la botella de cerveza apoyada sobre el pecho, y esa sonrisa perezosa que se extendía en su cara cuando una de ellas le decía algo subido de tono.
Poco después, se lanzaron a una serie de nauseabundas expresiones relativas a su "putter."
Aunque Dallie y ella mantenían conversaciones separadas, Francesca comenzó a tener la sensación que había algún tipo de conexión entre ellos, que él era tan consciente de ella como ella lo era de él.
O quizá eran ilusiones. Su encuentro con él en el motel la había conmocionado. Cuándo se encontró en sus brazos, había notado como desaparecía una barrera invisible, pero tal vez ya era tarde, aunque ella estuviera segurísima de querer hacerlo.
Tres musculosos granjeros arroceros a quien Dallie presentó como Louis, Pat y Stoney arrastraron sus sillas para unirse a ellos. Stoney se puso en frente de Francesca y continuamente le llenaba el vaso con una botella de Chablis malo que uno de los golfistas había pedido.
Coqueteó con él descaradamente, mirándole a los ojos con una intensidad que había puesto a hombres mucho más sofisticados de rodillas. El se removía en su silla, tirando inconscientemente del cuello de su camisa de algodón mientras trataba de actuar como si las mujeres hermosas coquetearan con él cada día.
Finalmente los corrillos individuales de conversación desaparecieron y todos se unieron en un sólo grupo, empezando a contar historias graciosas que les habían pasado. Francesca se rió de todas sus anécdotas y bebió otro vaso de Chablis. Una neblina tibia inducida por el alcohol y un sentido general de bienestar la envolvía.
Se sentía como si los golfistas, las secretarias petroquímicas, y los granjeros arroceros fueran los mejores amigos que hubiera tenido jamás. El sentir la admiración de los hombres, y la envidia de las mujeres renovaba la hundida confianza en sí misma, y la presencia de Dallie a su lado la vigorizaba.
El los hizo reír con una historia acerca de un encuentro inesperado que tuvo con un caimán en un campo de golf de Florida, y quiso de repente poder contar también algo, una parte pequeña de ella misma.
– Tengo una historia de animales -dijo, dirigiéndose a sus nuevos amigos. Todos la miraron expectantes.
– Oh, chico -murmuró Dallie.
Ella no le hizo caso. Dobló un brazo en el borde de la mesa y compuso su mejor sonrisa deslumbrante del tipo espera-a-oír-esto.
– Un amigo de mi madre había abierto un nuevo y encantador alojamiento cerca de Nairobi…-empezó. Cuándo vio una vaga vacuidad en varias caras, puntualizó-. Nairobi… en Kenia. Africa. Un grupo de amigos volamos hacía allí para pasar una semana. Era un lugar super. Una larga y encantadora galería daba a una hermosa piscina, y nos sirvieron el mejor ponche que podaís imaginaros.