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Trazó con gestos elegantes con las manos una piscina y una fuente de ponche.

– El segundo día allí, algunos de nosotros nos montamos en un Land Rover y nos marchamos fuera de la ciudad con nuestras cámaras a tomar unas fotos. Hacía más o menos una hora que llevabamos viajando cuando el conductor tomó una curva, no iba demasiado rápido, realmente… y un ridículo jabalí saltó delante de nosotros.

Se detuvo para dar efecto.

– Bien, hubo un ruido tremendo cuando el Land Rover golpeó a la pobre criatura y la dejó tirada en la carretera. Todos saltamos fuera, por supuesto, y uno de los hombres, un violonchelista francés realmente odioso llamado Raoul.

Hizo girar sus ojos para que entendieran que tipo de persona era ese tan Raoul…

– Trajo su cámara con él y tomó una fotografía de aquel pobre y feo animalejo en la carretera. ¡Entonces, no recuerdo muy bien como, pero mi madre le dijo a Raoul, "Sería graciosísimo si le hicieras una foto con la chaqueta de Gucci!.

Francesca se rió recordando.

– Naturalmente, todos pensaron que sería divertído, y como no había sangre en el animalejo para arruinar la chaqueta, Raoul accedió. Así que, él y otros dos le pusieron la chaqueta al bicho. Era espantosamente insensible, por supuesto, pero todos se rieron con la imagen de ese pobre animalejo muerto en esa maravillosa chaqueta de Gucci.

Fue imprecisamente consciente del silencio que de repente se hizo en la mesa, junto con las expresiones de incredulidad de todos ellos.

Su falta de respuestas le provocó la necesidad de hacer que les gustara su historia, que les gustara ella. Su voz creció más animada, intentando ser más descriptiva.

– Estabamos todos allí, de pie en la carretera mirando hacía la pobre criatura. Cuando…

Se detuvo por un momento, se cogió el labio inferior con los dientes, para hacer más efecto, y siguió:

– Apenas cuando Raoul levantó su cámara para tomar la foto, el animalejo se puso de pie, se sacudió, y corrió hacía los árboles.

Se rió triunfalmente, inclinando la cabeza a un lado, esperando que se unieran a ella.

Todos sonrieron cortésmente.

Su propia risa se desinfló cuando se dio cuenta de que la habían malinterpretado.

– No lo veís? -exclamó con un toque de desesperación-. ¡En algún lugar de Kenia hay un pobre jabalí cojo corriendo por los cotos de caza vestido de Gucci!

La voz de Dallie finalmente flotó por encima del silencio que había caído irreparablemente.

– Sí, está bien tu historia, Francie. ¿Qué dices de bailar conmigo?

Antes de que pudiera protestar, la agarró firmemente del brazo y la llevó a un pequeño cuadrado de linóleo delante de la máquina de discos. Cuando comenzó a moverse al compás de la música, le dijo suavemente:

– Una regla general para convivir con gente normal, Francie, nunca termines una frase con la palabra 'Gucci.'

Su pecho pareció llenarse de una pesadez terrible. Había querido hacerlos como ella, y sólo había hecho una tonta de ella misma.

Había contado una historia que no habían encontrado graciosa, una historia que viéndola ahora con otros ojos, nunca debería haber contado.

Su serenidad estaba pendiendo de un hilo muy fino, y ahora se rompió.

– Perdona -dijo, con una voz que le sonó ronca.

Antes que Dallie tratara de detenerla, comenzó a andar por el laberinto de mesas y abrió la puerta mosquitera.

Fue invadida por el aire fresco, un olor húmedo de la noche mezclado con el olor de gasóleo, del alquitrán, y de la comida frita de la cocina de dentro. Tropezó, todavía mareada por el vino, y se estabilizó inclinando contra el lado de una camioneta con las llantas llenas de barro y un anaquel de fusiles en la parte trasera.

Oía los acordes de "Behind Closed Doors" que sonaba en la máquina de discos.

¿Qué sucedía? Recordaba lo mucho que se había reído Nicky cuando le contó la anécdota del jabalí, cómo Cissy Kavendish había llorado de risa enjugándose las lágrimas con un pañuelo de Nigel MacAllister.

Una tremenda ola de morriña la invadió. Había intentado localizar de nuevo a Nicky otra vez hoy por teléfono, pero no había contestado nadie, ni siquiera la criada. Trató de imaginarse a Nicky sentado en el Cajún Bar & Grill, y no lo consiguió. Entonces trató de imaginarse sentada a la mesa Hepplewhite, cenando en el salón de Nicky, y llevando las esmeraldas de la familia Gwynwyck, y eso lo veía sin problema.

Pero cuando se imaginó quién estaba al otro lado de la mesa, el lugar donde debería estar Nicky, vio a Dallie Beaudine en su lugar. Dallie, con sus vaqueros desteñidos, con sus camisetas demasiado ajustadas, y con la cara de estrella de cine, mirándola por encima de la mesa de comedor siglo XVIII de Nicky Gwynwyck.

La puerta mosquitera sonó, y Dallie salió. Llegó a su lado y le tendió su bolso.

– Hey, Francie.

– Hey, Dallie -cogió el bolso y miró al cielo de la noche salpicado de estrellas.

– Te has portado realmente bien ahí dentro.

Su risa sonó suave y amarga.

El se puso un palillo de dientes en el rincón de la boca.

– No, te lo digo de verdad. Una vez que te has dado cuenta que has hecho el burro, has reaccionado con gran dignidad. Nada de escenas en la pista de baile, apenas una silenciosa salida. Estaban todos realmente impresionados. Me han pedido que te diga que vuelvas.

– De eso nada -dijo ella en tono de mofa.

El rió entre dientes, y la puerta mosquitera se abrió y apareciendo dos hombres.

– Hey, Dallie -lo saludaron.

– Hey, K.C., Charlie.

Los hombres subieron a un Jeep Cherokee y Dallie se volvió hacía ella.

– Creo, Francie, que me vas gustando algo más. Creo que eres todavía como un dolor de muelas, y que no eres mi tipo de mujer en absoluto, pero tengo que reconocer que tienes tus momentos. Querías divertir a la gente con ese cuento del jabalí. Me gustó la forma que tuviste de terminar la historia, a pesar que era obvio que te estabas cavando una fosa bien profunda.

Un estrépito de platos sonó dentro cuando en la máquina de discos sonaban las últimas estrofas de "Behind Closed Doors". Ella removió con el tacón de su sandalia la grava.

– Quiero ir a casa -dijo bruscamente-. Odio esto. Quiero volver a Inglaterra donde entiendo las cosas. Quiero mi ropa y mi casa y mi Aston Martin. Quiero tener dinero otra vez y a los amigos que me quieren.

Quería a su madre, también, pero no lo dijo.

– ¿Estás realmente asustada, no es verdad?

– ¿No lo estarías tú si estuvieras en mi lugar?

– Eso es decir mucho. No puedo imaginarme ser feliz llevando ese tipo de vida tuya tan sibarita.

Ella no sabía exactamente que significaba eso de "sibarita", pero en general sabía a que se refería, y la irritó que alguien cuya gramática hablada podía ser descrita caritativamente como de calidad inferior utilizara una palabra que ella no entendía del todo.

El puso el codo en el lado del retrovisor.

– Dime algo, Francie. ¿Tienes algo remotamente parecido a un plan para hacer en la vida dentro de esa cabecita tuya?

– Pienso casarse con Nicky, por supuesto. Ya te lo he dicho -¿por qué se sentía tan deprimida de pensarlo?

El se sacó el palillo de dientes y lo tiró lejos.

– Aw, vamos suéltalo, Francie. Tienes las mismas ganas de casarte con Nicky que de tener el pelo sucio y desgreñado.

Se encaró con él.

– ¡No tengo mucha elección en el asunto, creo, desde que no tengo ni dos chelines para hacerse compañía!Tengo que casarme.

Vio como él abría la boca, preparado para arrojar fuera otro de sus tópicos odiosos de clase baja, y lo cortó.

– ¡No lo digas, Dallie! Algunas personas están en el mundo para ganar dinero y otras para gastarlo, y yo estoy en éste último. Para ser brutalmente honesta, no tengo la más mínima idea de cómo mantenerme. Ya has visto lo que me ha pasado cuando traté de ser actriz, y soy demasiado baja para ganarme la vida de modelo de pasarela. Si tengo que elegir entre trabajar en una fábrica o casarme con Nicky Gwynwyck, puedes tener bien claro qué eligiré.