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Ella le miró fijamente un momento y exclamó

– ¡Ah, no! Yo no me acuesto en este suelo infestado de criaturas. Te lo advierto, Dallie.

– No creo que a mí me guste el suelo tampoco.

– ¿Entonces cómo? ¿Dónde?

– Anda, Francie. Para ya de tramar y planificar, tratando de cerciorarte siempre que tienes tu mejor lado girado a la cámara. Besémonos un poco y dejemos que las cosas sigan su curso natural.

– Quiero saber donde, Dallie.

– Sé lo que quieres, dulzura, pero no te lo diré para que no empieces a preocuparte por si el color está cordinado o no. Por una vez en tu vida, ten la oportunidad de hacer algo sin preocuparte de si tienes tu mejor aspecto.

Ella sentía como si él tuviera un espejo arriba delante de ella…no un espejo muy grande y con cristales ahumados, pero un espejo al fin y al cabo. ¿Era tan superficial como Dallie parecía creer? ¿Tan calculadora? No quería pensar eso, y sin embargo… Levantó el mentón y empezó a bajarse los pantalones.

– Bueno, lo haremos a tu manera. Pero no esperes nada espectacular de mí -la tela delgada de sus pantalones estaba sobre sus sandalias. Se inclinó para sacarlos, pero los tacones se engancharon en los pliegues. Dió otro tirón a los vaqueros y apretó aún más la trampa-. Te pone esto, Dallie? -echaba humo-. ¿Te gusta mirarme? ¿Te estás excitando? ¡Maldita sea! ¡Maldita sea el infierno sangriento!

El empezó a moverse hacia ella, pero ella miró arriba hacía él por el velo del pelo y le mostró los dientes.

– No te atrevas a tocarme. Te lo advierto. Yo lo haré sola.

– No hemos tenido un comienzo prometedor aquí, Francie.

– ¡Vete al infierno! -cojeando por los vaqueros en sus tobillos, dió tres pasos hasta alcanzar el coche, se sentó en el asiento delantero, y finalmente se sacó los pantalones. Entonces se quedó con la camiseta, las bragas y las sandalias-. ¡Ya está! Y no me quito otra cosa hasta que no te lo quites tú.

– Me parece justo -él abrió sus brazos a ella-. Arrimate aquí un minuto para recobrar el aliento.

Ella lo hizo. Lo hizo realmente.

– De acuerdo.

Ella se apoyó en el pecho. Estuvo así un momento, y entonces él agachó la cabeza y empezó besarla otra vez. Sentía tan baja su propia estima que no hizo nada para tratar de impresionarlo; le permitió que hiciera su trabajo. Después de un rato, se dio cuenta que se sentía agradable.

La lengua tocaba la suya y la mano se paseaba por la piel descubierta de su espalda. Ella levantó los brazos y los envolvió alrededor de su cuello. El metió las manos de nuevo por debajo de la camiseta y los pulgares comenzaron a juguetear con los lados de los senos y acto seguido hacía sus pezones. Se sentía tan bien…estremecida y tibia al mismo tiempo.

¿Había jugado el escultor con sus senos? Debió hacerlo, pero no lo recordaba. Y entonces Dallie subió su camiseta por encima de sus senos y empezó a acariciarla con su boca… esa boca hermosa y maravillosa. Suspiró cuando él chupó suavemente un pezón y después el otro.

Para su sorpresa, se dio cuenta de que sus propias manos estaban también debajo de su camiseta, acariciando el pecho desnudo. El la cogió en sus brazos, andando con ella subida a su pecho, y la tumbó.

Sobre el capó de su Riviera.

– ¡Absolutamente no!

– Es la única posibilidad.

Ella abrió la boca para decirle que nada en el mundo la convencería para quedar destrozada por hacerlo encima del capó de un coche, pero él pareció tomar eso como una invitación.

Antes de darse cuenta, la estaba besando de nuevo. Sin ser demasiado consciente como ya le había pasado antes, se oyó gemir cuando sus besos crecieron más profundos, más calientes. Ella arqueó el cuello hacía él, abrió la boca, empujó la lengua, y se olvidó por completo de su posición humillante. El rodeó un tobillo con sus dedos, y tiró suavemente de su pierna.

– Directamente aquí -canturreó él suavemente-. Pon tu pie justamente aquí al lado de la matrícula, dulzura.

Ella lo hizo así cuando de nuevo le pidió.

– Mueve las caderas un poco hacia adelante. Así está bien -Su voz sonó ronca, no calmada como de costumbre, y su respiración era más rápida de lo normal cuando él la volvió a acariciar. Ella tiró de su camiseta, queriendo sentir la piel descubierta contra sus senos.

El se la quitó por la cabeza y empezó a quitarle las bragas.

– Dallie…

– Está bien, cariño. Está bien -sus bragas desaparecieron y su trasero se estremeció por el frío y por los granos de arena del polvo del camino-. ¿Francie, esa caja de píldoras anticonceptivas que vi en tu neceser no estaba allí de decoración, no es cierto?

Ella negó con la cabeza, no dispuesta a romper el hechizo ofreciendo alguna larga explicación. Cuándo sus períodos de forma sorprendente cesaron, su médico le dijo que dejara de tomar las píldoras, hasta que volviera a tenerlos. El le había asegurado que no podría quedarse embarazada hasta entonces, y actualmente era todo lo que importaba.

Dallie puso una mano en el interior de uno de sus muslos. Lo separó suavemente del otro y empezó a acariciarle la piel levemente, cada vez acercándose más a una parte de ella que no se encontraba hermosa, una parte de ella que siempre había mantenido escondida, pero que sentía ahora caliente, y palpitante.

– Y si alguien viene? -gimió cuando él la rozó

– Espero que alguien lo haga -contestó con voz ronca. Y entonces dejó de acariciarla, dejo de bromear y la tocó ahí… Realmente la tocó. Incluso por dentro.

– Dallie… -su voz era medio gemido, medio grito.

– Te gusta? -murmuró él, deslizando suavemente los dedos dentro y fuera.

– Sí. Sí.

Mientras él jugaba con ella, ella cerró sus ojos contra la media luna de Louisiana encima de su cabeza para que nada la distrajera de las maravillosas sensaciones que se apresuraban por su cuerpo. Ella giró la mejilla y ni sintió la tierra del capó frotar su piel.

Las manos crecieron menos pacientes. Le separó más las piernas y tirando de sus caderas la acercó más al bode. Los pies se equilibraron precariamente en los parachoques, separados por una matrícula de Texas de cromo polvorienta. El manoseó en la bragueta de sus vaqueros y ella oyó que la cremallera bajaba. El levantó las caderas.

Cuándo lo sintió empujar dentro de ella, respiró trabajosamente. El se inclinó, los pies todavía en el suelo, pero retrocedió levemente.

– ¿Te estoy haciendo daño?

– Ah, no…me siento tan bien.

– Por supuesto, dulzura.

Quería que creyera que era una amante maravillosa, hacerlo todo bien, pero el mundo entero parecía estar deslizándose lejos de ella, haciéndola marearse, pesándole el calor.

¿Cómo podía concentrarse cuando la tocaba de esa manera, moviéndose así? Quiso de repente sentirlo más unido a ella. Levantando los pies del parachoques, envolvió una pierna alrededor de sus caderas, y la otra alrededor de la pierna, empujando contra él hasta que absorbió tanto de él como pudo.

– Despacio, dulzura -dijo él-. Toma su tiempo.

Empezó a moverse dentro de ella lentamente, besándola, y haciéndola sentir tan bien como nunca en su vida.

– ¿Vienes conmigo, cariño? -murmuró él suavemente en su oido, con voz levemente ronca.

– Ah, sí… Sí. Dallie… Mi maravilloso Dallie… Mi encantador Dallie… -una cacofonía de su voz parecía estallar en su cabeza mientras le inundaba una hola de placer, y placer, y placer.

Él entró y entró con fuerza, y dejó escapar un grave gemido. El sonido le dio un sentimiento de poder, llevándola a un estado de increible excitación, y llegó otro orgasmo. Él tembló sobre ella durante un momento maravillosamente interminable y luego se dejó caer.

Ella giró la mejilla para apretarla contra el pelo, lo sentía querido y hermoso y auténtico contra ella, dentro de ella. Advirtió que la piel se pegaba junta y que su espalda se sentía húmeda. Sentía una gota pequeña de sudor de él en el brazo desnudo y se dio cuenta de que no le importaba.