Después de que se habían ido a vivir a Nueva York, Teddy había pedido a su mamá que le llevara a conocerlo cuando él fuera a visitar a Holly Grace, pero ella siempre tenía una excusa u otra. Y ahora que esto finalmente había pasado, Teddy sabía que este debía ser más o menos el día más apasionante de su vida.
Pero quería irse a casa ahora porque esto no resultaba para nada como se había imaginado.
Teddy desempaquetó la hamburguesa y levantó la tapa del pan. Tenía ketchup por todas partes. La volvió a empaquetar. De repente Dallie se giró en su asiento y miró directamente a través de la mesa a la cara de Teddy.
Se miraron fijamente, sin decir una palabra.
Teddy comenzó a sentirse nervioso, como si hubiera hecho algo malo. En su imaginación, Dallie habría hecho cosas como bromear y chocar esos cinco, del modo que Gerry Jaffe hacía. Dallie diría, "¡Eh!, compañero, eres la clase de chico que necesito y a Skeet y a mí podría gustarnos tenerte con nosotros cuando las cosas estén complicadas." En su imaginación, Dallie le querría muchísimo más.
Teddy cogió su Coca Cola y fingió estudiar unos posters que había a un lado de la sala cerca del mostrador del McDonald.
Le parecía gracioso que se encontrara con Dallie ahora que su madre estaba tan lejos… hasta no sabía si Dallie y su mamá se conocían. Pero si Holly Grace había dicho que Dallie era bueno, él suponía que lo era. De todos modos él deseaba que su mamá estuviera con ellos en este momento.
Dallie habló tan bruscamente que Teddy brincó.
– ¿Siempre llevas esas gafas?
– No siempre -Teddy se las quitó, doblando con cuidado las patillas, las puso sobre la mesa. Tapando con ellas el signo de McDonalds-. Mi mamá dice que lo que importa de una persona es lo que hay en su interior, no si es guapo o si lleva gafas o no.
Dallie hizo una especie de ruido que no pareció muy agradable, y luego señaló la hamburguesa con la cabeza.
– ¿Por qué no comes?
Teddy empujó el paquete con la punta del dedo.
– Dije que quería una hamburguesa sóla -murmuró-. Esta tiene ketchup.
La cara de Dallie hizo una mueca graciosa.
– ¿Y qué? Un poquito de ketchup no hace daño a nadie.
– Soy alérgico.
Dallie resopló, y Teddy comprendió que no le gustaba la gente que no tomaba ketchup o la gente que tenía alergias. Pensó comerse la hamburguesa de todos modos, solamente para mostrarle que podía hacerlo, pero ya sentía el estómago revuelto, y el ketchup le hacía pensar en sangre, tripas y comer globos oculares.
Además, terminaría con una erupción por todas las partes de su cuerpo.
Teddy intentó pensar en algo que decir para ganar la atención de Dallie. No estaba acostumbrado a tener que impresionar a un adulto. Los niños de su propia edad, a veces pensaban que él era un idiota o él pensaba que ellos eran idiotas, pero no con adultos. Se mordió el labio inferior durante un minuto, y luego dijo:
– Tengo un I.Q. de ciento sesenta y ocho. Voy a una clase especial.
Dallie resopló otra vez, y Teddy supo que había cometido otro error. Había sonado jactancioso, pero pensaba que Dallie podría estar interesado.
– ¿Quién te puso este nombre…Teddy? -preguntó Dallie. Dijo el nombre en tono jocoso, como no gustándole mucho.
– Cuando nací, mi mamá leía una historia sobre un niño llamado Teddy, escrito por un escritor famoso…J. R. Salinger. Es el diminutivo de Theodore.
La expresión de Dallie se puso aún más ácida.
– J. D. Salinger. ¿Alguien te llama Ted?
– Oh, sí -mintió-. Casi todos. Todos los niños y creo que todos, más o menos excepto Holly Grace y mamá. Tú puedes llamarme Ted si quieres.
Dallie metió la mano en su bolsillo y sacó la cartera. Teddy vió algo duro y frío en su cara.
– Toma y pídete otra hamburguesa de la manera como te gustan.
Teddy miró el billete de un dólar que Dallie le ofrecía y agarró su hamburguesa.
– Creo que esta estará bien -despacio empezó a desenvolverla de nuevo.
La mano de Dallie se cerró de golpe sobre la hamburguesa.
– Dije que vayas a comprarte otra, ¡maldita sea!
Teddy se sintió enfermo. A veces su mamá le gritaba si él hacía una observación impertinente o no hacía sus tareas, pero nunca hacía que se sintiera como ahora con su estómago moviéndose, porque él sabía que su mamá le amaba y no quería que creciera siendo un tonto. Pero podía jurar que a Dallie no le gustaba. Y a él tampoco le gustaba Dallie. La boca de Teddy era una línea pequeña, rebelde.
– No tengo hambre, y quiero ir a mi casa.
– Bien, pues eso me parece condenadamente mal. Estaremos viajando un rato, como ya te dije.
Teddy lo miró airadamente.
– Quiero ir a mi casa. Tengo que ir al colegio el lunes.
Dallie se levantó de la mesa y señaló con la cabeza hacia la puerta.
– Vamos. Si vas a actuar como un mocoso consentido, puedes hacerlo mientras estamos en la carretera.
Teddy se quedó detrás de él mientras andaban hacía la puerta. Ya no se preocupaba por las viejas historias de Holly Grace. Por lo que estaba preocupado, era que Dallie era una vieja y gran comadreja babosa. Poniéndose de nuevo las gafas, Teddy se metió la mano en el bolsillo.
Sentía el interruptor tibio y tranquilizador cuando lo colocó contra su palma. Deseó que fuera un arma de verdad. Si Lasher el Grande estuviera aquí, podría cuidarse de Dallie "comadreja babosa" Beaudine.
En cuanto el coche entró en la interestatal, Dallie apretó el acelerador y se movió al carril izquierdo. Sabía que actuaba como un verdadero hijo de puta. Lo sabía, pero no podía detenerse. La rabia no lo abandonaba, y quería golpear algo y destrozarlo como no había querido hacer nada en su vida. Su cólera seguía devorándole, haciéndose más grande y más fuerte hasta que apenas podía contenerla. Sentía como si un poco de su virilidad hubiera sido cortada.
Tenía treinta y siete años y no tenía una maldita cosa que mostrarle a nadie. Era un golfista profesional de segunda fila. Había sido un fracaso como marido, un maldito criminal como padre. Y ahora esto.
Esa ramera. Esa pequeña ramera, egoísta y maldita niña rica. Dio a luz a su hijo y nunca dijo una palabra. Todas esas historias que le contó a Holly Grace… todas mentira.
Se las habían creido. Cristo, se había vengado pero bien, como dijo que haría aquella noche en la pelea del aparcamiento. Con un chasquido de sus dedos, había dado el más despectivo "que te jodan" que una mujer podía dar a un hombre. Le había privado del derecho de conocer a su propio hijo.
Dallie echó un vistazo al niño sentado en el asiento del pasajero a su lado, el hijo que era la carne de su carne tan seguramente como Danny había sido. Francesca debía haber descubierto ya que él había desaparecido. Pensarlo le dio una satisfacción amarga en ese momento.
Esperaba que ella sufriera de verdad.
Wynette estaba igual como Francesca lo recordaba, aunque algunas tiendas habían cambiado. Cuando observaba el pueblo por el parabrisas de su coche alquilado, comprendió que la vida la había llevado en un círculo enorme hacía el punto donde todo había comenzado realmente para ella.
Encorvó sus hombros en una tentativa vana de aliviar un poco de la tensión en su cuello. Todavía no sabía si había hecho lo correcto abandonando Manhattan para volar a Texas, pero después de tres insoportables días de espera que sonara el teléfono y de esquivar a los reporteros que querían entrevistarla sobre su relación con Stefan, había llegado el momento de ponerse a hacer algo.
Holly Grace había sugerido que volara a Wynette.
– Ahí es donde Dallie siempre se dirige cuando está dolido -había dicho -y adivino que él está bastante dolido ahora mismo.