Entonces así es como él lo había sabido. Ella gesticuló hacia su coche, decidida a no seguir más en esa oscura cantera y no escuchar nada sobre palizas a mujeres.
– Dallie, vamos a ir…
– ¿No te imaginaste que Teddy pudiera parecerse a Jaycee, verdad? Nunca pensaste que lo reconocería cuando planeaste esta pequeña guerra sucia privada.
– No planeé nada. Y esto no es una guerra. Hice lo que tenía que hacer. Recuerda lo que yo era entonces. No podía volver a tí corriendo y alguna vez tenía que crecer.
– No era solamente tu decisión -dijo él, sus ojos chispeando de cólera-. Y no quiero oír ninguna gilipollez feminista sobre que no tengo ningún derecho porque soy un hombre y tú eres una mujer, y era tu cuerpo. Era de mi cuerpo, también. También me hubiera gustado ver nacer a mi hijo.
Ella continuó al ataque.
– ¿Qué habrías hecho si hubiera ido hace diez años a decirte que estaba embarazada? ¿Estabas casado entonces, recuerdas?
– Casado o no, hubiera visto la manera de cuidar de tí, eso es malditamente seguro.
– ¡Justamente! No quería que cuidaras de mí. Yo no tenía nada, Dallie. Era una pequeña muchacha tonta que pensaba que el mundo había sido inventado para ser su juguete personal. Tuve que aprender como trabajar. Fregué retretes y comía lo que podía encontrar, perdí todo mi orgullo y no podía marcharme antes de poder ganar algo de amor propio. No podía abandonar e ir corriendo a verte. Tener aquel bebé yo sola era algo que tenía que hacer. Era la única manera que podía redimirme.
La expresión de su cara seguía dura, cerrada, y ella estaba enfadada por intentar hacerlo entender.
– Quiero a Teddy conmigo esta noche, Dallie, o voy a la policía.
– Si quisieras ir a la policía, habrías ido ya.
– La única razón por la que he esperado es porque no quiero publicidad para él. Créeme, no lo aplazaré más -ella dio un paso más cerca, determinada a que viera que ella no era impotente-. No me subestimes, Dallie. No creas que soy la misma muchacha tonta que conociste hace diez años.
Dallie no dijo nada en un momento. Él giró su cabeza y miró fijamente a la noche.
– Otra mujer a la que golpeé fue Holly Grace.
– Dallie, no quiero saber…
Movió la mano con rapidez y cogió su brazo.
– Vas a escucharme, porque quiero que entiendas exactamente con que clase de hijo de puta estás tratando. Pegué con mi mano de mierda a Holly Grace después de morir Danny… esa es el tipo de hombre que soy. ¿Y sabes por qué?
– No lo hagas…-ella intentó soltarse, pero sólo consiguió que la agarrara más fuerte.
– ¡Cuando lloraba! Es por eso que la pegué una bofetada. Pegué a aquella mujer porque lloraba después de que su bebé murió.
Sombras ásperas proyectadas por las luces redujeron su cara. Él dejó caer su brazo, pero su expresión permaneció feroz.
– ¿Eso te da una mínima idea de lo qué podría hacerte?
El la engañaba. Ella lo sabía. Lo sentía. De alguna manera, él se había abierto para que ella pudiera mirar dentro de él.
Le había herido y había decidido castigarla. Probablemente querría golpearla… sólo que no tenía corazón para hacerlo. Podía ver eso, también.
Con más claridad de lo que hubiera deseado, finalmente entendió la profundidad de su dolor. Ella lo sintió en cada uno de sus sentidos porque reflejaba el suyo propio. Todo dentro de ella rechazaba la idea de hacer daño a cualquier ser vivo.
Dallie tenía a su hijo, pero él sabía que no sería capaz de mantenerlo por mucho tiempo. Quería golpearla, pero eso iba contra su naturaleza, así pues él buscaba otro modo de castigarla, otro modo de hacerla sufrir.
Ella sintió una frialdad arrastrándose hacía ella. Dallie era listo, y si le daba tiempo para pensar podría encontrar su venganza. Antes de que esto pasara, ella tenía que pararlo. Tanto por su bien, como por el bien de Teddy, no podía dejar que esto fuera más lejos.
– Aprendí hace mucho que la gente que tiene muchos bienes materiales gasta tanta energia en tratar de protegerlos que pierden de vista lo que realmente importa en la vida.
Ella dio un paso adelante, sin tocarlo, lo justo para poder mirarlo a los ojos.
– Tengo una carrera exitosa, Dallie… una cuenta bancaria con siete cifras, una cartera de inversión asegurada. Tengo una casa y ropa hermosa. Llevo pendientes de diamantes en mis orejas. Pero nunca olvido lo que es importante.
Sus manos fueron a sus orejas. Se desabrochó los pendientes y se quitó los diamantes de los lóbulos de las orejas. Los puso en la palma de la mano, frios como cubitos de hielo. Se los enseñó.
Por primera vez él pareció desconcertado.
– ¿Qué haces? No los quiero. ¡No pensarás que los quiero de rescate!
– Lo sé.
Ella hizo rodar los diamantes en su palma. Dejando que la debil luz se reflejara en ellos.
– No soy tus Pantalones de Lujo más, Dallie. Solamente quiero que comprendas cuales son ahora mis prioridades… lo lejos que iría a recuperarlo. Quiero que conozcas contra lo que te enfrentas -su mano se cerró alrededor de los diamantes-. La cosa más importante de mi vida es mi hijo. Por lo que estoy preocupada; todo lo demás es solamente saliva.
Y luego mientras Dallie miraba, la hija de Jack Day "Negro" lo hizo otra vez. Con un movimiento fuerte de su brazo, lanzó sus impecables pendientes de diamantes lejos al lugar más oscuro de la cantera.
Dallie no dijo nada un momento.
Él levantó su pie y descansó su bota sobre el parachoques del coche, mirando fijamente en la dirección que ella había lanzado las piedras y finalmente mirando hacia atrás, a ella.
– Has cambiado, Francie. ¿Sabes eso?
Asintió con la cabeza.
– Teddy no es un muchacho común.
Por la manera en que lo dijo, ella sabía que él no regalaba elogios.
– Teddy es el mejor niño del mundo -contestó ella bruscamente.
– Necesita un padre. La influencia de un hombre para conseguir endurecerlo. Es un muchacho demasiado suave. Lo primero que tienes que hacer es hablarle de mí.
Quiso gritarle, decirle que nunca haría tal cosa, pero vio con una claridad dolorosa que demasiadas personas sabían la verdad como para seguir manteniendo el secreto de su hijo ya. Asintió de mala gana.
– Tienes demasiados años perdidos que compensarme.
– No tengo que compensar nada.
– No voy a desaparecer de su vida -otra vez su gesto se puso duro-. Podemos arreglar esto nosotros, o puedo contratar a uno de esos abogados chupasangres para ponértelo dificil.
– No quiero que hagas daño a Teddy.
– Entonces más vale que lo arreglemos nosotros -él quitó el pie del parachoques, se encaminó hacía la puerta del conductor, la abrió y se montó-. Márchate a la casa. Te lo traeré mañana.
– ¿Mañana? ¡Lo quiero ahora! ¡Esta noche!
– ¿Bien, me temo que eso no es posible, verdad? -dijo mofándose. Y luego cerró de golpe la puerta del coche.
– ¡Dallie!
Corrió hacia él, pero él ya se dirigía fuera de la cantera, sus neumáticos escupiendo grava. Gritó hasta que comprendió lo inutil que era, y corrió a su propio coche.
El motor no le arrancó al principio, y tuvo miedo que hubiera gastado la batería por dejar las luces encendidas.
Cuando finalmente arrancó, Dallie ya había desaparecido. Salió hacía el escarpado camino, ignorando cómo la parte de atrás coleaba. En lo alto, vió los dos débiles puntos rojos en la distancia.
Sus neumáticos chirriaron cuando aceleró. ¡Si no estuviera tan oscuro! Él entró en la carretera y ella corrió después de él.
Durante varios kilómetros, siguió tras él, sin hacer caso al chillido de sus neumáticos cuando aceleraba al salir de las curvas, llevando el coche a velocidades imprudentes cuando la carretera era recta.