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– ¡Teddy…!

– ¡No! -usando toda su fuerza, soltó sus manos y antes de que ella pudiera cogerlo, había salido del cuarto. Oyó sus rápidas pisadas, enfadadas bajar la escalera.

Ella se sentó sobre sus talones. Su hijo, a quien gustaba cada macho adulto que alguna vez había encontrado en su vida, no quería a Dallie Beaudine.

Por un instante sintió una pequeña punzada de satisfacción, pero entonces, en un destello de perspicacía, comprendió que no importaba cuanto pudiera odiarlo, Dallie estaba obligado a hacerse un sitio en la vida de Teddy.

¿Qué efecto tendría sobre su hijo el tener aversión al hombre que, tarde o temprano, tenía que comprender que era su padre?

Pasándose las manos por el pelo, se levantó y cerró la puerta para poder vestirse. Mientras se ponía unos pantalones y un suéter, vió de nuevo en su mente la cara de Dallie cuando los miraba.

Había algo familiar en su expresión, algo que la recordaba a las muchachas perdidas que la esperaban en el exterior del estudio por la noche.

Frunció el ceño al espejo. Era demasiado imaginativa.

Dallie Beaudine no era un fugitivo adolescente, y rechazaba malgastar su compasión con un hombre que era poco mejor que un delincuente común.

Después de echar una ojeada al cuarto de costura para asegurarse que Doralee estaba todavía dormida, se tomó unos minutos para hacer una llamada telefónica y establecer una cita con uno de los trabajadores sociales.

Después, fue a buscar a Teddy. Lo encontró sentado sobre un taburete al lado de un banco de trabajo en el sótano donde Skeet trataba de arreglar un palo de golf. Ninguno de ellos hablaba, pero el silencio parecía ser sociable más que hostil. Vio unas rayas sospechosas sobre las mejillas de su hijo y deslizó el brazo alrededor de sus hombros, su corazón sufriendo por él.

No había visto a Skeet en diez años, pero él cabeceó hacía ella como por accidente, como si no se vieran desde hacía diez minutos. También le saludó con la cabeza. El conducto de la calefacción encima de su cabeza sonaba.

– Teddy va a ser mi ayudante mientras intento ensamblar estos hierros aquí -anunció Skeet-. La mayoria de las veces ni se me ocurriría tener a un niño como ayudante, pero Teddy es el muchacho más responsable que he visto nunca. Él sabe cuando hablar, y cuando mantener la boca cerrada. Me gusta eso en un hombre.

Francesca podría haber besado a Skeet, pero ya que no podía hacer eso, presionó sus labios en la cima de la cabeza de Teddy en cambio.

– Quiero ir a casa -dijo bruscamente Teddy-. ¿Cuándo podemos irnos?

Y luego Francesca lo sintió tensarse.

Ella sintió que Dallie había entrado en el taller detrás de ellos antes de que oyera su voz.

– Skeet, ¿por que no subes con Teddy a la cocina y le das un poco de tarta de chocolate?

Teddy saltó del taburete con una rapidez que ella sospechaba era más por su deseo de alejarse de Dallie que de su ansia por la tarta de chocolate. ¿Qué había ocurrido entre ellos para hacer a Teddy tan desgraciado?

Siempre le habían gustado las historias de Holly Grace. ¿Qué le había hecho Dallie para enajenarlo tan completamente?

– Ven también, mamá -dijo, agarrando su mano-. Vamos a ir a comer tarta. Venga, Skeet. Vamos.

Dallie tocó el brazo de Teddy.

– Subid Skeet y tú sólos. Quiero hablar con tu mamá un minuto.

Teddy apretó la mano de Francesca más fuerte y se giró hacía Skeet.

– ¿Tenemos que arreglar esos palos, verdad? Dijiste que teníamos que hacerlo. Vamos a comenzar ahora mismo. Mi mamá puede ayudarnos.

– Puedes hacerlo más tarde -dijo Dallie más bruscamente-. Quiero hablar con tu mamá.

Skeet dejó el palo que sostenía.

– Ven conmigo, muchacho. Tengo algunos trofeos de golf que quiero enseñarte de todos modos.

A pesar que a Francesca le habría gustado aplazarlo, sabía que no podía posponer la confrontación. Con cuidado soltándose del apretón de Teddy, cabeceó hacia la puerta.

– Sube con Skeet, mi amor. Te alcanzaré en un minuto.

La mandíbula de Teddy se tensó tercamente. Él la miró y luego a Dallie. Comenzó a alejarse, arrastrando los pies, pero antes de que llegara a la puerta, se giró y con ira se encaró con Dallie.

– ¡Mejor no le hagas daño! -le gritó-. ¡Si le haces daño, te mataré!

Francesca estaba aterrada, pero Dallie no dijo una palabra. Él solamente estaba de pie mirando a Teddy.

– Dallie no va a hacerme daño -dijo ella rápidamente, apenada por el arrebato de Teddy-. Él y yo somos viejos amigos.

Las palabras le salían a duras penas de su garganta, pero logró acompañarlas de una sonrisa indiferente. Skeet cogió el brazo de Teddy y lo llevó hacia la escalera, pero no antes de que su hijo lanzara una mirada de forma amenazadora por encima del hombro.

– ¿Qué le has hecho? -exigió Francesca en el momento que Teddy ya no podía oírlos-. Nunca lo he visto actuar así con nadie.

– No intento ganar una competición de popularidad con él -dijo Dallie con frialdad-. Quiero ser su padre, no su mejor amigo.

Su respuesta la enfureció tanto que la asustó.

– Tú no puedes entrar a la fuerza en su vida después de nueve años y esperar que te acepte como su padre. En primer lugar, él no te quiere. Y en segundo lugar, yo no lo permitiré.

Un músculo brincó en su mandíbula.

– Como te dije en la cantera, Francesca… podemos resolver esto nosotros, o podemos dejar a las sanguijuelas hacerlo. Los padres tienen derechos ahora, ¿o tú no lees los periódicos? Y puedes ir olvidándore de salir de aquí en los próximos dias. Necesitamos algún tiempo para arreglar todo esto.

En algún lugar de su subconsciente ella había llegado a la misma conclusión, pero ahora lo miró con incredulidad.

– No tengo ninguna intención de permanecer aquí. Tengo que llevar a Teddy a la escuela. Abandonamos Wynette esta tarde.

– No pienso que eso sea una idea buena, Francie. Tú has tenido sus nueve años. Ahora me debes unos días.

– ¡Lo has secuestrado! No te debo un sangriento…

Él apuñaló el aire con su dedo como un coronel enfadado.

– Si no estás dispuesta a concederme unos dias para intentar llegar a un arreglo, entonces supongo que todo lo que me dijiste en la cantera sobre saber qué es lo importante en la vida era un embuste, verdad?

Su belicosidad la puso furiosa.

– ¿Por qué haces esto? No te preocupa nada sobre Teddy. Solamente usas a un niño para devolverme el golpe por apuñalar tu ego masculino.

– No intentes practicar tu psicología barata conmigo, señorita Pantalones de Lujo -le dijo con frialdad-. Tú no tienes la menor idea de que me preocupa.

Ella levantó la barbilla y lo miró airadamente.

– Todo lo que sé es que has logrado enajenar a un niño a quien le gusta absolutamente todo el mundo sobre todo si son de sexo masculino.

– ¿Sí? -Dallie se mofó-. Bien, eso no es ninguna sorpresa, porque yo nunca vi a un niño con tanta necesidad de la influencia de un hombre en mi vida. ¿Has estado tan ocupada con tu maldita carrera que no podías encontrar unas horas para apuntarle a algún deporte o algo así?

Una rabia helada llenó a Francesca.

– Eres un hijo de puta -silbó. Pasando por delante de él, se dirigió rapidamente hacía la escalera.

– ¡Francie!

No hizo caso a la llamada detrás de ella. Su corazón retumbaba en su pecho, se dijo que era una completa idiota por haber sentido un instante de compasión por él. Llegó arriba y empujó la puerta que conducía al pasillo trasero.

Él podía lanzar a todos los abogados sanguijuelas del mundo sobre ella, se prometió, pero nunca volvería a estar cerca de su hijo otra vez.

– ¡Francie! -oyó sus pasos sobre la escalera, y simplemente aceleró el paso. Pero enseguida la alcanzó, agarrándola del brazo para hacerla detenerse-. Escucha, Francie, no quise decir…