La mujer se inclinó para acercarse y dijo en un susurro:
– Las otras personas que vienen a Paraíso. Yo no sé qué ocurre con ellas. Vienen, pasan por la organización y desaparecen.
– ¿No viven en la casa?
Maria Eriksson rió con amargura.
– No, sólo nosotros; hemos alquilado una habitación que pagamos bajo cuerda. Ella piensa que va a hacer un dineral con nosotros puesto que nuestro caso está tan claro; por ese motivo es por lo que vivimos allí. Pero yo ya la he calado; si los Servicios Sociales de nuestro distrito hacen el pago, ella cogerá el dinero y saldrá corriendo. No nos llegará ni un céntimo.
Maria se cubrió la cara con las manos.
– ¡Y yo que la creí! Salí de Guatemala para meterme en Guatepeor.
Annika se acordó de pronto del funcionario de Vaxholm, el tipo al que había conocido el día anterior, Thomas.
– Tiene que ponerse en contacto con la oficina de su zona -dijo.
La mujer cogió otro pañuelo.
– Ya lo sé. Tenemos que encontrar otro sitio donde vivir; mi marido está intentando conseguir una casita de la que le han hablado. En cuanto resolvamos eso, nos iremos de Paraíso, y después me pondré en contacto con la oficina. No puedo hacer nada mientras vivamos en la casa de la fundación.
– ¿Cuánto tiempo calcula usted que tardará?
– Unos cuantos días más; esta semana, como mucho.
Annika reflexionó sobre ello y preguntó:
– Las amenazas a las que se refiere Rebecka, ¿sabe usted algo de eso?
Maria suspiró.
– Rebecka afirma que la mafia anda tras ella, aunque no se me ocurre por qué. Me suena un poco rocambolesco. ¿Qué puede haberle hecho ella a la mafia?
Annika se encogió de hombros.
– ¿Sabe usted qué pasa con el dinero?
Maria negó con la cabeza.
– No puedo entrar en el despacho. Ella guarda los archivos en una de las habitaciones de la planta baja, y la puerta está siempre cerrada. Pero se paga a sí misma un gran sueldo. Encontré una nómina en la basura a finales de la semana pasada.
Annika se irguió en el asiento. Nóminas: eso significaba números de cuentas bancarias, números de identificación, montones de información.
– Sí, creo que sí…
Maria rebuscó en el bolso y encontró un trozo de papel arrugado manchado de café.
– Está un poco sucio -se disculpó al entregárselo a Annika.
Todo aparecía allí: una cuenta bancaria, un número de identificación, una dirección, la deducción de Hacienda… todo, excepto el número de Paraíso como organización. También figuraba un sueldo muy elevado, cincuenta y cinco mil coronas al mes.
– Es una cuenta de la Caja de Ahorros de Förening -explicó Maria-; la dirección es la misma que la de Paraíso, un apartado de correos de Järfälla.
– ¿Cuál es la dirección?
Maria se la dijo.
Como de costumbre, la reunión de las once estaba demasiado orientada hacia el futuro y no lo suficiente a lo que hubiera ocurrido el día anterior. El concepto que los nuevos editores tenían del periódico del día siguiente era generalmente evocador de un suflé: el periodismo gonzo da por sentado que la gente tiene que contar sus miserias, confesar o negar escándalos, divulgar la tragedia, el dolor, la rabia, los errores o injusticias que han sufrido. Los desastres se hicieron más graves de lo que en realidad fueron, las vidas y amores de los famosos se exageraron desmesuradamente. Las consecuencias de las nuevas propuestas políticas se simplificaron en exceso y al público en general invariablemente se le calificó bien de triunfador o bien de fracasado.
Anders Schyman suspiró: así era la profesión, después de todo. Los nuevos editores hiperentusiastas no eran exclusivos de Kvällspressen. El mismo fenómeno estaba presente en la emisora pública nacional, donde había trabajado él muchos años, con una ligera variación. El punto de partida para cualquiera que estuviera al frente de un programa era la necesidad de lograr el mayor impacto posible. Para Kvällspressen esto podría significar concentrarse en una persona famosa de la televisión que se rompe un tobillo durante un concurso, mientras que un debate televisivo haría bingo si un personaje importante se pusiera nervioso e hiciese el ridículo. En ese momento, Ingvar Johansson estaba informando al grupo de su propuesta para entrevistar al chico discapacitado que había llevado a los tribunales a la Administración local y había ganado. Una tarta y flores, nada de champán, una foto grande con toda la familia reunida alrededor del muchacho, abrazándolo. Él tenía en mente un desplegable central; la cabecera «¡Kvällspressen influyó decisivamente!» ya estaba maquetada.
– ¿Sabemos si la familia querrá hacerse la fotografía? -preguntó Schyman.
– No -respondió Ingvar Johansson-, pero el reportero se ocupará de eso. Es Carl Wennergren, así que podemos estar tranquilos.
Todos hicieron un gesto de aprobación con la cabeza.
– Hay novedades en la historia del homicidio del Frihamnen -informó Sjölander-. Un hombre que participa en las carreras con mapa y brújula que hacen los ex alumnos encontró ayer el camión de cigarrillos que había desaparecido. Estaba completamente echado a perder por el fuego y escondido en una especie de barranco en las inmediaciones de la zona donde coinciden las provincias de Östergtland, Södermanland y Närke.
– Quizá a alguien se le subió el humo a las narices -dijo Picture Pelle, granjeándose algunas risas.
– En la cabina se encontraron dos cadáveres -dijo Sjölander con el gesto adusto-. Los forenses no han terminado todavía la autopsia, pero la policía está muy nerviosa. Parece que las víctimas fueron torturadas. Tenían machacadas todas las articulaciones. El agente con quien hablé no había visto nada tan horroroso en su vida.
Se hizo el silencio en la habitación. Sólo se oía el aire acondicionado.
– ¿Qué puede revelar la policía a la prensa? -preguntó Schyman.
Sjölander hojeó sus anotaciones.
– El lugar en que se encontraron los cuerpos está situado en una zona boscosa y escarpada al norte de Hävla, en la región de Finnspäng. Hay un camino muy malo entre los árboles que sigue el barranco donde apareció el camión. Se han descubierto pistas muy interesantes. Hay huellas de neumáticos pertenecientes a un vehículo distinto al camión, y son muy características. Se trata de un tipo de neumáticos de invierno sin clavos. Anchos, norteamericanos, usados sólo por unas cuantas marcas de automóviles. Estamos hablando de un 4 x 4 grande, como un Range Rover o alguno de los modelos más amplios del Toyota Land Cruiser. Los policías ya han remolcado los restos, lo que, al parecer, no ha resultado fácil, y les gustaría que dijéramos en el periódico que, si alguien ha visto algo, se ponga en contacto con ellos.
– ¿Cómo llevaron el camión hasta allí? -preguntó Ingvar Johansson.
Sjölander suspiró.
– Conduciéndolo, evidentemente; eligieron un día en que el suelo estaba helado. El propietario del terreno no está muy contento, le han destrozado cientos de arbolitos jóvenes a lo largo del camino.
– ¿Y quién lo ha hecho? -preguntó Schyman.
– La mafia serbia -respondió Sjölander-. Está claro como el agua. Y no hemos visto el final todavía. Los tipos del camión no debieron de decir nada; en otro caso, les habrían dejado alguna articulación intacta. Quienquiera que sea el dueño de los cigarrillos va a seguir matando gente hasta que encuentre el cargamento. El que sepa algo está jodido.
– ¿Qué más sabemos de la mafia serbia? -preguntó Schyman-. Cosas que podamos publicar, quiero decir.
– Se cree que el gobierno serbio está detrás de todo esto -dijo Sjölander-, pero nadie ha podido demostrarlo. Dado el alcance de los recursos desplegados en estas operaciones, bien se puede pensar que cuenta con el beneplácito de algún Estado. Ésa es la razón de que no haya confidentes que sepan cómo funciona la organización o que conozcan toda la trama. Los que están enterados o bien forman parte del gobierno de Belgrado o están vinculados a éclass="underline" jefes de policía, gerifaltes militares…