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Annika recogió sus cosas.

– Puedo revelar también que vamos a tener bastantes fotógrafos de servicio esa mañana; más o menos para cuando comience la tirada.

Q. apartó la taza de café y se levantó.

– Nosotros hacemos nuestro trabajo -dijo él-, por el bien de los ciudadanos. No por otra cosa.

Annika se abrochó el abrigo y se paró.

– Igual que nosotros -dijo ella.

Anders Schyman hojeó todo el diario del día y miró las fotos de la primera página. Anneli, de Motala, junto con su hijo discapacitado Alexander, traicionados por el ayuntamiento, desesperados, abandonados. El inventario de Carl Wennergren de las transgresiones cometidas por los Servicios Sociales y las patéticas excusas de los representantes del gobierno local.

La vida es un infierno para algunas personas, pensó Schyman. Se moría por un whisky. Echaba de menos a su mujer, a su perro, la cómoda silla de su casa de Saltsjöbdaden. Había sido una dura semana. La confirmación de Torstensson como director le había afectado más de lo que quería reconocer. Torstensson tenía que irse. No había otra alternativa si el periódico quería sobrevivir.

Schyman se rascó la cabeza y suspiró. A su entender, tenían tres años para darle la vuelta a los números. Si ese periodo iba a suponer la transición a las nuevas tecnologías y los nuevos métodos, él tendría que dirigirlo. Iba a luchar por ello y necesitaba un poco de whisky. Un buen vaso de whisky. En aquel instante.

Alguien llamó a la puerta. Mierda. Ya no soportaba más, ¿quién demonios sería?

Annika Bengtzon asomó la cabeza por la puerta.

– ¿Tienes un momento?

Él cerró los ojos.

– Estaba a punto de irme. ¿Qué quieres?

Annika cerró la puerta tras ella, se puso delante de su escritorio, dejó el bolso en el suelo y luego el abrigo.

– He escrito un artículo -anunció.

Vaya, aleluya, pensó Schyman.

– ¿Y? -preguntó.

– Creo que será mejor que lo leas. Podría decirse que es un tema controvertido.

– Entiendo -murmuró, y cogió el disco que ella le ofrecía.

Movió su silla, insertó el disco y esperó que el apareciera el icono en la pantalla de su ordenador. Un doble clic, y se lo ventilaría enseguida.

El alma se le cayó a los pies.

– Aquí hay tres artículos -dijo.

– Empieza por el primero -dijo Annika, sentándose en una de las cómodas sillas para las visitas.

Era un artículo largo, una descripción completa de la mafia serbia en Belgrado, su campo de operaciones, las responsabilidades de los diferentes grupos.

El segundo era un inventario de cómo la mafia serbia operaba en Suecia, en el que se detallaban las direcciones de las bases de los grupos que hacían contrabando de drogas, cigarrillos y alcohol ilegal, y luego estaba la inmigración ilegal y la prostitución.

El tercero era similar, sólo que omitía las direcciones.

– ¿No estabas de baja? -preguntó Schyman.

– Da la casualidad de que me he topado con una buena historia -dijo ella.

– No podemos publicar esto -dijo él.

– ¿Qué parte? -preguntó ella.

Otro suspiro.

– La parte sobre los sellos TIR -dijo-. Declarar que la embajada tiene acceso a algo así… es absurdo, ¿cómo demonios vamos a verificarlo?

Ella se agachó, hurgó en su bolso y le puso un montón de documentos encima de la mesa.

– Dos sellos TIR -dijo-. Robados de la embajada yugoslava.

Se quedó boquiabierto y ella siguió hurgando en su bolso.

– Respecto a las operaciones en Suecia -dijo-, sé que la policía va a organizar una gran redada en todos los domicilios repartidos por el país. Tendrá lugar un día de éstos a las seis de la mañana.

– ¿Cómo lo sabes? -preguntó Schyman.

Annika le miró a los ojos.

– Porque le he dado una copia a la policía -dijo ella-. Debemos coordinar la publicación con la redada que ellos hagan.

Él sacudió la cabeza.

– ¿Qué estás haciendo? ¿En qué te has metido?

– Yo tengo datos de una fuente segura, pero sólo de una. Sé que los textos no pueden publicarse tal y como están ahora, porque necesito confirmar los hechos de antemano. Sólo la policía puede darme esa confirmación, y para hacerlo tuve que acudir a ella, ¿no?

Schyman no daba crédito.

– El primer día publicamos los artículos uno y tres -dijo ella-, la descripción general de la estructura de la mafia tanto a nivel internacional como en Suecia, sin detalles. Al mismo tiempo que el diario va a imprenta coordinamos los procedimientos policiales. Ahí tenemos los artículos para el día dos. Después de las revelaciones del Kvällspressen, bla-bla-bla; ya sabes. El tercer día publicamos las reacciones y los comentarios, tanto del lado sueco como del serbio. Oficialmente, la embajada agradecerá la limpieza. Cualquier información de la implicación de la embajada se descartará como propaganda malintencionada. Dirán que los informes sellados son falsos.

Él se quedó mirándola.

– ¿Cómo has cocinado todo esto?

La joven se encogió de hombros.

– Tú mismo. Yo escribí los artículos en mi tiempo libre y no quiero ningún pago por ellos. La policía va a seguir sus procedimientos, con o sin nuestros fotógrafos en el lugar. Está en tus manos decidir si el diario estará en el lugar de la acción o no. Yo estoy de baja por enfermedad.

Annika se levantó.

– Ya sabes dónde encontrarme -dijo.

– Espera -dijo él.

– No -contestó ella-. Estoy cansada de promesas que nunca llegan. No quiero seguir perdiendo el tiempo con el turno de noche. Me he comprado un ordenador y puedo estar en casa y escribir como free lance si no tengo sitio en este diario como periodista. Tú eres el redactor jefe, por el amor de Dios, deberías ser capaz de tomar tus propias decisiones y defenderlas.

Ella cerró la puerta tras de sí cuando salió.

Él se quedó mirándola; la vio desaparecer de la redacción sin hablar con nadie, sin saludar a nadie. Estaba chiflada. Un lobo solitario, y lo que decía lo decía en serio. Tenía lo que hacía falta para ser periodista, pero él no podía contratar más personal. Sería estúpido dejarla ir. Además, en comparación con los otros redactores, su sueldo era insignificante.

Cogió el teléfono y marcó el número interno de recepción. Como era su día de suerte, Tore Brand estaba de guardia.

– Annika Bengtzon está bajando -dijo-. Péscamela.

– ¿Tengo pinta de pescador profesional? -siseó el guardia.

– Es importante -dijo Schyman.

– Qué importantes se creen los de arriba…

Se quedó con el auricular en la mano, los pensamientos le daban vueltas en la cabeza. La historia de los yugoslavos era dudosa, pero muy buena. La coordinación con la policía resultaba controvertida, pero el método más seguro y rápido para controlar la veracidad de la historia. La forma en que se ha organizado el asunto seguramente conduciría a algún tipo de debate, pero eso sería un extra. Se sentaría con gusto en el club de publicistas para defender al diario y la libertad de prensa. Era hora de tomar un lugar en la opinión pública.

O nadas o te hundes, es hora de probar el agua, pensó Anders Schyman.

– ¡Bengtzon! ¡Te reclaman al teléfono!

Se oían muchas interferencias cuando Tore Brand le pasó el auricular por la ventanilla.

– ¿Qué? -preguntó Annika.

– Eres periodista a partir de enero -dijo Anders Schyman-. Puedes elegir entre hacer reportajes, noche, sucesos o misceláneas.

Más allá de los murmullos de Tore Brand, el silencio reinaba del otro lado de la línea.

– ¿Hola? -dijo Schyman.

– Sucesos -dijo Annika-. Quiero trabajar en la redacción de sucesos.

Ellos me han hecho responsable

Me han pillado. Todos juntos, ellos dictan los cargos, la sentencia y el castigo.