Hubo algunas risitas apreciativas. Nora me observaba con fijeza. Continué:
– Los problemas de compatibilidad son tantos que ni siquiera hablemos de ellos. Quiero decir, eso de que los sistemas habilitados para el GoldDust funcionen sólo con productos del mismo fabricante, la falta de un código estándar. Philips repite y repite que van a sacar una versión nueva y estandarizada de GoldDust. Sí, claro: tal vez cuando todos hablemos en esperanto.
Nuevas risas, aunque noté de pasada que la mitad de los presentes habían puesto cara de piedra. Mordden me comía con los ojos, fascinado, igual que los mirones se quedan boquiabiertos frente a un accidente con varias víctimas mortales desparramadas sobre la mediana. Tom Lundgren me miraba con una sonrisa torcida y graciosa. Su pierna derecha se movía como un martillo neumático.
Mientras tanto, yo iba entrando en calor, sintiéndome cómodo.
– Quiero decir, el ritmo de transferencia es cuánto, ¿menos de un megabit por segundo? Patético, la verdad. Menos de la décima parte de un WiFi. Esto es un juego de niños. Y ni hablemos de lo fácil que es interceptar, es que no hay la más mínima seguridad.
– Toda la razón -dijo alguien en voz baja, pero no pude ver quién era. Mordden brillaba de contento. Phil Bohjalian me miraba con ojos entrecerrados: su expresión era críptica, imposible de interpretar. En ese momento levanté la cara y vi a Nora. Tenía la cara roja. Quiero decir que uno podía ver la ola de color subiéndole por el cuello hasta los ojos abiertos.
– ¿Ha terminado? -ladró.
De repente me sentí mareado. Esta no era la reacción que esperaba. Qué, ¿me había enrollado demasiado?
– Sí -dije con recelo.
Un tío de aspecto indio sentado al frente de mí dijo:
– ¿Por qué estamos repasando esto? Nora, pensé que habías tomado una decisión al respecto la semana pasada. Parecías muy convencida de que la funcionalidad añadida bien valía el coste. ¿Por qué volvéis los de marketing a este viejo debate? ¿No estaba decidido el asunto?
Chad, que había estado estudiando la tabla, dijo:
– Venga, tíos, dadle un respiro al nuevo. No podemos esperar que lo sepa todo, el pobre ni siquiera sabe todavía dónde está la máquina del capuchino.
– Creo que no debemos perder más tiempo en esto -dijo Nora-. Está decidido: GoldDust se añade.
Me lanzó una mirada de ira intensa.
Cuando terminó la reunión, después de veinte minutos de nudos en el estómago, y la gente empezó a salir de la habitación, Mordden me dio una palmadita rápida y furtiva en el hombro, lo cual debería habérmelo dicho todo. La había cagado del todo. La gente me lanzaba toda clase de miradas curiosas.
– Nora -dijo Paul Camilletti, levantando un dedo-, ¿te importa quedarte un segundo? Quisiera repasar unas cosillas.
Cuando salí, Chad se me acercó y habló en voz baja.
– Parece que no se lo tomó demasiado bien -dijo-. Pero fue una aportación valiosa, tío.
Sí, claro, hijo de puta.
Capítulo 20
Unos quince minutos después del final de la reunión, Mordden se pasó por mi cubículo.
– Bien, bien, me has impresionado.
– No me digas -dije sin mucho entusiasmo.
– Sí. Tienes más cojones de los que había pensado. Cogerla contra tu jefe, la temible Nora, en su proyecto favorito… -Sacudió la cabeza-. ¡Hablando de tensiones creativas! Pero alguien te debería poner al tanto de las consecuencias de tus acciones. Nora no olvida las afrentas. Ten en mente que los más crueles guardias de los campos nazis eran mujeres.
– Gracias por el consejo -dije.
– Tendrás que mantenerte alerta con respecto a posibles señales de disgusto. Por ejemplo, cajas vacías apiladas junto a tu cubículo. O de repente no lograr entrar en tu ordenador. O que Recursos Humanos te pida el carnet. Pero no te preocupes, te darán una buena recomendación, y en Trion los servicios de colocación externa son gratis.
– Ya. Gracias.
Me di cuenta de que tenía correo de voz. Cuando Mordden se fue, levanté el auricular.
Era un mensaje de Nora Sommers, que me pedía -no, me ordenaba- ir a su despacho de inmediato.
Cuando llegué, estaba azotando el teclado. Me dio una mirada rápida, lateral, reptilesca, y volvió al ordenador. Así me ignoró durante unos dos minutos. Me quedé allí, incómodo. Su rostro comenzó de nuevo a llenarse de rubor. Casi me dio lástima que su propia piel la delatara tan fácilmente.
Al final levantó la cabeza, se giró sobre su silla para mirarme de frente. Los ojos le brillaban, pero no de tristeza. Algo diferente, algo casi salvaje.
– Escuche, Nora, me gustaría disculparme por…
Ella habló en voz tan baja que apenas pude oírla.
– Sugiero que sea usted quien escuche, Adam. Ya ha hablado suficiente por hoy.
– Me he portado como un idiota…
– Y hacer semejante comentario frente a Camilletti, el Señor Tope de Gastos, el Señor Margen de Ganancia… Ahora tengo que llevar a cabo reparaciones urgentes, gracias a usted.
– He debido quedarme callado…
– Si trata de menoscabar mi autoridad -dijo-, no sabe con quién se ha metido.
– Si hubiera sabido…
– Ni se moleste. Phil Bohjalian me dijo que había pasado por su cubículo y lo había visto investigando apasionadamente acerca de GoldDust antes de la reunión, antes de su rechazo «casual», «improvisado», de esta importante tecnología. Déjeme que le asegure algo, señor Cassidy. Usted puede creerse un geniecillo de mierda por cuenta de su recorrido en Wyatt, pero aquí en Trion yo no me dormiría sobre los laureles. Si no se sube al autobús, el autobús va a arrollarlo. Y óigame bien: seré yo quien esté al volante.
Me quedé allí unos segundos, mientras ella me aniquilaba con esos gigantescos ojos de predador. Miré al suelo, levanté la cabeza.
– La he cagado -dije-, y la verdad es que le debo una disculpa inmensa. Evidentemente juzgué mal la situación, y probablemente me haya traído conmigo los viejos prejuicios de Wyatt, pero eso no es excusa. No volverá a ocurrir.
– No habrá oportunidad de que vuelva a ocurrir -dijo en voz baja. Era más dura que cualquier policía de tráfico que me hubiera obligado a detenerme a un lado de la carretera.
– Comprendo -dije-. Y si alguien me hubiera dicho que la decisión ya se había tomado, seguro que me hubiera callado la bocaza. Supongo que me imaginé que la gente aquí en Trion había oído hablar de lo de Sony. El error es mío.
– ¿Sony? -dijo-. ¿Qué quiere decir con «oído hablar de lo de Sony»?
La gente de espionaje industrial de Wyatt le había vendido esta primicia, y él me la había pasado para que la usara en un momento estratégico. Supuse que salvar mi cabeza contaba como momento estratégico.
– Ya sabe, lo de que están descartando sus planes de incorporar el GoldDust en sus nuevos ordenadores de mano.
– ¿Por qué? -preguntó con aire suspicaz.
– El último modelo de Microsoft Office no va a aceptarlo. Sony cree que si incorporan el GoldDust, perderán millones de dólares en ventas empresariales, así que optarán por Black-Hawk, el protocolo inalámbrico que Office sí aceptará.
– ¿Lo aceptará?
– Absolutamente.
– ¿Y está usted seguro de esto? ¿Sus fuentes son completamente fiables?
– Completamente, cien por cien. Me juego la vida.
– ¿Y la carrera también? -Sus ojos me penetraron como un taladro.
– Creo que acabo de hacerlo.
– Muy interesante -dijo-. Extremadamente interesante, Adam. Se lo agradezco.
Capítulo 21
Ese día me quedé trabajando hasta tarde. A las siete y media el lugar estaba ya vacío. Incluso los más recalcitrantes adictos al trabajo preferían trabajar desde casa de noche, conectándose a la red de Trion, así que ya no era necesario quedarse hasta tarde en la empresa. A las nueve, ya no se veía un alma. Las luces fluorescentes del techo seguían encendidas y titilaban levemente. Desde ciertos ángulos, los ventanales parecían negros; desde otros ángulos se veía la ciudad desplegarse con sus luces centelleando y los faros de los coches pasando en silencio.