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Dio un par de pasos al interior del despacho, sacudió la cabeza.

– Y yo que creía haberlo visto todo, tío.

– Mire, tenemos un gran proyecto que entregar mañana -comencé a decir, indignado.

– Tiene usted un Bullitt. Eso es un Bullitt genuino.

Enseguida vi lo que el hombre miraba con tanta atención mientras avanzaba. Era una fotografía a color, de gran tamaño y marco plateado, que había colgada en la pared. La foto de un deportivo clásico bellamente restaurado. El guardia caminaba hacia ella, aturdido, como si se acercara al Arca de la Alianza.

– Mierda, tío, es un Mustang 1968 GT tres-noventa, y es original. -Exhaló como si hubiera visto el rostro del Señor.

La adrenalina surtió efecto y el alivio empezó a salirme por los poros. Dios mío.

– Sí -dije con orgullo-. Lo felicito.

– Tío, mira este Mustang. ¿Y este pony es GT de fábrica?

¿Qué coño sabía yo? Era incapaz de distinguir un Mustang de un Dodge Dart. Por lo que yo sabía, aquello podía ser la foto de un Gremlin AMC.

– Claro -dije.

– Hay cantidad de falsos por ahí, ¿sabe? ¿Ha levantado el asiento trasero, ha visto si tiene las placas metálicas, los refuerzos del tubo de escape doble?

– Sí, claro -dije con ligereza. Me puse de pie, alargué la mano-. Nick Sommers.

Su apretón era seco, y su mano grande envolvió la mía.

– Luther Stafford -dijo-. Me parece que no lo he visto antes.

– Sí, nunca estoy por las noches. Este maldito proyecto… Siempre lo mismo: «Lo necesitamos para las nueve de la mañana, corre prisa.» Sí, date prisa y luego espérate. -Traté de parecer despreocupado-. Da gusto ver que no soy el único que trabaja hasta tarde.

Pero el guardia no cambiaba de tema.

– Tío, creo que nunca he visto un pony Fastback en Highland Green. Fuera de una peli, quiero decir. Este parece el mismo que usó Steve McQueen para sacar de la carretera al malvado Dodge Charger negro y obligarlo a meterse en la gasolinera. Volaban los tapacubos, tío. -Soltó una risita suave y dulce, una risa de cigarrillos y alcohol-. Bullitt. Mi peli favorita. La he visto mil veces.

– Sí -dije-. El mismo.

Se acercó más. De repente me di cuenta de que había una gigantesca estatuilla dorada sobre el anaquel, junto al marco plateado de la foto. Sobre la base de la estatua, en letras negras e inmensas, se leía: mujer del año, 1999. EN RECONOCIMIENTO A NORA SOMMERS. Rápidamente rodeé el escritorio y me puse frente al premio como si también yo inspeccionara la fotografía.

– Tiene el alerón trasero y todo -siguió el hombre-. Doble tubo de escape, ¿correcto?

– Correcto.

– ¿Con los bordes chapados y todo?

– Por supuesto.

Sacudió de nuevo la cabeza.

– ¿Y lo restauró usted mismo?

– No, no. Ojalá tuviera el tiempo.

Volvió a reír, una risa grave y sorda.

– Sé a qué se refiere.

– Se lo compré a un tío que lo guardaba en su establo.

– ¿Trescientos veinte caballos de fuerza?

– Exacto -dije como si lo supiera.

– Mira la cubierta de los intermitentes de esta criatura. Yo tuve una vez un 68 de cubierta dura, pero tuve que venderlo. Mi mujer me obligó cuando tuvimos nuestro primer hijo. Desde entonces no hago más que soñar con él. Pero a ese Mustang GT Bullitt no lo voy ni a mirar, no señor.

Negué con la cabeza.

– Por nada del mundo.

No tenía la menor idea de a qué se refería. ¿Acaso en esta empresa todos estaban obsesionados con los coches?

– Corríjame si me equivoco, pero parece que sus neumáticos son GR setenta, montados sobre llantas American Torque Thrust de quince por siete. ¿Correcto?

Dios mío, ¿no podíamos cambiar de tema?

– La verdad, Luther, es que no tengo ni puta idea de coches Mustang. Ni siquiera merezco tenerlo. Mi esposa me lo acaba de regalar por mi cumpleaños. Claro que seré yo el que pague el préstamo durante los próximos setenta y cinco años.

Rió de nuevo.

– Le entiendo. He pasado por lo mismo.

Noté que miraba el escritorio, y enseguida me di cuenta de lo que estaba observando.

Era un gran sobre de papel manila con el nombre de Nora escrito con rotulador rojo en letras mayúsculas grandes y gruesas, NORA SOMMERS. Busqué en el escritorio algo para que poner encima, algo con qué cubrirlo, por si el guardia no había alcanzado a leer el nombre, pero el escritorio de Nora era impecable. Tratando de disimular, cogí una página del bloc de notas y la arranqué suavemente, la dejé caer sobre el escritorio y la deslicé encima del sobre con la mano izquierda. Qué sangre fría, Adam. Sobre el papel amarillo había unas cuantas notas con mi letra, pero nada que tuviera sentido para nadie.

– ¿Quién es Nora Sommers? -dijo.

– Ah, es mi mujer.

– Nick y Nora, ¿eh?

– Se rió.

– Sí, así nos llaman. -Sonreí de oreja a oreja-. Por eso me casé con ella. Bien, mejor vuelvo a mis ficheros. Si no, voy a quedarme aquí toda la noche. Encantado de conocerle, Luther.

– Igualmente, Nick.

Para cuando se fue el guardia, estaba tan nervioso que no pude hacer mucho más que terminar de copiar los correos electrónicos, apagar las luces y volver a cerrar con llave la puerta de Nora. Al regresar al cubículo de Lisa McAuliffe para devolver el llavero, noté que alguien caminaba no muy lejos de allí. Otra vez Luther, pensé. ¿Qué quería? ¿Más charla sobre los Mustang? Yo sólo quería dejar las llaves sin ser visto y después largarme de allí.

Pero no era Luther; era un tío barrigón con gafas de carey y cola de caballo.

La última persona que hubiera esperado encontrar en la oficina a las diez de la noche, pero también era cierto que los ingenieros trabajaban a horas extrañas.

Noah Mordden.

¿Me había visto cerrando el despacho de Nora, me había visto dentro del despacho? ¿O acaso la vista no le alcanzaba para verme? Tal vez ni siquiera estaba atento; tal vez estaba en otro mundo. Pero ¿qué estaba haciendo allí?

No dijo nada, no me saludó. Ni siquiera estaba seguro de que me hubiera visto. Pero yo era la única persona presente, y él no era ciego.

Giró por el siguiente pasillo y dejó una carpeta en el cubículo de alguien. Disimulando, me acerqué al cubículo de Lisa y deposité el llavero en la planta, en la tierra donde lo había encontrado: un movimiento ágil antes de seguir mi camino.

Estaba a medio camino entre el cubículo y los ascensores cuando oí:

– Cassidy.

Me di la vuelta.

– Y yo que pensaba que sólo los ingenieros eran animales nocturnos.

– Sólo trato de ponerme al día. Antes de que me pillen -dije de manera poco convincente.

– Ya veo -dijo. Y la forma en que lo dijo me causó escalofríos. Enseguida preguntó-: ¿Haciendo qué?

– ¿Perdona?

– ¿En qué van a pillarte?

– No estoy seguro de entender -dije. El corazón se me iba a salir.

– Trata de recordarlo.

– ¿Cómo dices?

Pero Mordden ya estaba de camino al ascensor, y no respondió.

Tercera Parte. Fontanería

Fontanería: Jerga del oficio que designa diversos bienes de apoyo tales como pisos francos, lugares para entregas secretas y similares, pertenecientes a una agencia de inteligencia clandestina.

Diccionario internacional del espionaje.

Capítulo 23

Cuando llegué a casa me sentía completamente destrozado. No estaba hecho para este tipo de trabajos. Quería salir a emborracharme de nuevo, pero tenía que irme a la cama y dormir un poco.