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Alargó la mano abierta como un emperador romano y Meacham le alcanzó una carpeta. Wyatt le echó un vistazo.

– Sus niveles de aptitud son muy altos. Estudió ingeniería en la universidad. ¿Qué rama?

– Eléctrica.

– ¿Quería ser ingeniero cuando fuera mayor?

– Mi padre quería un diploma que me permitiera conseguir un trabajo de verdad. Yo quería tocar la guitarra eléctrica con Pearl Jam.

– ¿Y lo hace bien?

– No -admití.

Sonrió a medias.

– Sus estudios universitarios duraban cinco años. ¿Qué sucedió?

– Me echaron. Me prohibieron la entrada durante un año.

– Aprecio su honestidad. Al menos no intenta lo de «año de estudios en el extranjero». ¿Qué sucedió?

– Les jugué una broma tonta. Tuve un semestre muy malo, así que me metí en el sistema de la universidad y cambié mi expediente. Y también el de mi compañero de habitación.

– El viejo truco -dijo. Consultó su reloj, miró a Meacham y luego a mí-. Tengo una idea para usted, Adam. -No me gustó la forma en que pronunció mi nombre; me daba escalofríos-. Una muy buena idea. De hecho, se trata de una oferta muy generosa.

– Gracias, señor.

No tenía la menor idea de a qué se refería, pero sabía que no podía ser ni bueno ni generoso.

– Lo que voy a decirle ahora, lo negaré toda la vida. De hecho, no sólo lo negaré, sino que lo demandaré por difamación si llega a repetirlo, ¿entendido? Lo aplastaré.

No sabía de qué estaba hablando, pero seguro que tenía los medios. Era multimillonario, el tercer o cuarto hombre más rico de Estados Unidos, pero había sido el segundo antes de que la cotización de nuestras acciones se viniera abajo. Quería llegar a ser el más rico -le estaba apuntando a Bill Gates- pero eso no parecía probable.

El corazón me latía con fuerza.

– Claro -dije.

– ¿Es consciente de su situación? En la puerta número uno está la certeza, sí, la puta certeza, de veinte años de cárcel, por lo menos. De manera que así es: o eso, o lo que haya tras la cortina. ¿Quiere jugar a Hagamos un trato?

Tragué saliva.

– Vale -dije.

– Déjeme que le diga qué hay tras la cortina, Adam. Es un futuro muy atractivo para un astuto ingeniero como usted. Pero debe respetar las reglas del juego. Mis reglas.

La cara me ardía.

– Quiero que asuma un proyecto especial. Para mí.

Asentí con la cabeza.

– Quiero que empiece a trabajar para Trion.

– ¿Para… Trion Systems?

No lo entendía.

– En Marketing de Nuevos Productos. Tienen un par de ofertas de empleo en posiciones estratégicas de la empresa.

– Nunca me contratarían.

– Tiene razón. No lo contratarían a usted. No contratarían a un holgazán fracasado como usted. Pero a una superestrella de Wyatt, una joven estrella que está a punto de convertirse en supernova, la contratarían en un nanosegundo.

– No comprendo.

– ¿Un tío avispado como usted? Acaba de perder un par de puntos de su coeficiente intelectual. Venga, capullo. El Lucid: la niña de sus ojos, ¿no?

Se refería al producto bandera de Wyatt Telecommunications, una agenda personal todo-en-uno, una especie de Palm Pilot con esteroides. Un juguete increíble. Yo no tuve nada que ver con eso. Ni siquiera tenía uno.

– No se lo creerían -dije.

– Óigame, Adam. Yo tomo las más grandes decisiones empresariales basándome en el puro instinto, y el instinto me dice que usted tiene los cojones de acero, y la cabeza y el talento para hacerlo. ¿Está conmigo o no?

– Quiere que le traiga datos, ¿no?

Su mirada dura se me vino encima.

– Más que eso. Quiero que consiga información.

– Como un espía. Un topo, como se llame.

Abrió las manos como diciendo: ¿Es usted imbécil?

– Como quiera llamarlo. En Trion hay propiedad intelectual de mucho valor, yo quiero ponerle las manos encima y la seguridad de la empresa es prácticamente impenetrable. Sólo alguien de adentro puede conseguir lo que quiero, y no un empleado cualquiera, sino un jugador de primera división. O se le recluta, o se le compra, o se le mete por la puerta principal. Y aquí tenemos a un joven inteligente, agradable, que viene muy bien recomendado… me parece que nuestras oportunidades son bastante buenas.

– ¿Y si me descubren?

– No lo harán -dijo Wyatt.

– Pero si…

– Si hace su trabajo como es debido -dijo Meacham-, no lo descubrirán. Y si por alguna razón mete la pata y lo descubren, bueno, aquí estaremos para protegerlo.

No sé por qué, pero lo dudaba seriamente.

– Desconfiarán de mí.

– ¿Por qué? -dijo Wyatt-. En este negocio la gente cambia de compañía constantemente. Se rifan a los mejores talentos. Son fruta madura. Usted acaba de lograr un gran éxito en Wyatt, no ha recibido la tajada que cree merecer, quiere puestos de más responsabilidad, mejores oportunidades, más dinero… la misma mentira de siempre.

– Se van a dar cuenta con sólo mirarme.

– No si hace bien su trabajo -dijo Wyatt-. Tendrá que aprender marketing de productos, tendrá que ser brillante, tendrá que trabajar más duro de lo que ha trabajado en toda su patética vida. Perder el culo, de verdad. Sólo un primera división conseguirá lo que necesito. Si intenta aplicar su cumplir-con-lo-mínimo en Trion, o le dejarán de lado o le pegarán un tiro, y entonces nuestro pequeño experimento habrá terminado. Y usted recibirá la puerta número uno.

– Pensaba que los de Nuevos Productos tenían que tener un máster.

– No, para Goddard un máster es pura mierda. Es una de las pocas cosas en que estamos de acuerdo. Él no tiene un máster. Le parece restrictivo. Y hablando de restricciones…

Chasqueó los dedos y Meacham le entregó algo, una pequeña caja metálica que reconocí. Una caja de Altoids. Wyatt la abrió con un pop. Dentro había unas pocas pastillas blancas que parecían aspirinas pero no lo eran. La reconocí perfectamente.

– Tendrá que dejar esta mierda, éxtasis o como se llame.

La caja de Altoids estaba sobre la mesa del salón de mi casa; me pregunté cuándo y cómo la habrían conseguido, pero estaba demasiado aturdido para enfurecerme. Wyatt la dejó caer en una pequeña papelera de cuero negro que había junto al sofá. La caja hizo un ruido hueco.

– Y lo mismo la hierba, el alcohol, toda esa mierda. Tendrá que ponerse serio y volar en línea recta.

Ese parecía ser el menor de mis problemas.

– ¿Y si no me contratan?

– Puerta número uno. -Me regaló una horrible sonrisa-. Y no hará falta que coja sus zapatos de golf. Mejor llévese lubricante.

– ¿Aunque haga mi mejor esfuerzo?

– Su trabajo no es cagarla. Con la preparación que le daremos, y con un entrenador como yo, no tendrá ninguna excusa.

– ¿De qué cantidades estamos hablando?

– ¿De qué cantidades? ¿Cómo coño puedo saberlo? Créame, será mil veces más de lo que gana aquí. Seis cifras, en cualquier caso.

Intenté tragar saliva sin que se notara.

– Además de mi salario de aquí.

Wyatt giró su rostro tenso hacia mí y me lanzó una mirada muerta. En sus ojos no había expresión. «¿Botox?», me pregunté.

– ¿Se está burlando de mí?

– Estoy asumiendo un riesgo enorme.

– Perdone, pero soy yo el que está asumiendo el riesgo. Usted no es más que una puta caja negra, un signo de interrogación así de grande.

– Si de verdad lo creyera, no me habría pedido que lo hiciera.

Se dio la vuelta hacia Meacham.

– No me lo puedo creer.

Meacham se veía como si se hubiera tragado un zurullo.

– Capullo -dijo-. Debería levantar el teléfono ahora mismo y…

Wyatt levantó una mano imperial.

– Déjalo. El chico es valiente. Si lo contratan, si hace bien su trabajo, la paga es doble. Pero si la caga…