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– Señor… ¿señor Sommers? -balbuceó.

A su lado, vestido con unos vaqueros y una camiseta que parecía haberse puesto hacía poco y con el pelo rubio desgreñado, estaba Chad. Tenía su móvil en la mano. Supe de inmediato por qué estaba allí: debió de intentar conectarse a la página, se dio cuenta de que ya estaba conectado, y decidió hacer una llamada…

– Es Cassidy. ¡Llamad a Goddard! -le gritaba Chad al guardia-. ¡Llamad al presidente, joder!

– No, hombre. Nosotros no lo hacemos así -dijo el guardia, mirándome fijamente y apuntándome con la pistola-. ¡Retroceda! -gritó. Un par de guardias se abrían en abanico a ambos lados. Le dijo a Chad-: No llamamos al presidente, llamamos al director de seguridad. Y luego esperamos a los policías. Y esto es una orden.

– ¡Joder, os digo que llaméis al presidente! -gritaba Chad, agitando su móvil-. Tengo el número de la casa de Goddard. No me importa la hora que sea. ¡Quiero que sepa lo que ha hecho su jodido asistente ejecutivo, su maldito estafador!

Apretó un par de botones y se puso el teléfono al oído.

– Qué gilipollas -me dijo-. Estás jodido.

Pasó un buen rato antes de que alguien contestara.

– Señor Goddard -dijo Chad en voz baja y respetuosa-. Siento llamar a estas horas de la madrugada, pero se trata de algo muy importante. Mi nombre es Chad Pierson, y trabajo en Trion. -Habló unos minutos más, y luego su malévola sonrisa comenzó a desvanecerse-. Sí, señor -dijo. Me tendió el teléfono con agresividad. Parecía abatido-. Dice que quiere hablar contigo.

Novena Parte. Medidas activas

Medidas activas: Término ruso para operaciones de inteligencia que afectarán las políticas o acciones de otro país. Estas pueden ser clandestinas o abiertas, y pueden incluir una amplia variedad de actividades, incluyendo el asesinato.

El libro del espía:

Enciclopedia del espionaje.

Capítulo 89

Eran casi las seis de la mañana cuando los guardias de seguridad me encerraron en una sala de conferencias del quinto piso, una sala sin ventanas y con una sola puerta. La mesa estaba cubierta con blocs de notas llenos de garabatos y botellas vacías de Snapple. Había un proyector de techo, una pizarra blanca que no habían borrado y, por fortuna, un ordenador.

Yo no era exactamente un prisionero. Me habían «retenido». Me aclararon que si no cooperaba, me entregarían sin más a la policía, y eso no me parecía muy buena idea.

Me habían dicho que el señor Goddard quería hablar conmigo en cuanto llegara.

Más tarde supe que Seth había logrado salir del edificio, pero sin la furgoneta. Traté de enviarle un correo electrónico a Jock. No sabía qué decir, no sabía cómo explicar lo sucedido, así que sólo escribí:

Jock,

Necesito hablar contigo. Quiero explicarte, Adam

Pero no hubo respuesta.

Recordé, de repente, que aún llevaba mi móviclass="underline" me lo había metido en un bolsillo y los guardias no lo habían encontrado. Lo encendí. Había cinco mensajes, pero antes de que pudiera revisar mi buzón de voz, el teléfono sonó.

– Sí -dije.

– Adam. Mierda, tío. -Era Antwoine. Parecía desesperado, casi histérico-. Tío, por favor. Mierda, mierda… no quiero que me metan de nuevo, mierda, no quiero volver allí.

– Antwoine, ¿de qué hablas? Empieza por el principio.

– Trataron de entrar en el piso de tu padre. Tres tíos blancos. Habrán pensado que estaba vacío.

Sentí una oleada de irritación. ¿No se habían percatado ya los chicos del barrio de que en el piso de mi padre no había nada que robar?

– Dios mío, ¿estás bien?

– Sí, yo sí. Dos han escapado, pero al más lento he alcanzado a cogerlo… ¡mierda! No me quiero meter en problemas, ¡tienes que ayudarme!

En ese momento no estaba de ánimo para mantener esa conversación. Al fondo se oía una especie de ruido animal, quejidos, escaramuzas de algún tipo.

– Cálmate, hombre -dije-. Respira hondo y siéntate.

– Estoy sentado. Sobre este hijoputa. Lo que me tiene acojonado es que el tío dice que te conoce.

– ¿Que me conoce? -De repente me sentí raro-. Descríbelo, ¿quieres?

– No lo sé, es blanco…

– Me refiero a su cara.

Antwoine sonaba tímido.

– ¿Ahora mismo? Pues es como roja y blanda. Culpa mía. Creo que le he roto la nariz. Suspiré.

– Joder, Antwoine, pregúntale cómo se llama.

Antwoine dejó el teléfono a un lado. Escuché el grave rugido de su voz, seguido de inmediato por un gritito. Antwoine volvió a ponerse.

– Dice que se llama Meacham.

Me llegó la imagen de Meacham, vencido y ensangrentado, tumbado en el suelo de la cocina de mi padre debajo de los ciento veinte kilos de Antwoine Leonard, y sentí un breve y bendito espasmo de placer. Quizá aquella tarde en que pasé por el piso de mi padre sí me estaban observando. Tal vez Meacham y sus matones creyeron que había escondido algo allí.

– Yo no me preocuparía demasiado, Antwoine -dije-. Te aseguro que ese gilipollas no va a darte más la lata.

Si yo fuera Meacham, pensé, me inscribiría de inmediato en el programa de protección de testigos.

Antwoine habló con alivio.

– Lo siento, tío, lo siento mucho.

– ¿Lo sientes? Oye, no te disculpes. Créeme, es la primera buena noticia que he recibido en mucho tiempo.

Y probablemente sería la última.

Supuse que tendría que matar el tiempo durante varias horas antes de que apareciera Goddard, y no podía quedarme sentado y angustiarme por lo que había hecho o por lo que iban a hacerme. Así que me puse a hacer lo que siempre hacía para pasar el rato: conectarme a Internet.

Así fue cómo empecé a armar las piezas del rompecabezas.

Capítulo 90

La puerta de la sala de conferencias se abrió. Era uno de los guardias de seguridad de antes.

– El señor Goddard está abajo, en la conferencia de prensa -dijo el guardia. Era alto, de unos cuarenta años, y llevaba gafas de montura de alambre. El uniforme azul de Trion no le quedaba bien-. Dice que debería usted bajar al Centro de Visitantes.

Asentí.

En la recepción principal del edificio A había un frenesí de gente, voces fuertes, fotógrafos y periodistas revoloteando por el lugar. Salí del ascensor y quedé en medio del caos, desorientado. No alcanzaba a adivinar lo que la gente decía en aquel barullo. Una de las puertas que daban al inmenso auditorio futurista se abría y cerraba constantemente. Alcancé a ver imágenes fugaces y gigantescas de Jock Goddard proyectado sobre una pantalla, y alcancé a oír su voz amplificada.

Me abrí paso a codazos a través del público. Me pareció que alguien gritaba mi nombre, pero seguí adelante, moviéndome lentamente como un zombi.

La pendiente del suelo del auditorio bajaba hacia un rutilante escenario cóncavo como una vaina en el cual estaba Goddard, de pie bajo la luz de un reflector, con su suéter de medio cuello y una chaqueta de tweed marrón. Parecía un profesor de clásicas de alguna pequeña universidad de Nueva Inglaterra, salvo por el maquillaje de televisión anaranjado que llevaba en el rostro. Detrás de él había una pantalla gigantesca en la cual aparecía su cabeza parlante, de un metro y medio o dos de altura.

El lugar estaba repleto de periodistas que resplandecían bajo las luces de sus cámaras.

– … Esta adquisición -decía Goddard- doblará nuestra fuerza de venta. Doblará, y en algunos casos triplicará, nuestra penetración en el mercado. -Yo no sabía de qué hablaba. Me quedé en la parte posterior del auditorio, simplemente escuchando-. Al unir dos grandes compañías, dos antiguos competidores, hemos creado un líder de la tecnología a nivel mundial. Trion Systems es ahora, sin lugar a dudas, una de las empresas de electrónica de consumo líderes en el mundo entero.