Nunca me gustó aquel traje. Vestido así uno parece un singao, protestaba Alexis el Yanqui y era verdad: las medias, la gorra, las letras y las mangas moradas con el fondo amarillo pollito del caqui, y de contra los pantalones nos quedaban anchísimos y no podíamos estrecharlos como se usaba, porque Antonio La Mosca, el profesor que hacía demanager, nos advirtió clarito que cuando terminara el campeonato había que devolverlo todo, y tenía que estar igual o mejor que como nos lo dieron, qué manera de comer mierda, como si alguien quisiera quedarse con aquellos trajes que nos costaron un buen nombrete: «Las Violetas de La Víbora». El campeonato era entre seis Pres y, como siempre, a nosotros nos dieron la mala. Después del Waterpre nos llevaban recio en todo, desde los campamentos para trabajar en el campo hasta los trajes de pelotero, siempre eran los más malos, porque descubriendo y descubriendo, descubrieron primero que ganábamos la emulación docente porque había fraude y la del corte de caña porque había un contacto en el centro de acopio que nos ponía caña que cortaban otros Pres, y ni se sabe cuántas cosas más descubrieron.
Como Andrés, que era la primera base regular del equipo, no quiso saber más nada con la pelota después que se hizo el esguince y no pudo jugar en la Nacional Juvenil, me dejaron cubrir la primera base, aunque me pusieron de octavo bate, delante de Arsenio el Moro, que sí estaba condenado a ser el último porque era unout vestido de pelotero -o de singao, con uno de aquellos trajes.
Cuando salimos a calentar ya estaba oscuro y encendieron las luces, y después salieron los del Pre de La Habana, unos negrazos enormes y con unas manos así que nos iban a destripar como ya habían hecho con otros equipos, pero nosotros, pinga aquí, gritamos en el mitin antes del juego, vamos a ganarles a las tiñosas flacas esas, qué carajo, dijo el Flaco, y hasta el Moro y hasta yo me lo creí. Lo malo era el traje, porque el estadio estaba recién pintadito, las luees buenísimas y la mitad de las gradas estaban llenas de la gente de La Habana y la otra mitad de la gente del Pre, y había tremendo embullo, y uno disfrazado con esos trajes de cuando la pelota se jugaba con bombín y polainas.
Como en el equipo estábamos el Flaco, Isidrito el Guajiro -iba a ser elpitcher ese día-, el Pello y yo -que me decían Cachito, porque nada más bateaba eso, cachitos-, casi toda la gente del aula iba a los juegos, empezando por Tamara, que era la responsable de la emulación y en la emulación se contaba la participación en las actividades y los juegos de pelota Interpre eran una actividad, y la gente siempre prefería un juego de pelota que otra actividad -una visita a un museo o soplarse una actuación del coro de la escuela, por ejemplo. Y la gente del aula inventaron un lema que gritaban cada vez que veníamos a batear: «Violeta, Violeta / La Mosca y su guerrilla / te dan una galleta», pero los contrarios la mejoraron y nos decían: «Violeta, Violeta / que un burro te la meta», y fue peor el remedio que la enfermedad. De cualquier forma, me encantaba estar en el equipo, jugar con luces y sentir que podía ver las cosas desde un ángulo diferente: porque seguro que no es lo mismo ver a los peloteros desde las gradas que vestirse de pelotero y ver a las gentes en las gradas. Es distinto.
– Cojones, caballero, cojones es lo que hace falta para ganar en la pelota -gritaba el Flaco, en el banco, cuando iba a empezar el juego, para él nunca fue un juego cuando se trataba de la pelota, y con lo flaco que estaba se le veían así de gordas las venas del cuello-. Y a nosotros nos sobra de eso, ¿verdad, coño?
Y había que decirle que sí porque le podía dar una cosa, y como éramos homeclub y salimos al terreno, la gente empezó a chiflar -los de La Habana- y a aplaudir -los de La Víbora-, y entonces miré hacia las gradas para ver todo distinto y vi a Tamara moviendo un pañuelo morado, y se me quitaron las ganas de jugar cuando vi al lado de Tamara, como un perro policía, al ex presidente de la FEEM. Rafael Morín se reía con su risa de siempre, satisfecho y deslumbrante, como el día que nos dijo «Yo soy Rafael Morín», él allá arriba vestido con una camisa de cuadros mortal, nosotros acá abajo disfrazados con aquellos trajes que parecíamos unos síngaos.
Pero así y todo fue el mejor juego de mi vida. Aquel día Isidrito se había tomado dos litros de leche pura, decía que eso era bueno para la recta y la verdad era que estaba por ahí, durísimo, pero se metía cada peos… Y el guajiro empezó a tumbar a los negritos del Pre de La Habana y casi no se le embasaba nadie, y si se le embasaba tampoco pasaba nada, porque no anotaban. Y nosotros igual, o peor, porque Yayo Mantequilla, elpitcher de La Habana, también estaba encendido y nos metió siete ceros, y la gente en las gradas se fue callando poco a poco, el juego se fue poniendo serio de verdad y guardaba las mejores emociones para los finales, ¿no?
Entonces estábamos cero a cero en el octavo, cuando vino a batear el Flaco, que era el quinto bate y dio una línea de hombre por arriba delshort y fue tubey. Para qué fue aquello: la gente empezó a gritar «Violeta, Violeta», y el Flaco también, «Cojones, aquí sí hay cojones», hasta que el ampalla lo regañó por decir malas palabras. Y todo fue cosa del cabrón destino, porque Isidrito que era el sexto bate y nunca se ponchaba se tragó la conga y fue el primer out, y Paulino Huevo de Toro, que era el séptimo, dio un rolling a las manos de Yayo, que con tremenda rutina se pasó la pelota por los huevos antes de tirar a primera, y fue el segundo out. Y me tocó batear a mí.
Yo estaba que me cagaba, las patas me temblaban, me sudaban las manos y todo el mundo callado y eso, hasta el Flaco que me conocía bien no me gritó nada y creo que daba elinning ya por escón. Entonces cogí y me escupí las manos y me las froté con tierra, y me acordé que debía llevar el bate bien atrás, levantar el codo y apretarlo duro cuando fuera a hacer el swing, tremendo silencio, y Yayo Mantequilla me abrió con una recta que venía que jodía y yo dije allá voy, llevé el bate atrás, levanté el codo, apreté duro, cerré los ojos y le hice swing. Para qué fue aquello: ¡coñó!, me salió un lineazo por el mismo centro del terreno, así, duro de verdad, como nunca en mi vida me había salido, y vi como si fuera en una película cómo la pelota volaba, volaba, hasta que chocó con la cerca que estaba debajo de la pizarra y me mandé a correr entonces, y fue tan largo que pude hacerlo triple, aunque pudo ser jonrón dentro del terreno, qué gritería, qué alegría, el Flaco anotó y después corrió hasta tercera y me cargó, Isidrito, que no me hablaba desde el día que nos fajamos, me dio un beso de la emoción que tenía y todo el equipo vino a tocarme el culo, yo me lo busqué, ¿no? en medio de mi contentura y la gritería del público miré para las gradas para verlo todo muy distinto y sentí que me moría: Tamara y Rafael se habían ido…
En el novenoinning la gente del Pre de La Habana hizo dos carreras y nos ganaron dos por una. Pero fue el mejor juego de mi vida.
Antes de tocar la puerta mira el reloj: las cuatro y diez. Si dormía la siesta ya se habría despertado. Quizás veía las películas del domingo, piensa también, y piensa que no sabe exactamente qué ha venido a hacer allí o que lo sabe muy bien y no quiere pensarlo. Las falsas figuras de Lam reposan bajo la sombra de una ceiba, quizás plantada junto a la jungla de concreto con toda intención, y a su alrededor los crotos bien podados y los mantos tupidos crean un ambiente de bosque colorido y artificial pero decididamente atractivo. En realidad, recuerda ahora a Manolo, aquélla no era una casa para la policía, y la aguda nostalgia que le provoca el lugar es tan compacta que le oprime las sienes y el pecho. Se alegra entonces de haberse tomado los dos tragos con Manolo, cuando aprieta el botón del timbre, y después de hacerlo se siente tranquilo y aliviado.