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Claro que juventud hay una sola, pensó, porque era evidente. Una voz perezosa y caliente, y unos ojos azules de cielo sin nubes, eran lo único visible que recordaba los atributos del mítico Miki Cara de Jeva, el muchacho que impuso récord de novias para un curso en el Pre de La Víbora: veintiocho, todas con besuqueo y algunas con lances mayores. Ahora le faltaba pelo para intentar el oleaje rizado del afro y le sobraba todavía para declararse en quiebra y asumir el destino de calvo resignado. La barba era una explosión de canas tiesas y rojizas, como debió de detenerlas el último vikingo de cualquier cómic, y la cara linda de antes tenía el aspecto de galleta mal amasada: irregular, agrietada, con valles y montañas de gordura mal repartida y vejez apresurada. Se reía y mostraba la tristeza hepática de sus dientes, y si se reía mucho sus pulmones de fumador sin tregua le regalaban dos minutos de tos. Miki era una denuncia, se dijo el Conde: testificaba con su imagen que pronto tendrían cuarenta años, que ya no eran pepillos ni incansables ni dotados para estar empezando todos los días, y que había muchas razones para el cansancio y la nostalgia.

– Esto es un desastre, Conde. Mariíta se fue hace como un mes y mira cómo está esto: parece un chiquero. -Y extendió los brazos tratando de abarcar el desbordado reguero de la sala. Recogió dos vasos con varias generaciones de suciedades y apenas los cambió de lugar. Soltó cinco maldiciones para la mujer ausente y se acercó al tocadiscos. Sin pensarlo tomó ellong-play que respiraba en la superficie y lo colocó en el plato-. Oye esto y muérete: The best of the Mamas and the Papas… ¿Es justo que canten tan lindo esos cabrones? Con Mariíta voy para cinco divorcios y tres muchachos regados, y yo cada día más miserable, se reparten mi sueldo y no me alcanza ni para la fuma. Hablando de eso, dame un cigarro. ¿Tú crees que así alguien pueda escribir? No jodas, que a uno se le quitan las ganas de escribir y hasta de vivir, pero bueno, lo que importa al final es no rendirse, aunque a veces uno se canse y se rinda un poquito. No es fácil, Conde, no es fácil. Oye, oye… California Dreams, eso es de cuando yo estaba en la secundaria. ¿Qué gorrión?, ¿no? Oigo esa canción y hasta me dan ganas de casarme otra vez, te lo juro. ¿Y tú por fin estás escribiendo algo?

El Conde desalojó un pantalón y dos camisas de una butaca y al fin pudo sentarse. Siempre lo intrigó que Miki fuera, además del Cojo, el único escritor que pariera aquel taller literario del Pre, al que Miki asistía para ver qué podía ligar. Pero en algún momento el bonitillo se había entusiasmado con la literatura y se había impuesto después ser escritor y de algún modo lo había logrado. Dos libros de cuentos y una novela publicados lo calificaban como narrador prolífico, aunque en una línea que jamás habría transitado el Conde de haber tenido tiempo y talento para vencer la terquedad de las cuartillas en blanco. Miki escribía sobre la alfabetización, sobre los primeros años de la Revolución y la lucha de clases, mientras él hubiera preferido escribir una historia sobre la escualidez. Algo que fuera muy escuálido y conmovedor, porque si no había conocido muchas cosas escuálidas y a la vez conmovedoras, cada vez las necesitaba más, de una manera u otra.

– No, no estoy escribiendo.

– ¿Qué te pasa?

– No sé, a veces trato, pero no me sale.

– Eso pasa, ¿no?

– Sí, creo que sí.

– Dame otro cigarro. Si tuviera café te brindaba, pero estoy en la fuácata. Ni para la fuma, tigre. Y por fin qué, ¿nada todavía?

– Nada, no aparece el hombre -dijo el Conde y trató de acomodarse en el butacón, a pesar del muelle que lo inyectaba constantemente.

– Cuando Carlos me contó que andabas buscando a Rafael porque se había perdido, por poco me meo de la risa. Es cómico después de todo, ¿no?

– No sé, a mí no me está haciendo mucha gracia.

Miki Cara de Jeva aplastó el cigarro en el piso y tosió un par de veces.

– Rafael y yo estábamos medio peleados hace como cinco o seis años. Tú no lo sabías, ¿eh? No, casi nadie lo sabía y la gente vieja del Pre que me encuentro por ahí siempre me pregunta por él, creen que seguimos siendo buenos socios. Y me jodia muchísimo inventar que todo estaba bien. Uno no se puede pasar la vida inventando que todo está bien… ¿Y tú no tienes ni la más puta idea de lo que puede haberle pasado a Rafael? ¿Tú crees que a lo mejor anda por ahí con una jevita y después va a aparecer haciéndose la mosquita muerta?

– No sé, pero creo que no.

– ¿Qué te pasa, compadre, estás apagado? Mira, a mí me pasa una cosa rara con Rafaeclass="underline" a veces creo que todavía le tengo cariño, porque en una época fuimos hermanos de verdad, y otras veces le tengo un poco de lástima, un poquito nada más, y el resto ya es indiferencia, de que me importa un carajo, porque yo no me merecía que él me formara el lío ése con la verificación del Partido.

– ¿Qué lío?

– No, si por eso mismo fue que le dije a Carlos que no dejaras de verme hoy. Oye, Conde, yo sé que Rafael está metido en algún rollo gordo. No sé si esto que te voy a decir te sirve de algo, a lo mejor sí, después tú me dices. Y si te lo digo es porque el policía que está metido en esto eres tú, porque si es otro ni se entera. Mira, el lío es que cuando lo estaban procesando para el Partido, Rafael dio mi nombre para que lo verificaran, y la pareja que le estaba haciendo el crecimiento vino a verme, me acuerdo de que cuando eso yo no era ya de la Juventud y me dijeron que no importaba, que si yo conocía bien a Rafael de su época de estudiante eso era lo que hacía falta. Imagínate tú, conocerlo. Entonces empezaron a preguntarme y yo a responder, y todo de lo mejor. Muchacho, como a los dos meses se apareció Rafael aquí que era un diablo: decía que le habían pospuesto la entrada al Partido por culpa mía, que yo no tenía que haber dicho que su mamá iba a la iglesia, ni que él fue a ver al padre cuando vino por la Comunidad, si el viejo estaba más jodido que un perro sin dientes y era un infeliz que siguió de plomero de mala muerte en Miami, aunque él y la madre le decían a todo el mundo que el padre era un borracho y que estaba muerto. Y lo que más lo encabronó fue que yo dije que a mí me parecía que él todavía quería al padre y que me alegraba mucho que se hubieran visto otra vez después de veinte años, porque desde que estábamos en la primaria él tenía un trauma con el lío del padre y esa jodedera de que si era gusano y se había ido. Vaya, que busqué el lado humano de la historia… Oye, ojalá estuviera Yoly aquí para contarte. Se puso como loco, gritándome que eso era una mariconá mía, que yo le tenía envidia y no sé cuántas mierdas más. Pero todavía eso no es lo más jodido, no me mires con esa cara. Lo peor es que yo fui a la oficina donde él trabajaba para hablar con la pareja que me entrevistó porque yo no entendía que nada de aquello fuera tan grave, y ellos me dijeron eso mismo, que aquello se manejó como algo más en el proceso, sin mayores consecuencias porque se había entendido que él quisiera ver a su padre, pero que le habían pospuesto la entrada en el Partido por rasgos de autosuficiencia y creo que por una bobería con el Sindicato, ni me acuerdo bien de eso, pero ellos estaban seguros de que él iba a superar todo y bla, bla, bla. Ése fue el lío.

– Me suena esa historia. Tiene su marca -dijo el Conde y se adelantó a los deseos de Miki. Le dio un cigarro y él encendió el suyo-. Pero, ¿qué tiene que ver aquello con el lío gordo de ahora?

– Tiene que ver en que yo soy un mentiroso. La verdad es que él pensó que yo había dicho en la verificación que él cogió la maleta de ropa que el padre le había traído y que fueron a la Diplotienda, y hasta que yo le compré por ciento cincuenta pesos unjean que le quedaba grande. Pero yo no dije nada de eso, pero fue por defenderlo, no porque yo sea un mentiroso, porque en aquella época todo eso era candela para los militantes y yo le inventé al dúo una novela sentimental…