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– ¿No te hace falta más gente?

– No, déjame terminar. Mira, todo indica que tal vez Rafael Morín iba a dar la sorpresa durante el viaje a Barcelona ahora en enero. Iba a perderse con toda la plata y una parte ya asegurada e invertida, y como sabía que por ahora no le iban a revisar los papeles, quizás se confió demasiado y se metió a hacer esas marañitas con las dietas y los gastos de representación, como para ir tirando, ¿no? Uno de los informantes del Gordo Contreras, digo, del capitán Contreras, un tal Yayo el Yuma, dice que la foto le recuerda a alguien, pero que tendría que verlo personalmente para estar seguro. Así que también es posible que cambiara dólares por pesos cubanos para sus gastos aquí, que según Zoilita no debían de ser pocos.

– ¿Y Guardafronteras sigue sin informar nada?

– Nada por ahí, al menos todavía, y ya creo que nunca va a haber nada, aunque ahora puede parecer más lógico que haya tenido algún lío por aquí y lo mandaran a mejor vida… Pero estoy seguro que detrás de cualquier cosa está Maciques… Porque si no, nadie entiende qué hacía Rafael con esos papeles de Maciques guardados en su propia casa. Pero en cualquier caso todo se complicó cuando Rafael se enteró de que la gente de la Mitachi venía a Cuba antes, mira, aquí está el télex, llegó el día treinta por la mañana, así que parece que les interesaba mucho el negocio, y cuando hay buenos negocios esos chinos no creen ni en fin de año ni en arbolitos. Y Rafael sabía que en esos convenios iba a participar el viceministro y quizás el ministro y gentes de otras empresas. Se dio cuenta, te decía, de que estaba cogido y se escondió o lo escondieron de mala manera. Entonces la posibilidad de una salida ilegal del país es más que una posibilidad, pero no debe haber salido, porque si no ya los gritos se estarían oyendo aquí. Imagínate, Viejo, todo un magnate de la economía cubana. Y si de algo estoy seguro, pero seguro, es que Rafael no iba a intentar salir en una balsa con dos cámaras de camión a jugársela al pegao. El iba a buscar el medio más seguro, y entonces ya habría llegado a Miami… Rafael Morín está en Cuba.

– ¿Y si evitaba formar el escándalo para que no le congelaran la cuenta en España? -El mayor Rangel se frotó los ojos, y el Conde observó que se movía con una inquietud que no le era habitual.

– Creo que aunque él no quisiera, en Miami organizaban el escándalo. Pero, además, él tenía el tiempo a su favor. Era un cuadro de confianza, ¿no?

– Eso ya lo dijiste.

– Bueno, sabía que nadie se iba a imaginar una cosa así y, nada más llegando cualquier banco de Miami tenía ese dinero en las manos en media hora. El calculó que no se sospecharía nada hasta que pasaran unos días y también que nadie se iba a imaginar que un hombre que hacía ocho o diez viajes al extranjero en un año podía estar saliendo en una lancha.

– Sí, sí, debe de ser así… Pero no se llevó los papeles de las dietas. La China los encontró.

– Ahí es donde no me cuadra la lista con el billete. Yo pensé que Maciques los había puesto el 31 por el mediodía, pero el 31 por el mediodía Rafael debía tener esos papeles en sus manos.

– ¿Pero por fin qué pinta Maciques en todo esto?

– Eso es lo que quisiera saber ahora, pero seguro que tiene mierda hasta en el pelo. Ése lo sabe todo, o por lo menos lo principal, porque el día tres, cuando Manolo lo entrevistó estaba medio nervioso y le daba para atrás y para alante a las cosas, como queriendo sacarse de arriba la conversación. Y hoy era otro tipo. Estaba muy seguro de sí mismo, como si no hubiera ningún lío, y eso es que ya estaba convencido de que él no tendría problemas incluso si se descubría esta maraña de las dietas de Rafael, los gastos de representación y eso, que era lo que él sabía que íbamos a descubrir. Y no hoy, sino mañana o pasado. Los días que pasaron desde la desaparición de su jefe parece que le dieron esa tranquilidad, porque él no se imaginaba que Rafael tenía esos documentos en la caja fuerte.

– ¿Entonces es socio de Rafael Morín?

– No, compinche si acaso. Fíjate que tenía cuatro mil y pico de dólares en el banco y lo de Rafael es de cientos de miles. Hay algo raro ahí. De todas formas, ahora voy a interrogarlo con Manolo a ver si podemos sacarle algo nuevo.

El mayor se puso de pie y caminó hasta el amplio ventanal de su oficina. Apenas eran las seis y ya oscurecía en La Habana. Desde aquella altura los laureles se veían con una perspectiva que no le interesaba al Conde, él prefería la vista fija de su pequeña ventana y permaneció en la butaca.

– Hace falta que encuentres a ese hijoeputa aunque esté debajo de la tierra -dijo entonces el Viejo con su entonación más terrible y visceral, detestaba aquellas situaciones, se sentía timado y le molestaba que sólo después de consumadas aquellas barbaridades vinieran a caer en sus manos-. Yo voy a llamar al ministro de Industrias, para que resuelva lo del dinero de España y para que vaya pensando, porque esto es un problema más de ellos que de nosotros. Pero ahora dime una cosa, Mario, ¿por qué un hombre como Rafael Morín pudo hacer una cosa como ésa?

– Tenemos visita, creo que es mejor empezar otra vez.

– ¿Pero qué quiere que le diga, sargento? -respondió preguntando René Maciques, y miró al Conde que entró y fue a sentarse en una silla junto a la ventana. El teniente encendió un cigarro y cambió una mirada con el sargento. Dale, apriétalo.

– ¿De qué hablaron Morín y usted el día 31?

– Ya se lo dije, cosas normales de trabajo, lo bien que había cerrado el año y los informes que teníamos que presentar.

– ¿Y no lo volvió a ver?

– No, yo me fui de la fiesta un poco antes que él.

– ¿Y qué sabía usted de este fraude?

– Ya le dije que nada, sargento, ni me imaginaba que eso estuviera pasando. Y casi todavía ni lo creo, no sé por qué él pudo hacer algo así.

– ¿Cuál es su grado de responsabilidad en este asunto?

– ¿El mío? ¿El mío? Ninguno, sargento, yo soy un simple jefe de despacho que no decide nada.

El Conde apagó su cigarro y se puso de pie. Avanzó hacia el buró.

– Me conmueve su inocencia, Maciques.

– Pero es que yo…

– No se esfuerce más. ¿Qué le recuerda esto?

El Conde extrajo del sobre las dos fotocopias y las dejó en el buró, frente a Maciques. El jefe de despacho miró a los dos policías y por fin se inclinó hacia adelante y se mantuvo inclinado un tiempo que parecía infinito: era como si de pronto fuera incapaz de leer.

– El teniente le hizo una pregunta -dijo Manolo y recogió las fotocopias-. ¿Qué le recuerda esto?

– ¿Dónde estaban esos papeles?

– Como siempre sucede, usted me obliga a recordar que las preguntas las hacemos nosotros… Pero lo voy a complacer. Estaban muy bien guardados, en una caja fuerte, en casa de Rafael Morín. ¿Qué significan estos documentos, Maciques? -insistió Manolo, y se ubicó entre el hombre y el buró.

René Maciques levantó la mirada hacia su interrogador. Era un hombre confundido, un bibliotecario melancólico y envejecido. El sargento Manuel Palacios le dio su tiempo, sabía que estaba en el punto decisivo del interrogatorio, cuando el detenido debe decidirse entre soltar la verdad o aferrarse a la esperanza de la mentira. Pero Maciques no tenía opciones.

– Esto es una trampa de Rafael -dijo, sin embargo-. Yo no sé nada de estos papeles. No los había visto nunca en mi vida. Ustedes no dicen que hacía cosas con mi nombre. Ahí tienen, ésa es una de ellas.

– ¿Entonces Rafael Morín quería perjudicarlo a usted?

– Eso parece.

– Maciques, ¿qué podremos encontrar en su casa si hacemos un registro?

– En mi casa… Nada. Cosas normales. Uno viaja al extranjero y hace sus compras.

– ¿Con qué dinero, con gastos de representación?

– Ya le expliqué que uno ahorra de las dietas.

– ¿Y cuando se cierra un negocio gordo no hay regalías en especie? ¿Un carro, por ejemplo?