– Esto es un terremoto.
– Es como un terremoto, sí -admite él-, todo lo que no está seguro se cae, y me imagino que te sientes así. Pero creo que ha pasado lo mejor. ¿Te imaginas que Rafael llegara a Barcelona, sacara todo ese dinero y volara?
– Podría ser simpático. Nos iríamos a vivir a Ginebra, en una casa de tejas, sobre una colina.
Dice ella y se levanta y se pierde en el comedor. El nunca puede evitarlo, la mira como siempre, sólo que ya ha visto aquellas nalgas, ha retratado la forma exacta de aquel cuerpo desafortunado para el ballet y lo ha caminado con sus manos y su boca, pero le duele el recuerdo como una espina encarnada que es mejor no tocar. Una casa en Ginebra, ¿por qué en Ginebra? Y se peina con la punta de los dedos y piensa que sí, que ha empezado a quedarse calvo. Se me había olvidado, y él también deja el sofá, la calvicie, la casa de Ginebra y las nalgas de Tamara, y busca entonces entre los discos algo que lo haga sentirse mejor. Aquí está, se dice cuando ve ellongplay de Sarah Vaugham, Walkman Jazz se llama, lo coloca en el plato y deja el volumen muy bajo para que aquella negra maravillosa le cante Cheek to Cheek. Ella regresa con la voz oscura y caliente de Sarah Vaugham, trae dos vasos en las manos.
– Vamos a rematar las existencias: agoniza el whisky de las bodegas de Rafael Morín -dice, y le entrega un vaso. Ella vuelve al sofá y bebe un primer trago de marinero entrenado.
– Yo sé cómo te sientes. Esto no es fácil para ti ni para nadie, pero tú no tienes la culpa y yo menos todavía. Ojalá nunca hubiera sucedido y Rafael fuera lo que todo el mundo pensaba que era y yo no estuviera metido en esto.
– ¿Te arrepientes de algo? -ataca ella, ha recobrado su temperatura y sube hasta el codo las mangas del jersey. Vuelve a tomar.
– No me arrepiento de nada, lo decía por ti.
– Mejor no hables por mí entonces. Si Rafael robó ese dinero que lo pague, nadie lo mandó. Yo nunca le pedí nada y eso tú lo sabes bien, Mario Conde. Creí que me conocías mejor. No me siento culpable de nada y lo que disfruté lo hice como lo hubiera hecho cualquier otro. No esperes que me confiese y haga contrición.
– Ya veo que te conozco peor.
Sarah Vaugham cantaLulaby of Birdland, es la mejor canción que él conoce para escaparse hacia el mundo mágico de Oz, pero ella parece incontenible y él sabe que es mejor que hable de una vez, que hable, que hable…
– Va y hasta piensas que soy una malagradecida y no sé cuántas cosas más, y que debería decirte que no, que todo es un infundio y que mi marido es incapaz de eso y después ponerme a llorar, ¿no? ¿Eso es lo que se estila en estos casos?, ¿verdad? Pero no tengo vocación trágica ni soy una sufridora egocentrista como tú. Yo no tengo nada que ver con eso… Quisiera que nada de esto hubiera pasado, la verdad, ¿pero tú sabes lo que es tener la conciencia limpia?
– Ya no me acuerdo.
– Pues yo sí, por si no lo sabías o te imaginabas otra cosa. Ya te lo dije el otro día: Rafael tenía lo que le dejaban tener o lo que le correspondía, o qué sé yo, y todo el mundo sabía que cuando viajaba traía cosas y todo era normal y él era muy bueno. Todo el mundo lo sabía y… Ya, no quiero hablar más de eso, a menos que me quieras interrogar y entonces no voy a decirte una palabra, por lo menos a ti.
El sonríe y regresa por fin al sofá. Se sienta muy cerca de ella, toca la rodilla de la mujer con la suya y lo piensa y después se atreve: lentamente posa su mano sobre el muslo de ella, teme que se le pueda escapar, pero el muslo sigue allí, bajo su mano, y él se aferra a aquella carne compacta y viva y descubre un ligero temblor, bien oculto bajo la piel. La mira a los ojos y ve la humedad brillante que se transforma en una lágrima que engorda, cuelga de la pestaña y se despeña por la nariz de Tamara, y sabe que está dispuesto a todo menos a verla llorar. Ella recuesta su cabeza en el hombro del Conde y él sabe que sigue llorando, un llanto silencioso y cansado, cuando le dice ya sin furia:
– La verdad es que yo veía venir esto. Esto o algo parecido, porque él no se conformaba ya con nada y soñaba con más y jugaba a sentirse un ejecutivo poderoso, creo que se imaginaba que era el primeryuppie cubano o algo así… Pero yo también me acostumbré a vivir fácil, a que hubiera de todo y a que todo fuera cómodo, que él hablara con un amigo para que yo no hiciera el servicio social en Las Tunas y a que las vacaciones fueran en Varadero y todo eso; y al final tenía miedo de cambiar mi vida aunque creo que hacía rato que ya no estaba enamorada de él, y cuando salía de viaje me gustaba quedarme sola con el niño aquí en la casa, sin pensar que él vendría tarde, me diría que estaba cansado y se acostaría a dormir o se encerraría en la biblioteca a escribir sus informes o me dijera lo difícil que se están poniendo las cosas. También sé que hace rato andaba con mujeres por ahí, en eso no me pudo engañar, pero lo que te dije, tenía miedo de perder una tranquilidad que me gustaba. Y lo que hice contigo no lo había hecho con nadie, no vayas a pensar otra cosa.
Él no le ve los ojos ocultos tras el mechón impenitente, pero sabe que ha dejado de llorar. La ve terminar el trago de whisky y entonces la imita. Ella se levanta, por Dios, dice, regresa a la cocina, y siente en la palma de la mano el calor que le robó a Tamara. Ahora sabe que es capaz de acostarse con aquella mujer que le ha venido atormentando el juicio durante diecisiete años y deja su vaso sobre la mesa de cristal, olvida el cigarro que humea en el Murano y abandona su pistola sobre el cojín del sofá. Se siente armado y va hacia la cocina tras ella. Está de espaldas, llena otra vez su vaso de whisky y él la toma por la cintura y la obliga a permanecer contra la meseta. Empieza a acariciar las caderas de rumbera frustrada, el vientre que ya conoce, y sube hasta los senos más discutidos del Pre de La Víbora, y ella se deja acariciar hasta que no puede más y se vuelve y le regala los labios, la lengua, los dientes y la saliva con sabor a wkisky escocés gran reserva, y él tira delzipper del jersey, ya no usa ajustadores como antes, y baja la cabeza para morder aquellos pezones oscuros hasta hacerla saltar de dolor, y hala hacia abajo el pantalón de ella, se vuelve torpe tratando de sacar el blúmer y se arrodilla como un pecador arrepentido para respirar primero toda la feminidad de Tamara, besarla después y empezar a comérsela con un hambre muy vieja y nunca satisfecha.
Y con una fuerza olvidada la levanta y la lleva hasta la mesa, la sienta y la siente como nunca había sentido a otra mujer. Duplican el amor en el sofá de la sala. Lo triplican y se rinden en la cama del cuarto.
Levanta la tapa de la cafetera y ve el primer café, negrísimo, que brota de las entrañas ardientes del aparato. La claridad empieza a vencer a los árboles para filtrarse hasta los ventanales de la cocina y él prepara una jarra con cuatro cucharadas de azúcar. La mañana promete ser soleada y presiente que ya no hará tanto frío. Bate el primer café en la jarra hasta fundir el azúcar y lo devuelve a la cafetera, donde levanta una espuma amarilla y compacta. Entonces se sirve su medio vaso para pensar. Ella duerme arriba, faltan diez minutos para las siete y que ella se levante, calcula mientras enciende el primer cigarro. Es un rito repetitivo sin el cual no podría empezar a vivir cada día y piensa enRufino y en qué sucedería si se enamoraba de Tamara. No lo puede imaginar, se dice, y hasta mueve la cabeza para negarlo, todavía no lo creo, se dice y ve sus ropas y las de Tamara sobre la silla donde las ha colocado antes de hacer el café. Su vanidad de hombre satisfecho y de actuación sexual memorable apenas lo deja pensar, sabe que ha vencido a Rafael Morín y lamenta no haber compartido ya con el Flaco esta segunda parte de la historia, con sus alardes de exitosa conquista y colonización, sabe que no debe, pero de tres-tres, se lo tengo que decir.