Sólo que Brent no redujo la velocidad. Pisó el pedal para acelerar aún más.
– ¿No vas a detenerte? -gritó ella por encima del ruido.
– ¿Estás loca? -le dirigió una mirada de incredulidad.
– Pero está el segundo del sheriff justo atrás -le dio el beneficio de la duda, por si no lo había visto.
– ¡Sí, lo sé! -derraparon de costado en otra curva, y Jimmy Joe recibió una lluvia de grava encima-. Esperemos que no esté manejando uno de los vehículos nuevos preparados para persecuciones a gran velocidad.
– ¿Y si es así?
Brent no respondió. Sus ojos se clavaron en algo que tenía adelante. Ella siguió el recorrido de su mirada hasta el Puente de los Suspiros, con sus macizos postes de seguridad.
– Oh, mi Dios -por el rabillo del ojo, vio la trompa del Mustang rojo. Ambos autos rivalizaban por ir aún más rápido.
– Vamos, nena, vamos, nena -gritaba Brent, mientras avanzaban a toda velocidad hacia la línea de llegada. El Mustang intentó recuperar la punta, pero Brent se aferró al volante, rehusándose a ceder el paso. Laura se dio cuenta de que Jimmy Joe iba a chocar contra los postes de cemento antes que perder la carrera. Brent iba a ganar, pero Jimmy Joe y Darlene iban a morir.
– ¡No! -gritó y se tapó los ojos al tiempo que se arrojaban sobre el puente.
– ¡Sí! -gritó Brent triunfalmente.
Cuando no advirtió ningún accidente, levantó la mirada:
– ¿Qué sucedió?
– ¡Gané! -rió Brent, acercándose a la Hondonada del Ahorcado del otro lado del puente. Una ovación sacudió a los hombres que seguían esperando parados sobre el capó de sus camionetas. Echó un vistazo atrás y por poco queda enceguecida por los faros de Jimmy. Al menos había sido lo suficientemente cuerdo como para frenar en lugar de chocar.
Siguieron avanzando a través de algunas curvas y vueltas, intentando dejar atrás al patrullero.
– Agárrate -gritó Brent, y un instante después, apagó los faros. El auto tambaleó hacia el costado, saliéndose del camino asfaltado hacia un camino de grava.
Laura giró justo a tiempo para ver el auto del sheriff pasar a toda velocidad pisándole los talones al Mustang de Jimmy Joe. Mientras Brent avanzaba lentamente hacia adelante a través de las tinieblas, una sensación de alivio le recorrió el cuerpo tenso por la adrenalina. Deslizándose hacia abajo, apoyó la cabeza sobre el respaldo. Sus ojos se cerraron y su cuerpo comenzó a agitarse en convulsiones de risa.
Las carcajadas la sacudieron hasta que le dolieron las costillas. Después de un rato, sintió que el auto se detenía. El motor se apagó. La noche la envolvió con su silencio. Riendo aún, se secó las lágrimas de las mejillas y abrió los ojos. El cielo era un gran arco encima de ellos, de un infinito azul, salpicado de una abundancia de estrellas luminosas. Hace un instante, había estado al borde de la muerte. Y sin embargo jamás se había sentido tan viva.
Al oír la risa de Brent, se volvió hacia él. Él también se había deslizado para descansar la cabeza sobre el respaldo del asiento. Luego la miró. Sus ojos se encontraron. Su risa se apagó.
Durante unos instantes que parecieron eternos, simplemente fijó su mirada en sus ojos, su rostro, su cabello. Ella contuvo el aliento al tiempo que su corazón detuvo la marcha para comenzar a latir con fuerza en su pecho, y anheló que cerrara la brecha que los separaba.
Lo deseaba tanto que temió estar soñando cuando él se inclinó hacia delante de modo que su cuerpo se irguió encima de ella. Ahuecó la parte de atrás de su cabeza en su mano, y su cara tapó el cielo. Sintió su aliento y el calor de su cuerpo, y anheló la sensación de su boca sobre la suya.
El beso, cuando finalmente sucedió, fue un susurro contra sus labios al tiempo que él se acercaba y retrocedía. Por favor, le suplicó con la mirada. Por favor, bésame como anhelo ser besada.
Un gemido gutural se escapó de su garganta, y toda suavidad desapareció. Su boca cubrió la de ella, moviéndose, probando, saboreando. Su lengua imploró entrar, y ella abrió la boca por voluntad propia, irguiéndose para ir a su encuentro. Desabrochando con torpeza su cinturón y luego el de ella, liberó sus cuerpos para moverse y entrelazarse. Las manos de él recorrieron su espalda, sus costados, sus pechos. Los botones de su blusa se abrieron, al igual que el broche delantero de su corpiño.
Cuando ahuecó sus manos alrededor de sus pechos desnudos, ella arqueó la espalda hacia arriba. Desesperada por sentir su piel, desabrochó con desesperación los botones de su camisa, y luego enterró los dedos en la tibia mata de vello que cubría su pecho. Sintió sus músculos tensos y duros a medida que la atraía hacia sí.
La pierna de ella chocó contra la palanca de cambio; el codo de él se dio contra el volante. Reprimiendo una maldición, estiró la mano al lado del asiento de ella. El asiento se inclinó lentamente al tiempo que él la presionaba hacia atrás. Con los dedos hundidos en su cabello, él le besó el cuello, y luego su boca se desplazó hacia abajo. Tomó la aureola erecta de su pezón con suavidad entre los dientes. Un escalofrío la recorrió y él procedió a apaciguar la carne con la lengua. Hipnotizada por la luz de la Luna, observó cuando su boca se cerró sobre un duro pezón. Sí, gimoteó, y se dio cuenta de que el sonido provenía de un lugar recóndito dentro de sí. Necesitaba que él la acariciara. En cualquier lado. En todos lados.
La mano de él se deslizó hacia abajo, debajo de su falda y volvió a subir.
– Oh, Dios -gimió él al tocar la piel desnuda por encima de sus medias con ligas. Comenzó a respirar, jadeando entrecortadamente al apoyar su frente sobre los pechos de ella-. ¿Siempre llevas esto?
– ¿Qué? -ella respiró, sin poder pensar. Apretó los muslos para calmar el dolor. Le pasó los dedos entre el cabello, y anheló volver a sentir su boca.
– Las medias con ligas -dijo con voz ronca, mientras se movía hacia delante para sostenerse por encima de ella. En la oscuridad, sus ojos acariciaron su rostro-. ¿Siempre llevas medias con ligas?
– Sí. Yo… son muy cómodas y… no siento tanto calor con ellas.
Una sonrisa iluminó su rostro:
– ¿Sientes menos calor ahora con ellas?
Sus ojos se agrandaron al darse cuenta de lo que había dicho. Pero luego él tomó su boca besándola con ferocidad. Debajo de su falda, la mano de él se deslizó por encima de su muslo, provocando un estremecimiento en los músculos y un hormigueo en la piel. Se movió, sin saber si quería más o menos hasta que el deseo que sentía se transformó en algo irracional, como una bestia que luchaba por escapar. Gimoteó asustada de la sensación misma que deseaba obtener.
– Calma -le susurró él en el oído, al tiempo que su mano se abría paso debajo de su ropa interior húmeda al núcleo de su ardor.
– Oh, Brent… vamos… por favor… -quería decirle que jamás había sentido esta urgencia de sensaciones. Pero su dedo presionaba dentro de ella, y perdió toda capacidad del habla.
Lanzó un grito ahogado mientras él la frotaba, con estocadas lentas y seguras, y sus piernas se abrieron, acogiendo sus dedos. Cuando su pulgar encontró el capullo sensible, el mundo estalló a su alrededor; como un martillazo de vidrio, se sintió embestida por un ramalazo de placer que se fragmentó hacia afuera. Se arqueó, asombrada, y luego quedó suspendida durante un instante eterno antes de descender lentamente a la tierra.
Cuando abrió los ojos, vio que él se había echado hacia atrás. Con la mano aún bajo su falda, tocándole las partes íntimas, su cuerpo se había vuelto completamente inmóvil. Las sombras ocultaban el rostro de Brent, pero ella advirtió su mirada despavorida.
Al instante, desapareció. Se abalanzó fuera del auto, y ni siquiera se tomó la molestia de cerrar la puerta. Ella permaneció recostada un momento con la blusa abierta, y las piernas apartadas. La brisa fresca le rozaba la piel, y la calaba hasta los huesos.