Era distinta de cualquier otra mujer que hubiera conocido. Y sospechaba que ella podía decir lo mismo de él.
– Phoebe, tienes que saber que soy un hombre rico.
– Ya me lo figuraba -se mordió el labio.
– ¿Y eso te molesta?
– Un poco.
Lo miró. La larga melena le caía sobre la espalda. A Mazin le entraron ganas de enterrar los dedos en la cálida seda de su cabello color miel. Quería hacer tantas cosas…
– No entiendo por qué pasas tanto tiempo en mi compañía -le espetó ella de repente-. A mí me gusta estar contigo, pero me preocupa que puedas aburrirte.
– Nunca -sonrió-. ¿Te acuerdas de ayer, cuando fuimos a ver los meerkats? Tú les diste tu comida. Con toda la paciencia del mundo les diste de comer uno a uno. Nunca te cansabas.
Phoebe suspiró.
– Eran tan graciosos… Me habría quedado mirándolos durante horas. Y me gusta la manera que tienen de erguirse, siempre alerta, protegiéndose unos a otros.
– Recuerdo que me dijiste que habías visto un documental sobre los meerkats de África y que uno se había quemado en un incendio.
Phoebe se detuvo en seco. Mazin se movió hasta quedar frente a ella. Como había ocurrido el día anterior, vio que tenía los ojos llenos de lágrimas.
– Sí. El pobre intentaba erguirse, pero no podía -susurró-. Los demás se arremolinaban en torno a él, protectores. Un par de días después, abandonó el grupo y se marchó para morir solo.
Una lágrima rodaba por su mejilla. Mazin se la enjugó con un dedo.
– Lágrimas por un simple meerkat. ¿Cuántas derramarías por un niño?
– No entiendo la pregunta…
– Lo sé. Pero estas lágrimas demuestran por qué no puedo aburrirme contigo.
– Lo que estás diciendo no tiene ningún sentido… Mazin se echó a reír.
– Seguro que encontrarías gente que suscribiría esas palabras. Dime, ¿qué es lo que quieres y esperas hacer en la vida?
– ¿Yo? -abrió mucho sus ojos azules-. Nada especial. Me gustaría tener hijos. Tres o cuatro. Y una casa. Pero, antes de eso, quiero licenciarme.
– ¿En qué?
– Enfermería. Me gusta cuidar a la gente.
Mazin se acordó de su tía enferma. Sí, estaba seguro de que Phoebe sería una gran enfermera.
– Me gustaría también… -sacudió la cabeza-. Perdóname. Todo esto no puede interesarte. Mis sueños son demasiado sencillos, demasiado normales.
– Al contrario…
No pudo evitarlo: la atrajo hacia sí. Phoebe se dejó abrazar de buena gana, como era de esperar. Se apretó contra él, tomándolo de la cintura. Y cuando alzó la cabeza a modo de tácito ofrecimiento, Mazin no tuvo ni el deseo ni la fuerza necesarios para rechazarla.
La besó. Esa vez Phoebe respondió con entusiasmo y le devolvió el beso. Mazin procuró dominarse, porque si de él hubiera dependido, habrían acabado haciendo el amor allí mismo, en la zona pública del castillo. Así que le mordisqueó el labio inferior y le sembró de besos la mejilla, la mandíbula… Deslizó también las manos arriba y abajo por su espalda, pero evitando la tentadora curva de sus nalgas.
Se le aceleró la respiración cuando le lamió delicadamente la base del cuello. Phoebe llevaba un vestido ligeramente escotado. Sus pequeños senos lo tentaban insoportablemente: habría sido fácil bajar más. Podía ver el dibujo de sus pezones tensándose bajo la tela…
Pero al final se impuso el sentido común. Concentró de nuevo su atención en la boca, y vio que Phoebe entreabría los labios a modo de invitación. Mazin habría podido resistir cualquier tipo de tentación, pero no aquélla. Tenía que saborear su dulzura una vez más.
Se apoderó de sus labios, y ella respondió con la misma pasión. «Sólo una vez», se dijo Mazin mientras deslizaba una mano por la curva de su cadera. Phoebe reaccionó acercándose todavía más, apretando los senos contra su pecho y susurrando su nombre.
Mazin maldijo para sus adentros. Phoebe era demasiado inocente, no sabía lo que le estaba ofreciendo.
La deseaba, pero no podía tenerla. No sólo porque fuera virgen, sino porque él aún no le había contado toda la verdad. Al principio le había ocultado la información porque eso le divertía. Pero ahora veía claro que en realidad no quería que lo supiera.
Se obligó a apartarse. Ambos estaban jadeando. Phoebe le sonrió.
– Probablemente lo habrás oído un millar de veces antes -le dijo-, pero besas muy bien. Mazin se echó a reír.
– Y tú.
– Si eso es cierto, la culpa es tuya.
Un rubor de excitación teñía sus mejillas. Su belleza le conmovió hasta lo más profundo del alma. Sí, quería verla vestida de satén, adornada con diamantes. Y quería verla también desnuda…
– ¿En qué estás pensando? -le preguntó ella.
– En que eres como un inesperado regalo en mi vida.
Sus ojos azules brillaron con una emoción que Mazin no quiso interpretar. Lenta, tentativamente, Phoebe le acarició la boca con la punta de un dedo. Estaba conteniendo el aliento.
– ¿Qué es lo que quieres de mí, Mazin?
De repente se sintió impelido a decirle la verdad:
– No lo sé.
Seis
Phoebe sacó una silla a la terraza para contemplar las estrellas. La fresca brisa de la noche le acariciaba los brazos desnudos, haciéndola temblar ligeramente. Aunque en realidad ignoraba si el origen de aquel temblor era la brisa o el miedo.
Quizá fuera el recuerdo del beso de Mazin lo que la tenía tan inquieta. Algo importante había sucedido aquella tarde cuando la tomó en sus brazos.
Había creído ver algo en sus ojos, algo que le había hecho pensar que tal vez todo aquello no era un simple juego para él. Su incapacidad para decirle lo que quería de ella la ponía nerviosa y feliz a la vez. Uno de ellos reñía que saber lo que estaba pasando, y ella no tenía la menor idea. Así que por fuerza tenía que ser Mazin…
Se abrazó las rodillas. La brisa hacía ondear los largos faldones de su camisón blanco.
Había percibido una diferencia en aquel último beso, una intensidad que la había dejado estremecida. ¿La deseaba de verdad? ¿Querría hacer el amor con ella? Y ella… ¿querría hacer el amor con él?
El no era el hombre con quien había estado fantaseando. En sus fantasías, Mazin no tenía vida propia, salvo el tiempo que pasaba con ella. Y ahora sabía que había estado casado. Y que era padre, de cuatro hijos. Tenía una vida que no le incumbía a ella para nada, y cuando se marchara, retomaría su rutina como si no hubiera pasado nada, como si ella nunca hubiera existido.
¿Serían todos sus hijos como Dabir? Sonrió al recordar al niño alegre y cariñoso que había conocido. Frecuentar su compañía sería una delicia…
Varios años de experiencia como niñera le habían enseñado a calibrar a un niño a primera vista. Sabía que Dabir debía de tener sus defectos, pero tenía un corazón generoso y era muy divertido. Se mordió el labio. Con un niño sería fácil, pero… ¿cuatro? Peor aún: el primogénito de Mazin era solamente unos pocos años más joven que ella misma. El pensamiento la hizo estremecerse. Aunque, se recordó, los hijos de Mazin no iban a suponerle a ella ningún problema, por supuesto…
Alzó la mirada a las estrellas, pero el cielo de la noche no pudo darle ninguna pista sobre cuándo acabaría Mazin cansándose de ella, ni tampoco sobre sus intenciones. En lugar de citarla para el día siguiente a la mañana, Mazin había quedado con ella por la tarde. Aquel cambio de planes le excitaba e inquietaba a la vez…
Sucediera lo que sucediera, se dijo Phoebe con firmeza, no se arrepentiría de nada. La luna se reflejaba en el océano inquieto. Se llenó los pulmones del olor del mar y del perfume de las flores. Sabía que recordaría aquella noche para siempre.
Mazin estaba sentado frente a ella, tan guapo como de costumbre. Esa noche iba de traje, con lo cual Phoebe se alegraba de haber hecho un gasto extraordinario con la elegante blusa que se había comprado en la tienda del hotel. Su falda negra había conocido mejores días, pero todavía estaba de buen ver. Después de haber pasado casi una hora luchando con su pelo, había conseguido recogérselo con una trenza francesa. Se sentía casi… sofisticada. Algo que iba a necesitar para contrarrestar el efecto de la atracción de Mazin a la luz de la luna…