Y estaba decidida a no llorar, le dijera lo que le dijera Mazin. Si no a él, se lo debía a sí misma. Esperó a que estuviera sentado al volante.
– Estás casado.
Se volvió para mirarla.
– Ya te lo dije, mi mujer murió hace seis años. No he vuelto a casarme desde entonces. Durante un tiempo pensé en hacerlo, pero encontrar a alguien se reveló una tarea imposible, así que renuncié a la idea -encendió el motor-. No lo estoy haciendo muy bien. Quizá, en vez de decírtelo, debería enseñártelo. Quiero… -vaciló-. La mayor parte de las mujeres estarían encantadas de saberlo, pero no estoy muy seguro de cuál será tu reacción…
Si lo que pretendía era hacer que se sintiera mejor, estaba haciendo un pésimo trabajo. Phoebe se mordió el labio mientras se dirigían hacia el norte. Por un parte ansiaba escuchar lo que tuviera que decirle, porque si le decía a la cara que su relación se había acabado, entonces, con el tiempo, quizá podría dejar de amarlo. Pero si huía, si se negaba a escucharlo… entonces jamás podría superar su recuerdo.
Aunque, ciertamente, la idea de encerrarse en su hotel y no volver a salir hasta la hora de salida del avión no dejaba de resultarle atractiva.
Tan absorta estaba en esos pensamientos que no se dio cuenta de que se hallaban en la carretera que llevaba al palacio. Un nudo le cerró la garganta.
– Mazin, ¿por qué estamos aquí?
Él no le dijo nada. El cerebro de Phoebe empezó a trabajar a toda velocidad. Varias posibilidades se le ocurrieron, sin que ninguna le gustara especialmente. En lugar de aparcar delante del palacio, Mazin continuó por una carretera lateral que llevaba a un gran edificio. Ya se lo había enseñado antes: la residencia privada del príncipe.
Fue como si el mundo entero cediera bajo sus pies. Se le paralizó el cerebro, el corazón dejó de latirle por un segundo, y luego empezó de nuevo, esa vez a un ritmo acelerado.
Pero antes de que cualquiera de los dos pudiera decir algo, un niño pequeño salió de un bosquecillo cercano y corrió hacia el coche.
Mazin aminoró la velocidad y aparcó en el arcén de la carretera. Dabir se acercó a la puerta de Phoebe y la abrió.
– ¿Se lo has pedido? ¿Te ha dicho que sí? -le preguntó a su padre.
– Dabir, aún no hemos hablado de nada -gruñó Mazin, aunque su hijo no se mostró nada impresionado por su mal humor-. Necesitamos más tiempo.
– Pero si habéis tenido toda la mañana -se quejó el niño-. ¿Le dijiste que me parece muy bonita? ¿Y lo de que se convertiría en princesa?
– ¡Dabir!
– Dígale que sí, señorita Carson… -le suplicó a Phoebe. Luego miró por última vez a su padre y se marchó por donde había venido.
Phoebe no sabía qué decir ni qué pensar. Se sentía como si acabara de caer en otra dimensión, en otro universo.
– ¿Ma-Mazin?
– No era esto lo que había planeado -suspiró-. Estamos sentados en el coche. No es nada romántico -desabrochándose el cinturón de seguridad, se volvió hacia ella-. Phoebe, lo que no te dije es que soy algo más que un alto funcionario del gobierno de Lucia-Serrat. Soy el príncipe Nasri Mazin. Gobierno esta isla. La casa que tienes delante es mi hogar. Mis hijos son príncipes.
Phoebe parpadeó varias veces.
– ¿El-el príncipe? No -susurró-. No puede ser.
– Me temo que sí -se encogió de hombros.
Phoebe se quedó mirando su rostro familiar, sus ojos oscuros, su boca de labios firmes. La boca que tanto había besado y que la había besado a ella en tantos y tantos íntimos lugares… Se le encendieron las mejillas.
– ¡Pero si te he visto desnudo!
– Y yo a ti -sonrió.
Pero ella no quería pensar en eso.
– No lo entiendo. Si de verdad eres un príncipe, ¿por qué no me lo dijiste? ¿Y por qué querías estar conmigo?
Mazin le apartó con delicadeza un mechón de cabello de la frente.
– Cuando te vi en el aeropuerto, acababa de volver de un largo viaje. Durante todo el tiempo había estado pensando en que debía buscar una esposa. No esperaba casarme por amor, pero confiaba en encontrar a una mujer con quien pudiera sentirme cómodo, disfrutar de la vida con ella. No tuve suerte. Las mujeres que conocí me aburrían. Me cansé de que solamente me quisieran por mi posición, o por mi dinero. Volví a casa cansado y descorazonado -se encogió de hombros-. Entonces vi a una preciosa jovencita entrar en una tienda del aeropuerto. Parecía fresca, espontánea, encantadora, y muy distinta de las otras mujeres que había conocido. La seguí por impulso. La misma impresión me causó al hablar con ella. No tenía la menor idea de quién era yo. Al principio pensé que aquella supuesta inocencia era un juego, una simulación, pero con el tiempo descubrí que era tan genuina como la mujer misma. Y me sentí intrigado.
Phoebe seguía sin poder pensar con coherencia.
– Pero Mazin… -tragó saliva-. Digo… príncipe Nasri… -cerró los ojos con fuerza. Aquello no podía estar sucediéndole. ¿Un príncipe? ¿Se había enamorado de un príncipe? Lo que quería decir que las pocas y débiles esperanzas que hubiera podido tener de un futuro para su relación acababan de desvanecerse como el humo.
– Phoebe, no te pongas tan triste…
Abrió los ojos y se lo quedó mirando fijamente.
– No estoy triste. Me siento como una estúpida, que es distinto. Debería haberlo adivinado.
– Yo me esforcé bastante para que no te dieras cuenta. Programaba nuestras salidas por adelantado, para que no pudiéramos encontrarnos con nadie.
Y ella que había pensado que el motivo era la temporada baja… Efectivamente, había sido una estúpida.
– Supongo que nadie me creerá cuando cuente todo esto, a mi vuelta a casa.
– Ayanna te habría creído -le dijo él con tono suave.
Phoebe asintió. Ayanna lo habría entendido todo, pensó con un suspiro. Porque lo mismo le había sucedido a su tía. Y Ayanna se había pasado el resto de su vida amando al único hombre que nunca pudo conseguir.
Un fuerte dolor le atenazó el pecho, dificultándole la respiración.
– Creo que deberías… er… llevarme de vuelta al hotel -murmuró.
– Pero todavía no he respondido a tu segunda pregunta.
No estaba segura de cuánto tiempo más podría seguir resistiendo sin llorar.
– ¿Qué-qué pregunta era ésa?
– Me preguntaste por qué quería estar contigo.
Oh. No estaba muy segura de que quisiera escuchar la respuesta. Podía ser buena. O no lo bastante buena.
Mazin le puso las manos sobre los hombros:
– Me hechizaste. No suelo conocer a mucha gente que no sepa de antemano que soy el príncipe Nasri de Lucia-Serrat. Contigo, pude ser yo mismo. Cuando me hablaste de la lista de lugares de tu tía, decidí enseñártelos. Quería pasar tiempo contigo. Llegar a conocerte bien.
Aquello no era tan malo… Phoebe se obligó a sonreír.
– Te agradezco todo lo que has hecho por mí. Fuiste muy amable.
Mazin sacudió la cabeza.
– ¿Crees que la amabilidad fue mi único motivo?
– Bueno, yo pensé que, quizá al cabo de un tiempo… podrías querer seducirme…
Mazin soltó un gruñido, se inclinó hacia ella y la besó en la boca.
– Sí, quería acostarme contigo, pero hubo mucho más que eso -le confesó entre besos-. Quería estar contigo. No podía olvidarte. Llegaste a convertirte en una persona muy importante para mí. Yo no pensaba presentarte a mi hijo, pero al final sucedió, por pura casualidad. Dabir piensa que eres encantadora… y que serías una excelente madre para él.
Si antes había tenido la sensación de que el mundo basculaba bajo sus pies, en ese momento empezó a girar sin control. Le temblaban los dedos mientras se desabrochaba el cinturón de seguridad. Bajó tambaleándose del coche; iba a desmayarse. Peor aún: iba a vomitar.