– Nací en Colorado. No llegué a conocer a mi padre, y mi madre nunca me habló de él. Mis abuelos maternos murieron antes de que yo naciera. A mi madre… -Phoebe vaciló, con la mirada clavada en el suelo- no le gustaba mucho la gente. Vivíamos en una pequeña cabaña en medio de los bosques. No teníamos vecinos y nunca tuvimos contacto alguno con el mundo exterior. No teníamos ni electricidad ni agua corriente. Sacábamos el agua de un pozo.
Lanzó una rápida mirada a Mazin. Parecía interesado.
– No sabía que en tu país hubiera zonas sin esa infraestructura mínima.
– Quedan algunos. Mi madre me enseñó a leer, pero no hablaba mucho del mundo exterior conmigo; éramos felices, supongo. Sé que ella me quería mucho, pero yo a menudo me sentía muy sola. Un día, cuando tenía ocho años, salimos a recoger fresas silvestres. Bajaba mucha agua de la montaña, por el deshielo. Ella resbaló con unas hojas húmedas, se cayó y se golpeó en la cabeza. Más tarde me enteré de que había muerto en el acto, pero en aquel momento no podía entender por qué no reaccionaba. Tuve que pedir ayuda, aunque ella me había prohibido terminantemente que me mezclara con el resto de la gente. Había un pueblo a unos quince kilómetros de allí. Lo había visto antes un par de veces, de lejos, en uno de mis paseos.
Mazin dejó de caminar y la tomó suavemente de los hombros.
– ¿Nunca habías entrado en ese pueblo? ¿Aquélla fue la primera vez?
Phoebe asintió con la cabeza.
– Debiste de pasar mucho miedo.
– Más miedo me daba que le hubiera pasado algo a mi madre. O que se enfadara conmigo cuando despertara -suspiró, recordando los esfuerzos que había hecho para no llorar cuando explicó lo sucedido a unos extraños, antes de que uno de ellos la llevara a la oficina del sheriff-. Fueron a buscarla por fin.
Mazin la soltó y continuó caminando.
– Luego me dijeron que había muerto -añadió Phoebe. Le resultaba más fácil hablar mientras andaba. Quieta, se ponía nerviosa-. Tardé mucho en asimilarlo.
– ¿Adonde fuiste después?
– A un hogar de acogida hasta que pudieron localizar a un pariente de mi madre. Tardaron seis meses porque yo no sabía nada de mi familia. Tuvieron que rebuscar en sus objetos personales para encontrar alguna pista. Yo tuve que acostumbrarme de repente a una vida donde todo era fácil y cómodo. Fue duro.
Esas dos palabras no podían en absoluto explicar lo que había sido para ella. Todavía recordaba su impresión la primera vez que entró en un lavabo normal, que no fuera una letrina apartada de casa. La simple idea del agua corriente caliente a su disposición le había parecido un milagro.
– Empecé a estudiar, por supuesto.
– Debiste de tropezarte con dificultades.
– Alguna que otra. Sabía leer, pero no había recibido educación escolar. Las matemáticas eran un misterio para mí. Conocía los números, pero nada más. Y además me había perdido todo el proceso de socialización que supone el colegio. No sabía hacer amigos. En mi vida había visto una película.
– Tu madre no tenía ningún derecho a hacerte eso.
Phoebe se volvió para mirarlo, sorprendida por la ferocidad de su tono.
– Ella hizo lo que creyó que era lo mejor para mí. A veces creo entenderla, otras veces me indigno con ella.
Salieron al sol y continuaron caminando en silencio durante unos minutos. Había cosas sobre su pasado que nunca le había confesado a nadie, ni siquiera a Ayanna. Desde el principio, su tía había sido tan buena y cariñosa con ella que no había querido entristecerla.
– No hice muchos amigos -susurró-. No sabía cómo. Los otros niños sabían que yo era distinta y se mantenían alejados de mí. Me sentí enormemente agradecida cuando localizaron a mi tía, no sólo porque tenía un hogar, sino porque por fin dejaba de estar sola.
Mazin la llevó a un banco a un lado del paseo. Phoebe se sentó en una esquina y juntó las manos con fuerza. Los recuerdos parecían agrandarse en su mente.
– Ayanna fue a buscarme en su coche. Más tarde me dijo que lo hizo a propósito, para que durante el viaje de vuelta tuviéramos tiempo para charlar y llegar a conocernos -sonrió, triste-. Su plan funcionó. Para cuando llegamos a Florida, yo ya me sentía muy cómoda con ella. Por desgracia, en el colegio tuve más problemas. Durante un tiempo, los profesores se mostraron convencidos de que tenía algún tipo de retraso. Fracasaba en los tests psicotécnicos porque eran demasiado nuevos para mí.
– Aun así, continuaste estudiando. Phoebe asintió.
– Me costó mucho. Ayanna me llevaba a la biblioteca cada semana y me ayudaba a elegir libros para que pudiera ir aprendiendo un poco de todo -se interrumpió. Pero… tienes que perdonarme. Ya ni siquiera me acuerdo de lo que me preguntaste. Sé que no te esperabas una respuesta tan larga…
– Me alegro mucho de que me hayas contado todo esto -le aseguró mientras le acariciaba una mejilla con el dorso de la mano-. Estoy impresionado por tu capacidad para superar las dificultades.
Phoebe se dijo que aquellas palabras deberían haberle alegrado, y sin embargo no fue así. Quería que Mazin la viera como alguien que podía resultar excitante, y no como el ejemplo de un trabajo bien hecho, de una prueba superada. Y quería que la estrechara de nuevo en sus brazos y la besara en los labios.
Con una intensidad que no pudo menos que asustarle, se sorprendió a sí misma anhelando que la sedujera.
Pero, en lugar de besarla o acercarse simplemente a ella, Mazin se levantó del banco.
Y ella lo imito, reacia.
Siguieron paseando por el jardín. Mazin se comportó como un guía modélico, enseñándole las especies de mayor interés. De vez en cuando le preguntaba cómo se sentía, debido al calor de la mañana. Para cuando el sol alcanzó el cénit, el ánimo de Phoebe estaba ya cayendo en picado. No debería haberle confesado su extraño pasado. No debería haberle revelado sus secretos. La calificaría de persona rara, eso era seguro…
– Te has quedado muy callada -le dijo él cuando se dio cuenta de que había dejado de hablar.
Phoebe se encogió simplemente de hombros.
– ¿Por qué estás triste?
– No estoy triste. Es sólo que me siento… -apretó los labios-. No quiero que pienses que soy una estúpida.
– ¿Por qué habría de pensar algo así de ti?
– Por lo que te he contado.
Le había hablado de su pasado. Por lo que a Mazin se refería, aquella información la había vuelto todavía más peligrosa. El día anterior no había sido más que una mujer guapa que lo había atraído sexualmente. El beso le había demostrado las posibilidades de aquella relación y la excitación derivada le había impedido dormir bien aquella noche. Pero ese día sabía que Phoebe era mucho más que un cuerpo bonito.
Sabía que tenía un carácter fuerte y que había sobrevivido a las mayores adversidades imaginables. Después de aquello, ¿por qué habría de temer ella que la tomara por una estúpida? Las mujeres eran criaturas muy complejas…
– Métetelo en la cabeza, paloma mía -le advirtió mientras le tomaba la mano-. Admiro tu capacidad para superar lo que te pasó. Vamos, te enseñaré nuestro jardín de rosas inglés. Algunos de los rosales son muy antiguos.
A la mañana siguiente, Phoebe casi se había convencido de que Mazin había sido sincero con ella: que la admiraba por la forma en que había afrontado su pasado. Sin embargo, no podía dejar de dudarlo, sobre todo porque a la hora de despedirse no la había besado. La había besado el primer día, pero no el segundo. ¿No querría eso decir que se estaba moviendo en la dirección equivocada?
Delante del espejo del baño, se recogió la melena en una cola de caballo. Como el vestido que se puso no parecía haber obrado el milagro que había esperado, esa vez eligió un pantalón y una sencilla camiseta. Quizá ahora querría besarla…
Terminó de atusarse el pelo y dejó caer las manos a los costados. Después de pasar dos días en compañía de un hombre tan guapo, la cabeza no dejaba de darle vueltas. Probablemente lo mejor habría sido que no se hubieran besado.