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Sarah también iba diariamente a Rose's, a mediodía, cuando Addie estaba en su cuarto y disponía de tiempo para sí misma. Le hablaba del proyecto de Robert… «La construcción del bocarte avanza rápidamente», o sobre temas ajenos a ella… «Todos en el pueblo hablan de la llegada del telégrafo». También le hacía regalos: un bollo fresco de la panadería de Emma, el último ejemplar de su periódico, un pájaro origami que Patrick había hecho con un hoja de papel de imprimir, la galletita rellena con pasas de la cena de la noche anterior. Nunca dejaba de sonreír pese a la seriedad obstinada de Addie y, al final de la visita, le recordaba a su hermana: «Tengo trabajo para tí cuando te decidas; ah, y una habitación en casa de la señora Roundtree que podemos compartir».

Si para llegar al corazón de Addie había que demostrarle que ella les importaba, Sarah y Robert estaban decididos a triunfar en su empeño.

El uno de diciembre de 1876, la línea del telégrafo llegó a Deadwood desde Fort Laramie, donde se conectaba con Western Union. El pueblo enloqueció de alegría. Era un día de invierno despejado y templado y todos salieron a la calle para presenciar la instalación del último poste a media tarde. Cuando la conexión estuvo hecha, el hombre del poste alzó un brazo y se elevó un vítor ensordecedor. Sarah estaba con Patrick, Josh, Byron y Emma. Los sombreros volaron por los aires. El griterío era impresionante. Byron levantó a Emma y la hizo girar. Alguien hizo lo mismo con Sarah y ella lo abrazó con fuerza y le gritó al oído: «¿No es maravilloso?» El hombre la dejó en el suelo y la besó en la boca -un minero cuyo nombre desconocía- luego rieron y gritaron de alegría y dieron hurras con el resto del pueblo.

– ¡Vamos, Patrick, hemos de ir a la oficina del telégrafo! -exclamó ella elevando su voz por encima del griterío.

Se abrieron paso entre el gentío hasta la diminuta oficina donde el primer operador de telégrafo del pueblo, James Halley, se encontraba sentado en su magnífico escritorio recién estrenado con el dedo en la tecla de bronce del telégrafo. Había demasiadas personas en el interior como para que cupieran dos más, de modo que Sarah golpeó en la ventana y un hombre llamado Quinn Fortney la abrió para que, al menos ella, pudiera oír el mensaje que el alcalde de Deadwood estaba enviando al alcalde de Cheyenne.

– ¡Shhh! ¡Shhh! -La multitud calló y los que estaban cerca escucharon el primer tap-t-t-tap de respuesta que transmitía un mensaje de felicitación. Cuando acabó la transmisión, James Halley salió a la acera de la oficina del telégrafo y lo leyó en voz alta.

– Felicitaciones, Deadwood. Punto. Ahora un cable de cobre conecta los riquísimos yacimientos de oro de las Montañas Negras con el resto del mundo. Punto. Esperamos que lleve el progreso y la prosperidad. Punto. Felicitaciones. Punto. R. L. Bresnahem. Punto. Alcalde de Cheyenne. Punto.

Se produjo otro estallido de júbilo. Los hombres se abrazaron entre ellos. Patrick abrazó a Sarah. En algún lugar, alguien tocaba un banjo. Unos hombres bailaban la giga. Patrick besó a Sarah, que estaba demasiado entusiasmada como para pensar siquiera en negarse.

– ¡Piensa, Patrick! -gritó eufórica-. ¡Recibiremos noticias de todo el país el mismo día que sucedan!

– Y publicaremos seis páginas, luego ocho y no tendré suficientes dedos para seguirte el ritmo.

Sarah se rió feliz.

– No, no por el momento. Ahora déjame. He de recoger la opinión de la gente sobre este acontecimiento.

Se movió entre la muchedumbre formulando la pregunta: «¿Qué significa para usted la llegada del telégrafo?».

Dutch Van Aark dijo que significaba la posibilidad de hacer un pedido un día y recibirlo con la diligencia tres días después.

Dan Turley respondió que podía significar la salvación de vidas, como en el caso del brote de viruela que acababan de padecer, ya que la enfermedad podría haber sido identificada con mayor rapidez y las vacunas pedidas recibidas en el plazo de un día en vez de tres.

Para Shorty Reese significaba que los mineros podrían vender su oro en polvo al precio oficial en cada momento.

Teddy Ruckner dijo que significaba que podría hacer saber a sus parientes de Ohio que estaba bien sin necesidad de escribirles.

¡Benjamín Winters contestó que significaba que iba a dar la fiesta más grande jamás vista en Deadwood en el Hotel Grand Central, y que comenzaría ya! Terminó con un puño alzado provocando un rugido de aprobación. Tomó la delantera hacia su establecimiento con un grupo de hombres siguiéndole.

– ¡Eh, todos, fiesta en el Grand Central! ¡Traed al hombre que toca el banjo!

En medio del tumulto, Sarah encontró a Noah Campbell detrás suyo.

– ¿No es maravilloso, marshal? -Su sonrisa era tan ancha como la hoja de una hoz.

– Eso espero. Habrá que ver si la multitud no se desmadra antes de que acabe la fiesta.

– Se sienten felices, eso es todo. Éste es el día más importante en la historia de Deadwood. Dígame, marshal, para el Deadwood Chronicle, ¿qué significa para usted la llegada del telégrafo?

– Significa que podré enterarme de los asaltos a las diligencias cuando las huellas estén todavía frescas. Quizá me gane un par de recompensas, ¿eh? -Sonrió con picardía, algo que ella nunca le había visto hacer antes-. Pero, ahora mismo significa que me voy a ir al Hotel Grand Central para unirme a la fiesta, se desmadre o no. ¿Y usted? ¿Sabe divertirse, o sólo trabajar?

– Por supuesto que sé divertirme. Es más, lo hago bastante bien.

– Entonces vamos.

– Me encantaría, pero primero debo encontrar a Patrick y a Josh y avisarles de que cerraré la oficina durante el resto del día.

– ¿Y después irá al hotel?

– Sí.

– ¿Sin la libreta y la pluma?

– Bueno, eso no puedo prometérselo.

– No podrá bailar con el frasco de tinta abierto.

– ¿Por qué cree que sé bailar?

– Siendo una mujer y con un banjo sonando en el pueblo, más vale que sepa.

– Ya veremos. -Dicho esto, se volvió y lo dejó en medio de la calle, mientras la multitud rugiente y alborotada se aproximaba con la música de banjo.

Patrick y Josh no aparecían por ninguna parte, de modo que Sarah colgó un cartel en la puerta de la oficina que decía, cerrado el resto del día, y cerró con llave. La calle seguía abarrotada de gente alegre y excitada, dispuesta a aguantar hasta la madrugada.

Guiada por un impulso irrefrenable, fue primero a la pensión de la señora Roundtree. Si ésa iba a ser su primera fiesta en Deadwood, no pensaba asistir con su falda castaño rojiza y la blusa de trabajo de todos los días. Aunque era casi la hora de cenar, la casa estaba vacía: incluso la señora Roundtree se encontraba en el pueblo participando del regocijo popular.

En su cuarto, Sarah se lavó, se puso agua de rosas en las axilas, se cepilló el pelo, lo recogió detrás de las orejas con un par de peinetas en forma de conchas y, con ayuda de unos rulos, se hizo seis bucles que le caían por la frente. Se colocó un ajustado corsé de algodón, dos enaguas blancas encima, se ató su polisón de crinolina por primera vez desde su llegada a Deadwood y se puso su mejor conjunto: una chaqueta verde polonesa y una falda a rayas rosas y verdes.

Frente al espejo, no sonrió tontamente ni se descorazonó, sólo examinó su aspecto con una rápida mirada y salió dispuesta a unirse a la diversión, dejando la pluma y la libreta en la habitación.

Robert llegó a Rose's algo más tarde de lo habitual. El pianista tocaba con desgana y Rose hacía un solitario sentada a una mesa, con un cigarro encendido colgando entre sus labios. Aunque a esa hora normalmente empezaban ya a llegar clientes, aquella noche no había ninguno.

Addie bajó cuando la llamaron y, para sorpresa de Robert, esta vez estaba completamente vestida, aunque el atuendo color cereza dejaba entrever gran parte de sus pechos.