– Gustafson ha venido a caballo al Spearfish esta mañana con la noticia de que la conexión con Western Union quedaría lista esta noche. ¡Supongo que nos hemos perdido el gran acontecimiento, pero por lo menos hemos llegado a la fiesta! ¡Bailemos, Sarah!
Le quitó el plato y la taza de ponche de las manos, los dejó sobre la mesa y la arrastró entre los bailarines con su habitual impaciencia.
– Arden, deberías acostumbrarte a pedir las cosas en lugar de, simplemente, anunciarlas -dijo sonriendo mientras él la hacía saltar con entusiasmo febril.
– ¿Estás aquí bailando, no?
– Arden Campbell, no estoy segura de que me guste tu actitud petulante.
– Te guste o no, ahora te tengo y pienso acapararte. -La estrechó contra su pecho y ejecutó dos giros galopantes que provocaron el choque del pómulo de Sarah contra su mandíbula. A un lado de la sala su hermano y su madre los contemplaban. ¡Oh, Dios, su madre estaba allí! Y aquel hombre de barba roja entre ellos era probablemente el padre, el único miembro de la familia que no conocía.
– Arden, no me aprietes tanto -Arden cedió a su deseo y la soltó un poco, sin que por ello, al acabar aquel baile, dejara de sentirse como si acabara de pasar por el bocarte de Robert.
– Ven, quiero presentarte a mi padre.
Una vez más, no tuvo alternativa. Arden tiró de ella con tanta brusquedad que los dientes le castañetearon, y la condujo hasta el trío formado por el resto de los Campbell.
– Papá, ésta es Sarah. Sarah, él es mi padre, Rirk Campbell.
Se estrecharon las manos mientras ella trataba de no mirarle las pecas y la barba roja. Nunca había visto un rostro tan grande y anaranjado ni una mano tan enorme.
– Hola, señor Campbell.
– Así que tú eres la joven de la que toda mi familia habla.
– Hola, señora Campbell -dijo Sarah. Noah permanecía de pie con los brazos cruzados sobre el pecho, inmóvil.
– Esto sí que es una fiesta, ¿eh? -comentó Carrie Campbell-. Le decía a Noah, menos mal que tienes esa cárcel, porque seguro que esta noche tendrás que meter allí dentro a unos cuantos borrachos.
Un tema delicado, la cárcel de Noah. Provocó un silencio.
– Su periódico parece muy bueno -intervino Kirk-. Imagino que el telégrafo le será muy útil.
– Sí señor, lo será.
Charlaron acerca del telégrafo, la comida y el crecimiento demográfico previsto para Deadwood en primavera. Noah se mantuvo en silencio y Arden se movió nervioso y acabó por decir repentinamente:
– Podéis hablar de eso después. Ahora tenemos que bailar. ¡Vamos, Sarah!
Nuevamente la forzó a hacer su voluntad, arrastrándola con desconsideración. Por encima del hombro de Arden, los ojos de Sarah se encontraron con los de Noah y pensó, «Por favor, rescáteme». Pero en aquel instante, alguien tocó el hombro del marshal y, según dedujo Sarah, le pidió que lo siguiera, pues Noah se perdió entre el gentío en el extremo lejano del vestíbulo. Cuando por fin terminó la canción, Sarah echó un rápido vistazo al salón y vio a Noah acercándose hacia ella, pero poco antes de que la alcanzara, apareció Robert.
– Señorita Merritt -dijo muy cortésmente-, ¿me concede el próximo baile?
– Por supuesto, Robert. Creo que no conoces a Arden Campbell. -Los dos hombres intercambiaron saludos y ella se alejó con Robert, bailando a un ritmo mucho más pausado. Arden los observó desilusionado. A Noah no se le veía por ninguna parte.
– Vaya, Robert, hacía días que no te veía.
– He estado muy ocupado con el bocarte.
– Y yo con el periódico.
– ¿Algún avance con Addie?
– Ninguno. ¿Y tú?
– Creo que esta noche he conseguido hacerla vacilar. -Después de aquel comentario esperanzador, la conversación se centró en Addie, el bocarte y, por supuesto, en el telégrafo. Bailaron tres canciones, se acercaron a la ponchera y ella tomó su segunda taza del «cordial de melocotón».
La fiesta se animó y Sarah con ella. Le daba la impresión de haber bailado, al menos, veinticinco piezas, con todos los presentes excepto con Noah Campbell. Cada vez que él se acercaba a ella, presumiblemente para invitarla a bailar, alguien se interponía entre los dos. En determinado momento, se oyó un disparo y el marshal fue requerido para arrestar al autor, de modo que estuvo fuera bastante tiempo, el necesario para meter en la cárcel al juerguista, tal como Carrie había predicho. Cuando estuvo de vuelta en el Grand Central, eran pasadas las doce y Sarah se disponía a coger su abrigo, en un perchero cercano a la puerta. Noah se detuvo tras ella.
– ¿Ya se va? -preguntó.
Ella se giró con una sonrisa temblorosa y las mejillas rosadas.
– Me parece que he bebido demasiado, marshal.
– No es usted la única. Será mejor que la acompañe a casa.
Sarah se inclinó y le susurró al oído:
– Gracias al cielo. No sabía cómo librarme de Arden.
Le costó encontrar la manga con el brazo, de modo que Noah la ayudó. Arden se aproximó, jadeando después de haber estado buscando su chaqueta por todas partes.
– Noah… yo acompañaré a Sarah a su casa.
– De eso ya me ocupo yo -le dijo por toda respuesta.
– ¡Eh, espera un momento!
– Mamá y papá estaban preguntando por tí. Creo que se vuelven para casa.
– Buenas noches, Arden -dijo Sarah. Noah la cogió del brazo y la llevó hacia fuera sin brusquedad.
– Pero Sarah…
– Buenas noches, Arden -repitió Noah, cerrando la puerta entre ellos.
– Creo que le debo una disculpa, marshal.
– ¿Y eso?
– Por beber demasiado. Este estado no es propio de una dama.
– Lo ha pasado bien, ¿no es así?
– Oh, sí. Excepto por su hermano. ¡Baila como una palomita de maíz saltando en una sartén!
Noah se rió. Ella se adelantó dos pasos, se giró y levantó un pie hacia atrás, mostrándoselo.
– ¡Mire! ¿Todavía me queda suela?
– Un poco.
– Bueno, pues es un milagro. No es fácil ser una de las veinte únicas mujeres en un pueblo como éste.
Caminaban el uno al lado del otro sin tocarse. Sarah mantenía bastante bien el equilibrio.
– Ha sido una buena compañera de baile. Los hombres estaban encantados.
– Pensé que íbamos a bailar usted y yo.
– Estaba demasiado ocupada.
– ¿No ha bailado con nadie?
– Yo también estuve ocupado.
– Apuesto a que no sabe bailar. Es eso, ¿no?
– Lo ha adivinado. Soy aún peor que Arden.
Sarah se rió y luego se apretó las palmas de las manos contra las mejillas.
– Tengo la cara ardiendo.
– Es por el ron.
– Ben Winters me dijo que era ponche dulce.
– Pero usted no le creyó, ¿no es cierto?
– No. Vi como le ponía licor. Pero decidí pasar un buen rato, como los demás.
– Es probable que mañana le duela la cabeza.
– Oh, no.
– Beber algo de café sienta bien en estos casos. Tal vez encontremos un poco en la cocina de la señora Roundtree.
Subían los largos peldaños en dirección a la casa. Desde el salón, que quedaba ya bastante atrás y abajo, aún llegaba el rumor de la celebración. Noah abrió la puerta y entraron en la sala a oscuras.
– Espere un momento -dijo. Sarah se quedó de pie en la oscuridad, desabrochándose el abrigo mientras él encontraba una cerilla y encendía una lámpara-. Vamos -le dijo con la lámpara en la mano y encaminándose hacia la cocina.
Dejó la lámpara sobre la mesa, entre algunos recipientes de madera, una olla que contenía un trozo de lacón y un salero. El fuego de la estufa se había apagado hacía rato y la habitación estaba fría. Noah cogió una cafetera y la agitó.
– Queda un poco -dijo. Entró en la despensa oscura y reapareció vertiendo el café frío en una tacita blanca.
Sarah se sentó a la mesa.