Cinco minutos antes de la medianoche volvieron a llenar los vasos e hicieron la cuenta atrás en segundos, los ojos de Noah estaban fijos en el reloj de bolsillo que sostenía en su mano derecha.
– Cinco, cuatro, tres, dos, uno… ¡Feliz Año Nuevo! -gritaron a coro, brindando en lo alto con alborozo y bebiendo oporto antes de hacer una ronda de besos a través de la mesa de la cocina.
Robert besó a Addie.
Noah besó a Sarah.
Luego Robert besó a Sarah y Noah besó a Addie.
Los hombres se estrecharon las manos.
Las hermanas se abrazaron.
Robert comenzó a entonar el Himno a la alegría y el resto del grupo se le unió.
Cuando acabaron de cantar la canción, el silencio se tiñó de melancolía.
Robert tomó la palabra.
– Todos tenemos viejos amigos que hemos dejado atrás, amigos que echamos de menos, pero gracias a vosotros, en especial a las damas aquí presentes, de quien partió la iniciativa de esta reunión, ésta ha sido la mejor noche que he pasado desde mi llegada a Deadwood. Brindemos por un próspero año y por la felicidad de todos nosotros.
– ¡Salud! ¡Salud!
Después de vaciar su vaso, Noah respiró hondo y dijo con voz algo compungida:
– Siento de verdad tener que dejaros, pero le prometí a Freeman que a medianoche lo sustituiría para que él también pudiera celebrarlo un poco. ¿Me acompañas fuera, Sarah?
Mientras se ponían de pie, Robert dijo con mucho tacto:
– Creo que Addie y yo tomaremos otro vasito de oporto.
Fuera, Noah le dijo:
– Gracias por todo, Sarah. Ha sido divertido. Y Robert me cae bien.
– Me alegra. -Echó la cabeza hacia atrás-. Así podremos reunimos más a menudo los cuatro. Oh, Dios, mira esas estrellas. ¿No son de ensueño?
– Mmm. -Noah les echó un vistazo-. ¿Qué les has dicho a Robert y a Addie sobre nosotros?
– Nada. Que somos amigos. -La cabeza todavía le colgaba como sobre un soporte de goma-. Estrellas de ensueño… -Emitió una risita entrecortada, como pícara.
Noah la observó con más atención.
– Bueno, señorita Merritt ¿otra vez ebria?
Sarah enderezó la cabeza haciendo un gran esfuerzo.
– Me parece que sí, señor Campbell y le aseguro que es muy agradable. -Soltó una carcajada.
– ¡Te estás riendo estúpidamente!
– Sí, pero es culpa tuya. Tú has traído el oporto.
– ¿De modo que la mujer con quien voy a casarme abusa con la bebida? -Dijo sonriendo.
– Mmm… vergonzoso, ¿no?
– Absolutamente.
– Entonces arrésteme. -Le rodeó el cuello con los brazos y se pegó bruscamente a él-. Tiene el arma y la estrella. Adelante, arrésteme marshal Campbell -le dijo en tono desafiante a dos centímetros de su nariz.
Se besaron con pasión. Cuando separaron sus bocas, ambos jadeaban. Sarah ya no se reía. Noah ya no sonreía.
– Hace muchísimo frío aquí fuera -comentó él, desabrochándose su chaqueta de piel de oveja y manteniéndola abierta-. Ven aquí conmigo.
Sarah había salido sin abrigo y accedió de buena gana, deslizando sus brazos alrededor de la cintura de Noah. El forro de lana de la chaqueta y el calor corporal del hombre le procuraban un buen resguardo de las inclemencias del tiempo. Él le pasó la chaqueta por encima de los hombros y la abrazó con fuerza.
– Me gusta esta nueva faceta tuya -murmuró él con voz ronca.
– Soy una desvergonzada.
– Entonces sé siempre una desvergonzada -replicó mientras sus labios volvían a cubrir su boca y sus manos la cogían por las caderas para atraerla hacia sí. Redescubrieron el sabor del oporto en sus lenguas y sintieron el calor de sus cuerpos tensándose en el frío de la noche… pechos, vientres, rodillas… hasta que aquella contención dejó de ser agradable y se convirtió en agónica, momento en que Noah se apartó.
Gruñó un poquito y tomó una gran bocanada de aire.
– Soy una desvergonzada -volvió a decir ella con la cabeza pegada al pecho del marshal; el olor del chaleco de cuero y de la piel cálida de Noah embriagaba su olfato.
– No, es sólo el oporto.
– Ha sucedido algo extraordinario, Noah.
– ¿Qué?
– Ansiedad. Todo el rato que he pasado sentada frente a ti jugando al parchís, no dejaba de pensar en este momento, cuando al fin pudiéramos estar a solas.
– Yo también estaba ansioso, porque… te he traído algo.
– ¿Qué?
Extrajo de su bolsillo un sobre de terciopelo.
– Para hacerlo oficial.
– Un broche. -Sarah salió del cobijo que le procuraba la chaqueta, cogió el broche y lo mantuvo en alto como para que captara la luz de las estrellas-. Mi broche de compromiso.
– Sí.
– No lo veo bien.
– Espera. -Encontró una cerilla de madera en el bolsillo y la encendió en la suela de la bota, luego la sostuvo cubriéndola con una mano del viento. A la débil luz de la cerilla, ella examinó el broche. Tenía forma de espuela y una rosa a la izquierda.
– Una espuela… es precioso, Noah. -Había empezado a temblar.
– Y una rosa, que representa el amor. Sé que no te lo puedes poner en un lugar visible, pero estoy seguro de que encontrarás un lugar oculto. -La llama había consumido casi toda la cerilla, de modo que Noah la apagó.
– Lo haré. Lo llevaré puesto todos los días. Gracias, Noah.
– Estás temblando. Será mejor que entres antes de que cojas frío.
– Sí… Addie y Robert podrían sospechar.
– Gracias por la cena.
– Gracias por el broche… -Sonrió-. Y por el oporto.
Noah se alejó varios pasos, volvió hasta ella y la besó con suavidad en los labios.
– Te quiero, aunque todavía me asombra.
– Yo también te quiero.
Capítulo Dieciocho
Ocho días después, un domingo por la noche, Robert y Noah volvieron a cenar con las hermanas Merritt, sentando un precedente para las semanas siguientes. A partir de entonces, los cuatro se reunían a menudo para compartir una buena comida o unas palomitas de maíz, disfrutar de un juego de mesa o, simplemente, charlar un rato. Con frecuencia sostenían largas conversaciones que se prolongaban hasta bien entrada la noche y que podían versar sobre temas tan variados como la verdadera felicidad, el derecho de los hombres a escupir en la calle, la aversión de las mujeres por los hombres que escupían en la calle; la posibilidad de cultivar lechugas en pleno invierno utilizando un invernadero, la razón por la que las palomitas de maíz saltaban, o el efecto del clima sobre el estado emocional de las personas. A medida que pasaba el invierno, su amistad se consolidaba, haciendo más soportable la sombría estación de días cortos y deprimentes.
Entretanto, el periódico de Sarah publicaba los acontecimientos y las noticias del nuevo año, 1877. En Washington, un presidente y vicepresidente nuevos juraron sus cargos. En Filadelfia, se clausuró la Exposición del Centenario de Norteamérica. En el ayuntamiento de Minneapolis se inauguró el primer conmutador telefónico estatal. En Colorado, una naturalista llamada Martha Maxwell descubrió una nueva especie de ave denominada lechuza blanca de las Montañas Rocosas, y otra mujer, Georgianna Shorthouse fue sentenciada a tres años de prisión por practicar un aborto. De Nueva York llegó la increíble noticia de que una mujer podía detectar si estaba embarazada realizando mediciones diarias del perímetro de su cuello, que se hincharía inmediatamente después de producida la fecundación. Relojes eléctricos, que funcionaban sólo con batería, inventados por un alemán llamado Geist, comenzaban a hacerse habituales en los hogares norteamericanos. A lo largo y ancho del país, el comercio de cuero vacuno había substituido por completo al de cuero de bisonte.
Cerca de Deadwood, el poder legislativo del Territorio de Dakota se emplazó en Yankton, la capital. En Washington, el poder legislativo nacional hizo lo propio; la ratificación del Tratado Indio abrió definitiva y oficialmente el asentamiento legal de colonos blancos en las Montañas Negras. Las inclemencias del tiempo hicieron disminuir los asaltos a la diligencia de Deadwood.