– No puedo, como tú tampoco podrías si fuera de tu padre de quien se estuviera hablando en ese tono dudoso. Y ahora dime, ¿qué hizo?
Robert estiró un brazo y apretó el hombro de Addie con su mano.
– Díselo, Addie. Díselo y acaba de una vez con esto.
Noah se disponía a ponerse de pie.
– Si me disculpáis, creo que esto es un asunto familiar.
Addie lo cogió de un brazo.
– No, quédate. Si vamos a ser parientes, será mejor que tú también oigas lo que voy a decir.
Noah observó los rostros alrededor de la mesa… el de Sarah, contraído mientras miraba a Addie; el de Robert, compungido y preocupado por su prometida; el de Addie, triste mientras le pedía que no se marchara. Se dejó caer de nuevo en la silla.
Addie apoyó los antebrazos en la mesa y rodeó con sus manos una taza vacía. Una lágrima dibujaba una línea plateada en su mejilla, pero ya no lloraba. Parecía exteriormente tranquila, resignada examinando la taza.
– Cuando mamá nos dejó, papá me forzó a ocupar su lugar… en la cama.
Robert le apoyó una mano en la muñeca y se la acarició con el pulgar.
Sarah, boquiabierta, contemplaba a su hermana.
– ¡No te creo! -pudo decir por fín en un susurro.
Addie la miró a los ojos por primera vez.
– Lo siento, Sarah. Es la verdad.
– ¡Pero… pero sólo tenías tres años!
– Así es -dijo Addie con tristeza-. Sólo tenía tres años. Y luego cuatro, y luego cinco y diez y once y doce. Y cuando cumplí dieciséis no pude soportarlo más, así que huí.-Pero nuestro padre era un hombre bueno, un hombre íntegro… y temeroso de Dios. No pudo hacer algo tan… horrible.
– Era un hombre bueno, íntegro y temeroso de Dios a tu lado, pero tenía dos caras, Sarah. Tú veías la que él quería que vieras.
Sarah movió la cabeza, los ojos extraordinariamente abiertos por la conmoción.
– No. Me habría dado cuenta, habría… tú se lo habrías…
– ¿Contado a alguien? Primero me hizo prometerle que no lo haría, y después me sentía demasiado avergonzada para hacerlo.
– Pero cómo pudo… -La boca de de Sarah seguía abierta. Su mirada parecía suplicar ayuda en silencio.
– Fingía consolarme porque yo añoraba mucho a mamá. Decía que era nuestro pequeño secreto y que no debía confesárselo a nadie. Te hizo creer que me trasladaba a otra habitación porque mojaba la cama, pero en realidad lo hizo para poder meterse en mi cama impunemente. ¿Por qué crees que siempre se negó a que la señora Smith viviera con nosotros? Ella lo habría…
– ¡No! -gritó Sarah, poniéndose en pie con brusquedad-. ¡No seguiré escuchándote! ¡Estás mintiendo! -Las lágrimas rodaban por su rostro. Sus ojos estaban muy abiertos; su tez, pálida-. ¡Papá nunca habría hecho una cosa así! Nos quería y cuidaba de nosotras. ¡Lo… lo estás difamando y él no está aquí para defenderse! -Atravesó la habitación llorando, llegó al pie de las escaleras y las empezó a subir corriendo, sin ni siquiera levantarse la falda.
– ¡Sarah! -Noah corrió tras ella, subiendo de dos en dos los escalones y sin reparar en el hecho de que la seguía al dormitorio. El llanto lo llevó a una habitación a mano izquierda. Sarah se había echado en la cama en la oscuridad.
– Sarah -murmuró, sentándose junto a ella.
– ¡Vete! -Encogida, lanzó un golpe a ciegas hacia atrás con el brazo-. ¡No me toques!
– Sarah, lo siento. -La cogió de un hombro para intentar darle la vuelta y así poder abrazarla.
– ¡Te he dicho que no me toques! ¡No vuelvas a tocarme en tu vida! -vociferó.
Noah retiró su mano mientras ella lloraba con tanta intensidad que hacía temblar la cama entera. Se quedó un rato indeciso, sufriendo por ella, deseando estrecharla y ayudarla en aquel momento de desolación.
– Sarah, por favor… déjame ayudarte.
– No quiero tu a… ayuda. No quiero na… nada. ¡Déjame en paz!
Noah se incorporó y examinó la oscura figura debatiéndose entre gemidos y sollozos. Fue hasta la ventana y espió la noche, sintiéndose acongojado, impotente y conmocionado. Su padre, santo Dios, su padre. El hombre a quien ella más había admirado, el hombre a quien citaba, imitaba y adulaba. Había sido más que un padre para ella, había sido su mentor y maestro en la vida también. Sarah no sólo había aprendido el oficio de él, sino que había adoptado además su estricto código de moralidad en el oficio… eso creía.
«Santo Cielo, qué abatida debe sentirse.»
Pensó en Addie, abajo. La pobrecita, hermosa y poco inteligente Addie, que había cargado con ese pasado y protegido a su hermana de él durante todos aquellos años. Había escapado de un padre que abusaba de ella para sumirse en una vida de degradación, y él, Noah, había sido partícipe de esa degradación. ¿Qué debía decirle a Addie cuando bajara?
¿Y a Robert, que, sin quererlo, había destapado aquel nido de gusanos? Robert era un hombre incapaz de hacer daño a nadie adrede.
Noah quería quedarse allí, en la oscuridad, hasta que la armonía se restableciera y el dolor que habitaba en aquel momento la casa se mitigara, pero, ¿qué clase de amigo escondía la cabeza en los momentos difíciles?
El llanto de Sarah era ahora desgarrador. Noah experimentaba una sensación extraña, temblorosa y resonante en su estómago.
Lo intentó de nuevo.
– Sarah -dijo, volviendo a la cama, sentándose junto a ella y acariciándole la espalda estremecida-. Sarah, lo que él fue para tí no cambiará nunca.
Ella se giró con violencia y gritó:
– ¡Era mi padre, no lo entiendes! ¡Era mi padre y era un mentiroso y un asqueroso hipócrita! ¡Un animal!
Noah no supo qué decir, así que permaneció sentado y trató de abrazarla.
– ¡Lárgate de aquí! -chilló ella-. ¡Dé… déjame… en… paaaaaaz!
La vehemencia de Sarah lo desconcertó y asustó. Se puso derecho, aún sentado, y se quedó vacilando junto a la cama mientras ella se sentaba en el borde con el cuerpo echado hacia delante, como colgando y agitado por profundos sollozos.
– De acuerdo, Sarah. Me voy. Pero volveré mañana para ver cómo estás. ¿Te parece bien?
La única respuesta fue el llanto persistente.
– Te quiero -musitó Noah.
Abandonó la habitación y ella se quedó tal como estaba, encorvada y llorando.
Abajo, Addie estaba acurrucada en los brazos de Robert, cerca de la pila, los platos olvidados junto a ellos. Un trapo de cocina colgaba del hombro de él mientras mantenían una conversación en voz baja. Cuando Noah entró en la cocina, se volvieron para observarlo cruzar la habitación, pero no se movieron, como temiendo separarse.
Noah se detuvo frente a ellos y un silencio confuso los sobrecogió.
– Está muy mal -comentó.
– Déjala llorar un rato, luego subiré a verla -dijo Addie.
– No quiere que la toque.
– Necesita estar un rato a solas.
Noah asintió con la cabeza.
– Lo siento mucho, Addie -dijo por con expresión abatida.
– Bueno, todos lo sentimos, pero no podemos hacer nada al respecto, excepto tratar de superarlo y ser felices.
– No sabía… quiero decir, cuando iba a verte a Rose's… -sus ojos se desviaron a Robert y volvieron a Addie-. Esto es embarazoso, pero tengo que decírtelo. Si lo hubiera sabido jamás hubiera ido. Pensaba que a vosotras… bueno… pensaba… que os…
A Addie le dio lástima y le tocó un brazo.
– Sí, es lo que todos piensan. Que nos encanta hacerlo. Pero escucha, Noah, lo que mi padre me hizo no es culpa tuya. No quiero que tú te sientas culpable. Por esta noche me parece que ya ha habido suficientes culpas y culpables en esta casa.
Noah volvió a mirar a Robert.
– Robert… -dijo y se interrumpió, como buscando las palabras.
– Soy un bocazas, ¿no? -se anticipó Robert.
– Diablos, tú no lo sabías.
– Ya, pero eso no ayuda a Sarah, ¿verdad?