– ¿Cómo va tu novio? ¿Ya no se ha metido en más líos? -preguntó Buddy.
– Ahora no hablemos de eso -contestó Lena, lamentando una vez más haber involucrado a Buddy Conford en los problemas de Ethan.
El caso era que cuando uno estaba al otro lado de la mesa y necesitaba a un abogado, quería al más astuto y retorcido que existiera. Allí se cumplía el proverbio: quien se acuesta con perros se despierta con pulgas. Lena todavía tenía picores.
– ¿Te estás cuidando? -prosiguió Buddy.
Lena se volvió para ver por qué Jeffrey tardaba tanto. Hablaba con Frank y tenía un papel en la mano. Por fin, dio una palmada en el hombro a éste y se encaminó hacia el despacho.
– Disculpad -dijo Jeffrey.
Dirigió una señal con la cabeza a Lena para indicarle que no había ninguna novedad. Se sentó en su escritorio y dejó el papel boca abajo en el cartapacio.
– Vaya ojo a la virulé -comentó Buddy, señalando la cara de Jeffrey.
Obviamente Jeffrey no estaba de humor para conversaciones banales.
– No sabía que tenías una hija, Buddy.
– Una hijastra -corrigió él, como si lamentara admitirlo-. Me casé con su madre el año pasado. Llevábamos diez años saliendo juntos a rachas. No hace más que dar problemas.
– ¿La madre o la hija? -preguntó Jeffrey, y compartieron una de esas risas masculinas ante un comentario machista.
Buddy dejó escapar un suspiro y se cogió a los lados de la silla con las manos. Aunque ese día tenía puesta la prótesis, también llevaba bastón. Al verlo, Lena se acordó de Greg Mitchell. Pese a sus más firmes propósitos, esa mañana de camino al trabajo descubrió de pronto que andaba buscando a su antiguo novio por si había salido a dar un paseo. Aunque no sabía qué le habría dicho.
– Patty tiene un problema con las drogas -explicó Buddy-. La hemos obligado a seguir varios tratamientos.
– ¿Dónde está su padre?
Buddy abrió las manos y se encogió de hombros.
– Ni idea.
– ¿Anfetaminas? -preguntó Lena.
– ¿Qué otra cosa iba a ser? -preguntó él, bajando las manos.
Buddy se ganaba bien la vida gracias a las anfetaminas, no directamente sino representando a clientes acusados de traficar con ellas.
– Tiene diecisiete años -continuó Buddy-. Su madre cree que las toma desde hace ya tiempo. Lo de chutarse es reciente. No puedo hacer nada para impedírselo.
– Es una droga difícil de dejar -comentó Jeffrey.
– Casi imposible -coincidió Buddy. Él debería saberlo. Más de la mitad de su clientela se componía de reincidentes-. Al final, no nos quedó más remedio que echarla de casa. Hará unos seis meses. Sólo hacía que salir hasta altas horas, volver a casa colocadísima y dormir hasta las tres de la tarde. Cuando conseguía despertarse, se dedicaba a insultar a su madre, a insultarme a mí, a insultar al mundo en general; ya sabes, todos son gilipollas menos tú. Y no veas qué vocabulario tiene; es una malhablada compulsiva. En fin, un lío. -Tamborileó en su pierna con los dedos y un sonido hueco reverberó en la habitación-. Uno hace lo que puede para ayudar a los demás, pero todo tiene un límite.
– ¿Adónde fue cuando la echasteis?
– Básicamente dormía en casas de amigas, aunque supongo que entretenía a chicos a cambio de un poco de dinero. Cuando sus amigas se hartaron, empezó a trabajar en el Kitty. -Dejó de tamborilear-. Aunque no os lo creáis, pensé que así se enderezaría.
– ¿Y eso por qué? -preguntó Lena.
– Uno sólo se ayuda a sí mismo cuando por fin toca fondo. -Dirigió a Lena una mirada elocuente y ésta sintió el vivo deseo de abofetearlo-. No me imagino que alguien pueda caer más bajo que desnudándose ante un hatajo de palurdos miserables en el Pink Kitty.
– ¿Nunca ha tenido nada que ver con la granja esa de Catoogah?
– ¿Con los fanáticos religiosos? -Buddy se echó a reír-. Dudo que la aceptaran.
– Pero ¿eso te consta?
– Pregúntaselo a ella, pero no lo creo. No es muy religiosa precisamente. Si va a algún sitio, es para conseguir droga o para ver si puede sacar algún provecho. Puede que ésos sean una panda de locos obsesionados con la Biblia, pero no son tontos. Le verían el plumero de lejos. Y ella sabe distinguir a su público. No perdería el tiempo.
– ¿Conoces a ese tal Chip Donner?
– Sí, lo representé un par de veces como favor a Patty.
– No lo tengo en mis archivos -dijo Jeffrey, refiriéndose a que la policía del condado de County nunca lo había fichado.
– No, fue en Catoogah. -Buddy cambió de posición en su silla-. No es mala persona, debo decir. Un chico de por aquí, que nunca se ha alejado más de cien kilómetros de su casa. El problema es que es tonto. La mayoría son tontos. Y si a eso le sumamos el aburrimiento…
– ¿Y conoces a Abigail Bennett? -lo interrumpió Jeffrey.
– No me suena de nada. ¿Trabaja en el club?
– Es la chica que encontramos enterrada en el bosque.
Buddy se estremeció, como si alguien hubiera pisado su tumba.
– Joder, qué manera tan espantosa de morir. Mi padre siempre nos asustaba con eso cuando íbamos a visitar a su madre en el cementerio. Había un predicador enterrado a un par de tumbas de la suya, y del suelo salía un cable que subía por un poste telegráfico. Mi padre nos contaba que tenía un teléfono dentro del ataúd para poder llamar por si acaso no había muerto de verdad. -Se rió-. Una vez, mi madre llevó un timbre, uno de esos de bicicleta, y estábamos alrededor de la tumba de mi abuela, todos muy serios, cuando de pronto ella tocó el timbre. Estuve a punto de cagarme encima.
Jeffrey se permitió sonreír.
– Pero no estoy aquí para contar anécdotas -dijo Buddy con un suspiro-. ¿Qué queréis de Patty?
– Queremos saber qué relación tiene con Chip.
– Eso os lo puedo aclarar yo mismo. Estaba enamorada de él. Chip no le daba ni la hora, pero ella estaba loca por él.
– Chip conoce a Abigail Bennett.
– ¿De qué?
– Eso quisiéramos saber -contestó Jeffrey-. Esperábamos que Patty nos lo explicase.
Buddy se humedeció los labios. Lena adivinó sus intenciones.
– Lamento decirlo, pero yo no puedo influir en ella.
– Podríamos llegar a un acuerdo -propuso Jeffrey.
– No -dijo él, levantando la mano-. No os engañaré. Ella me detesta. Me culpa de haberle quitado a su madre y también de haberla echado de casa. Yo soy el malo de la película.
– Tal vez le parezcas menos detestable tú que la perspectiva de ir a la cárcel -sugirió Lena.
– Tal vez. -Buddy se encogió de hombros.
– Bien -dijo Jeffrey, visiblemente descontento-, ¿la hacemos sufrir un día más?
– Creo que será lo mejor -aceptó Buddy-. Lamento parecer demasiado duro, pero se necesita algo más que sentido común para convencerla. -En ese momento debió de activarse su faceta de abogado, porque añadió-: Y doy por supuesto que, a cambio de su declaración, se retirarán los cargos por agresión y obstrucción a la justicia.
Lena no pudo reprimir un gruñido de aversión.
– He ahí la razón por la que la gente detesta a los abogados.
– No pareció molestarte cuando necesitaste mis servicios -comentó Buddy con desenfado. Y dirigiéndose a Jeffrey, preguntó-: ¿Comisario?
Jeffrey se reclinó en la silla con los dedos entrecruzados.
– Si no habla mañana, no hay trato.
– De acuerdo -comentó Buddy, y les tendió la mano para cerrar el acuerdo con un apretón-. Ahora cóncededme unos minutos a solas con ella. Intentaré pintarle un buen panorama.
Jeffrey levantó el auricular del teléfono.
– ¿Brad? Por favor, lleva a Buddy a hablar con Patty O'Ryan. -Colgó-. Te espera en el calabozo.
– Gracias -respondió Buddy, y valiéndose del bastón, se levantó.
Guiñó un ojo a Lena antes de salir.
– Gilipollas -dijo ella.