– Es imposible cubrir toda la zona esta noche.
– ¿Quieres venir mañana por la mañana y descubrir que se habría podido salvar a una chica esta noche si hubiésemos actuado antes?
– Es tarde -insistió ella-. Podríamos pasar justo al lado sin darnos cuenta.
– O podríamos encontrarlo -replicó él-. Pase lo que pase, mañana volveremos aquí a buscar. Me da igual si tenemos que traer excavadoras y cavar cada puto centímetro. ¿Está claro?
Lena bajó la mirada y siguió buscando algo que ni siquiera sabía si estaba allí.
Jeffrey la imitó, pero no cejó.
– Esto tenía que haberlo hecho el domingo. Deberíamos haber salido en tropel, con voluntarios. -Jeffrey se detuvo-. ¿Qué pasaba entre tú y Terri Stanley?
– ¿A qué te refieres? -preguntó Lena, en un intento de naturalidad que a ella misma se le antojó lamentable.
– No juegues conmigo -advirtió él-. Algo pasaba.
Lena se humedeció los labios, sintiéndose como un animal acorralado.
– El año pasado, durante el picnic, bebió demasiado -mintió Lena-. La encontré en el lavabo con la cabeza en el váter.
– ¿Es alcohólica? -preguntó Jeffrey, claramente dispuesto a condenarla.
Lena sabía que ése era uno de los puntos débiles de Jeffrey, y como no se le ocurría qué otra cosa decir, decidió seguir por ese camino.
– Sí -contestó, pensando que Terri Stanley podría soportar que Jeffrey pensara que era una borracha a cambio de que su marido no se enterara de lo que había hecho en Atlanta la semana anterior.
– ¿Crees que se ha convertido en un vicio? -preguntó Jeffrey.
– No lo sé.
– ¿Vomitó?
Lena sintió un sudor frío al obligarse a mentir, a sabiendas de que, dadas las circunstancias, había optado por la mejor solución.
– Le dije que debía enderezarse -dijo-. Creo que ya lo controla.
– Hablaré con Sara -dijo, y Lena sintió que se le caía el alma a los pies-. Ella llamará al Servicio de Bienestar Infantil.
– No -replicó Lena, intentando ocultar su desesperación. Una cosa era mentir, y otra meter a Terri en un lío-. Ya te he dicho que ya lo controla. Asiste a reuniones y esas cosas. -Se devanó los sesos para recordar los discursos de Hank sobre AA, sintiéndose como una araña atrapada en su propia tela-. El mes pasado le dieron la ficha de los treinta primeros días.
Jeffrey entornó los ojos, probablemente intentando decidir si Terri decía la verdad.
– ¿Comisario? -se oyó una voz entre los chirridos de la radio-. Aquí en la esquina oeste al lado de la universidad. Tenemos algo.
Jeffrey salió disparado, y Lena echó a correr tras él, con el haz de la linterna subiendo y bajando con el movimiento de sus brazos. Aunque Jeffrey le llevaba al menos diez años, corría mucho más rápido que ella. Cuando llegó a donde estaba el grupo de policías uniformados en el claro, ella estaba al menos a cinco metros de él.
Cuando lo alcanzó, Jeffrey estaba arrodillado junto a una hendidura en el suelo. Un tubo de metal oxidado sobresalía unos cinco centímetros. La persona que lo vio debió de encontrarlo por pura casualidad. Aun sabiendo lo que buscaba, a Lena le costaba distinguirlo.
Brad Stephens se acercó corriendo por detrás de ella. Traía dos palas y una palanca. Jeffrey cogió una de las palas y los dos se dispusieron a cavar. A pesar de que el aire nocturno era fresco, cuando la primera pala golpeó la madera, los dos estaban sudando. El ruido hueco se quedó grabado en los oídos de Lena cuando Jeffrey se arrodilló para apartar lo que quedaba de tierra con las manos. Debió de hacer lo mismo junto a Sara el domingo. Lena no podía imaginar la ansiedad que habría sentido, el pavor cuando se dio cuenta de lo que había encontrado. Incluso ahora, le costaba aceptar que alguien en Grant fuera capaz de algo así.
Brad introdujo la palanca en el borde de la caja, y entre él y Jeffrey intentaron separar la madera. Se desprendió un listón, y dirigieron la luz de las linternas de inmediato hacia la abertura. Salió un hedor intenso: no a carne podrida, sino a humedad y descomposición. Jeffrey apoyó el hombro en la palanca al intentar separar otro listón y la madera se dobló como una hoja de papel. La pasta estaba empapada y manchada de tierra. Era evidente que la caja llevaba mucho tiempo enterrada. En las fotos de la tumba junto al pantano, la caja parecía nueva, y la madera verde resistente a la presión cumplía con su cometido de aislarla de los elementos aún cuando contenía a la chica.
Con las manos, Jeffrey arrancó el sexto listón. Las linternas iluminaron el interior de la caja manchada. En cuclillas, se inclinó hacia atrás, con los hombros encorvados de alivio o decepción. Por su parte, Lena sintió una mezcla de las dos emociones.
La caja estaba vacía.
Lena se había quedado en el lugar del posible crimen hasta que se sacó la última muestra. Al final, con la madera empapada bajo tierra, la caja prácticamente se había desintegrado. Saltaba a la vista que la madera era más vieja que la de la primera caja, como saltaba a la vista que la caja había sido empleada con el mismo fin. Las tablas superiores arrancadas por Jeffrey tenían profundos arañazos, y el fondo estaba lleno de manchas oscuras. Alguien había sangrado allí, defecado allí, quizás había muerto allí. El cuándo y por qué eran tan sólo dos preguntas más que añadir a la creciente lista. Por suerte, Jeffrey había aceptado finalmente que no podían seguir buscando otra caja a oscuras. Había suspendido la búsqueda y ordenado al equipo de diez personas que volvieran al alba.
De vuelta en la comisaría, Lena se había lavado las manos, sin molestarse en cambiarse y ponerse la ropa que guardaba en su taquilla, pues sabía que sólo una buena ducha caliente le aliviaría la angustia que sentía. Sin embargo, cuando llegó a la calle que conducía a su barrio, redujo la velocidad de su Celica y a pesar de la prohibición dio media vuelta para evitar su calle. Se desabrochó el cinturón y, manejando el volante con las rodillas, se quitó la chaqueta. Bajó las ventanillas pulsando el botón y apagó la radio al tiempo que se preguntaba cuánto tiempo hacía que no había tenido un momento así para ella. Ethan creía que seguía trabajando. Nan debía de estar a punto de irse a la cama y ella estaba totalmente sola, sin otra compañía que sus propios pensamientos.
Volvió a cruzar el centro, disminuyendo la velocidad al pasar ante la cafetería, pensando en Sibyl, en la última vez que la había visto. Desde entonces Lena no había hecho otra cosa que meter la pata. Hubo un tiempo en que, pasara lo que pasara, no permitía que su vida personal interfiriera en su trabajo. Era una buena policía, eso era lo único que sabía hacer bien. Y ahora había permitido que su relación con Terri Stanley se interpusiera en el camino de sus obligaciones. Una vez más, sus emociones ponían en peligro lo único constante en su vida de Lena. ¿Qué diría Sibyl de ella ahora? ¿En qué medida se avergonzaría su hermana de la clase de persona en que se había convertido?
Main Street acababa en la entrada de la universidad, y Lena dobló a la izquierda hacia la clínica infantil, dio la vuelta y volvió a salir del centro. Subió las ventanillas cuando empezó a notar el frío y empezó a manipular los diales de la radio, buscando una música suave que le hiciera compañía. Alzó la vista al pasar por delante de la gasolinera y reconoció el Dodge Dart negro aparcado junto a un surtidor.
Sin pensárselo, Lena dio un giro de ciento ochenta grados y se detuvo junto al Dart. Se bajó del coche y buscó a Terri Stanley en la tienda. Estaba dentro, pagando al cajero; incluso a esa distancia, Lena casi pudo oler la derrota en ella. Los hombros encorvados, la mirada gacha. Lena reprimió el impulso de dar gracias a Dios por haberse encontrado con ella por casualidad.
Aunque el depósito de gasolina del Celica estaba casi lleno, Lena puso en marcha el surtidor y se tomó su tiempo para retirar el tapón del depósito e introducir la manguera. Cuando se oyó el primer chasquido del surtidor, Terri ya había salido de la tienda. Llevaba una fina chaqueta azul de Member's Only, que se arremangó hasta los codos mientras cruzaba la gasolinera iluminada. Se dirigía al coche absorta, y Lena se aclaró la garganta varias veces antes de que la mujer se fijara en ella.