Выбрать главу

Ahora, sentada en el cementerio, mirando la tumba de su hermana, Lena se permitió pensar por primera vez en qué habría hecho la clínica con lo que habían extraído de su cuerpo. ¿Estaría en alguna incineradora, en espera para ser quemado? ¿O bajo tierra, en una tumba sin lápida que nunca vería? Sintió un tirón en lo más hondo del estómago, en el vientre, al pensar en lo que había hecho, en lo que había perdido.

Para sus adentros, le contó a Sibyl lo sucedido, las elecciones que había hecho que la habían llevado hasta allí. Le habló de Ethan, de cómo había muerto algo dentro de ella cuando empezó a verlo, de cómo había dejado que todo lo bueno que había en ella la abandonara como arena arrastrada por la marea. Le habló de Terri, del miedo en su mirada. Ojalá pudiera dar marcha atrás. Ojalá nunca hubiera conocido a Ethan y nunca hubiera visto a Terri en la clínica. Todo iba de mal en peor. Contaba mentiras para encubrir mentiras, hundiéndose en el engaño. No veía ninguna salida.

Lo que más deseaba era tener a su hermana allí, aunque sólo fuera un momento, para que le dijera que todo iría bien. Así había sido su relación desde el principio de los tiempos: Lena metía la pata y Sibyl suavizaba las cosas, hablaba con ella y le mostraba el otro lado. Sin su sabiduría que la guiara, todo le parecía una causa perdida. Estaba derrumbándose. Era impensable que ella hubiera podido dar a luz a un hijo de Ethan. Si apenas podía cuidar de sí misma.

– ¿Lee?

Se volvió y estuvo a punto de caerse del estrecho bloque.

– ¿Greg?

Greg salió de la oscuridad, con la luz resplandeciente a sus espaldas. Se dirigió hacia ella cojeando, con el bastón en una mano y un ramo de flores en la otra.

Lena enseguida se puso en pie, secándose los ojos e intentando ocultar su sorpresa.

– ¿Qué haces aquí? -preguntó mientras se quitaba la arenilla del pantalón por detrás.

Greg bajó la mano que sostenía el ramo.

– Puedo volver cuando hayas acabado.

– No -dijo ella, esperando que la oscuridad no le permitiera ver que había llorado-. Yo sólo… Está bien.

Se volvió hacia atrás, hacia la tumba, para no tener que mirarlo a él. Le vino una imagen de Abigail Bennett, enterrada viva, y Lena sintió que la invadía un pánico irracional. Durante un instante pensó en su hermana viva, pidiendo ayuda, intentando salir de su ataúd arañando la tapa.

Se frotó los ojos antes de volver a mirarlo, pensando que debía de estar perdiendo la cabeza. Quiso contarle todo lo sucedido: no sólo en Atlanta, sino incluso antes, cuando había vuelto a la comisaría tras llevar unas muestras a Macon y Jeffrey le había dicho que Sibyl estaba muerta. Quiso apoyar la cabeza en su hombro y sentir su consuelo. Pero sobre todo, quiso su absolución.

– ¿Lee? -preguntó Greg.

Lena buscó una respuesta.

– Me preguntaba por qué estás aquí.

– He tenido que pedirle a mi madre que me trajera -explicó-. Está en el coche.

Lena miró por encima del hombro de Greg como si desde allí viera el aparcamiento enfrente de la iglesia.

– Es un poco tarde.

– Me ha engañado -dijo él-. Me ha obligado a acompañarla a su círculo de labores.

Lena sentía que tenía la lengua espesa, pero lo que más deseaba era oírlo hablar. Había olvidado lo reconfortante que podía ser su voz, lo suave que resultaba.

– ¿Te ha obligado a sostenerle el hilo?

– Sí -contestó él, y se rió-. Cualquiera habría dicho que ya no caería en esas cosas.

Lena sonrió sin querer, pues sabía que no lo habían engañado. Aunque Greg lo negaría incluso a punta de pistola, siempre había sido el niño bueno de su mamá.

– He traído esto para Sibby -dijo, mostrando las flores-. Ayer vine y como vi que no había, pensé que…

Sonrió. A la luz de la luna, Lena vio que todavía no se había arreglado el diente que ella le había partido sin querer en una partida de frisbee.

– Le encantaban las margaritas -dijo él, y dio las flores a Lena.

Sus manos se rozaron un segundo, y ella sintió como si le pasara la corriente. Greg, por su parte, pareció no inmutarse. Hizo ademán de irse, pero Lena dijo:

– Espera.

Él se volvió lentamente.

– Siéntate -le pidió ella, señalando el bloque.

– No quiero ocupar tu asiento.

– No importa.

Retrocedió para poner las flores delante de la lápida de Sibyl. Cuando volvió a alzar la vista, Greg, apoyado en el bastón, la observaba.

– ¿Estás bien? -preguntó.

Lena intentó pensar en una respuesta. Se sorbió la nariz y se preguntó si tenía los ojos tan rojos como le parecía.

– Son las alergias -dijo.

– Ya.

Lena cruzó las manos detrás de la espalda para no retorcerlas.

– ¿Qué te ha pasado en la pierna?

– Un accidente de coche -contestó él, y luego volvió a sonreír-. Fue culpa mía. Buscaba un compacto y aparté la mirada de la carretera durante un segundo.

– Basta con eso.

– Sí -dijo él-. El Señor Jingles murió el año pasado.

Era su gato. Ella lo odiaba, pero por alguna razón lamentó enterarse de que hubiera muerto.

– Lo siento.

Se levantó una brisa y el árbol por encima de ellos susurró con el viento.

Greg miró hacia la luna con los ojos entrecerrados y luego a Lena.

– Cuando mi madre me contó lo de Sybil… -Se le apagó la voz, y clavó el bastón en el suelo, sacando hierba. Lena creyó ver lágrimas en sus ojos y se obligó a desviar la mirada para que la tristeza de Greg no reavivara la suya-. No me lo pude creer.

– Supongo que también te habrá contado lo mío.

Greg asintió, e hizo algo que no mucha gente podía hacer cuando hablaba de una violación: la miró a los ojos.

– Se llevó un disgusto.

Lena no intentó ocultar su sarcasmo.

– Seguro.

– No, en serio -aseguró Greg, sin dejar de mirarla, sin la menor malicia en sus claros ojos azules-. Mi tía Shelby…, ¿te acuerdas de ella? -Lena asintió-. La violaron cuando iban al instituto. Fue espantoso.

– No lo sabía -dijo Lena.

Había visto a Shelby unas cuantas veces. Al igual que con la madre de Greg, no se podía decir que hubieran hecho muy buenas migas. Lena jamás habría adivinado que la mujer mayor había vivido semejante experiencia. Era una persona muy rígida, pero también lo era la mayoría de las mujeres de la familia Mitchell. Lo que más había sorprendido a Lena desde su agresión era que ser víctima de una violación la había hecho entrar en lo que no era un club precisamente exclusivo.

– De haberlo sabido… -empezó a decir Greg, pero no acabó.

– ¿Qué? -preguntó ella.

– No lo sé. -Tendió la mano hacia el suelo y cogió una pacana que se había caído del árbol-. Me supo muy mal cuando me enteré.

– Sí, fue bastante terrible -admitió Lena, y Greg puso cara de sorpresa-. ¿Qué pasa? -preguntó.

– No lo sé -repitió él, tirando la pecana hacia el bosque-. Antes no hablabas así.

– ¿Cómo?

– De sentimientos.

Lena soltó una carcajada forzada. Su vida entera era una lucha contra los sentimientos.