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– ¿Cumplió toda la condena?

– Exacto -contestó, sacando pecho-. El juez se irritó conmigo por mi actitud. Además, yo tenía muy mal genio y a los celadores eso tampoco les gustaba.

– Ya me lo imagino.

– Acabé así más de una vez -dijo, y señaló el ojo morado de Jeffrey, probablemente para darle a entender que era consciente de la presencia del otro hombre en la sala.

– ¿Tuvo muchas peleas allí dentro?

– Tantas como es de esperar -reconoció.

Observaba a Lena atentamente, calibrándola. Jeffrey sabía que ella se daba cuenta, como también sabía que el interrogatorio de Cole Connolly iba a ser muy difícil.

– ¿Y allí encontró a Jesucristo, pues? -preguntó ella-. Es curioso que Jesucristo frecuente las cárceles de esa manera.

Al oírla, Connolly hizo un visible esfuerzo por contenerse, apretando los puños, tensando el torso hasta convertirse en un sólido muro de ladrillos. Lena había empleado exactamente el tono adecuado, y Jeffrey volvió a ver por un momento al hombre que habían visto por primera vez en la granja, el hombre que no toleraba las flaquezas. Lena atenuó un poco la presión.

– En la cárcel un hombre dispone de mucho tiempo para pensar en sí mismo.

Connolly hizo un gesto de asentimiento, tenso como una serpiente a punto de atacar. Lena seguía reclinada en la silla con el brazo apoyado en el respaldo en una postura relajada. Jeffrey, al ver por debajo de la mesa que Lena había acercado la otra mano a su pistola, supo que había percibido el peligro igual que él.

Sin embargo, siguió hablando con despreocupación, empleando la misma retórica que Connolly.

– Estar en la cárcel es una auténtica prueba para un hombre. Puede fortalecerlo o debilitarlo.

– Muy cierto -corroboró él.

– Algunos sucumben. Allí dentro hay mucha droga.

– En efecto. Es más fácil conseguirla allí que en la calle.

– Uno tiene muchísimo tiempo para apalancarse y ponerse ciego.

Connolly tenía aún la mandíbula tensa. Jeffrey temió que Lena hubiera ido demasiado lejos, pero no le pareció oportuno intervenir.

– Tomé muchas drogas -Connolly hablaba con voz entrecortada-. Nunca lo he negado. Cosas malas, que se te meten dentro, te llevan a obrar mal. Tienes que ser muy fuerte para resistirte. -Alzó la vista hacia Lena, y su vehemencia sustituyó a la ira tan deprisa como el aceite desplaza el agua-. Yo era un hombre débil, pero vi la luz. Recé al Señor para pedirle la salvación y Él me tendió una mano. -Levantó la mano para ilustrarlo-. Se la cogí y dije: «Sí, Señor. Ayúdame a levantarme. Ayúdame a volver a nacer».

– Menuda transformación -señaló Lena-. ¿Y qué fue lo que lo llevó a cambiar de vida?

– En mi último año en la cárcel, Thomas empezó a venir de visita. Él es el instrumento del Señor. Por mediación suya, el Señor me enseñó un camino mejor.

– ¿Se refiere al padre de Lev? -preguntó Lena.

– Participaba en el programa asistencial de la cárcel -explicó Connolly-. Los reclusos veteranos procurábamos pasar inadvertidos. Íbamos a la iglesia, asistíamos a las reuniones de estudios bíblicos, eludíamos las situaciones donde existía el riesgo de caer en las provocaciones de algún gallito que quería hacerse valer. -Se rió, convirtiéndose otra vez en el viejo bonachón que era antes de su estallido-. Nunca creí que yo mismo acabaría siendo uno de esos fanáticos de la Biblia. Hay gente que está con Jesús y gente que está en contra de él, y yo estaba en contra de él. El precio de mis pecados sin duda habría sido una muerte terrible, solitaria.

– Pero ¿entonces conoció a Thomas Ward?

– Últimamente no está bien de salud, a causa de una apoplejía, pero en aquella época era como un león, que Dios lo bendiga. Thomas me salvó el alma. Me proporcionó un lugar al que ir cuando salí de la cárcel.

– ¿Le dio tres pitillos al día? -preguntó Lena, aludiendo a las palabras de Connolly acerca de que el ejército y después la cárcel habían cuidado de él.

– ¡Ja! -dijo el anciano, dando una palmada en la mesa, riéndose de la asociación de ideas. Los papeles se alborotaron y él los ordenó, cuadrando los bordes-. Supongo que es una manera tan buena como otra de decirlo. En el fondo sigo siendo un soldado, pero ahora soy un soldado del Señor.

– ¿Ha observado algo sospechoso en los alrededores de la granja recientemente? -preguntó Lena.

– No.

– ¿A nadie que se comportara de manera extraña?

– No es por nada, pero tiene que pensar en la clase de gente que nos llega -advirtió-. Son todos un poco raros. No estarían allí si no lo fueran.

– Entiendo -concedió ella-. Pero me refiero a si alguien ha actuado de manera sospechosa, como si hubiera hecho algo malo.

– Todos han estado metidos en algo malo, y algunos todavía lo están en la granja.

– ¿Como por ejemplo?

– Vienen de un refugio de Atlanta, donde vivían compadeciéndose de sí mismos, y al final buscan un cambio de aires, convencidos de que esto de aquí será el paso definitivo para convertirse en personas mejores.

– ¿Y no lo es?

– Para unos pocos, sí -reconoció Connolly-, pero muchos, cuando llegan aquí, se dan cuenta de que lo que los llevó a las drogas, el alcohol y la mala vida es lo mismo que los mantiene aferrados a sus vicios. -No esperó a que Lena lo instara a seguir hablando-. La debilidad, jovencita. La debilidad del alma, la debilidad del espíritu. Hacemos cuanto podemos por ayudarlos, pero antes tienen que poseer la fortaleza necesaria para ayudarse a sí mismos.

– Nos han dicho que robaron dinero de la caja para gastos menores.

– Eso sucedió hace unos meses -confirmó-. Nunca supimos quién fue.

– ¿Algún sospechoso?

– Unos doscientos -contestó, y se rió.

Jeffrey supuso que trabajar con un hatajo de alcohólicos y drogadictos no contribuía a crear un clima de confianza en el entorno laboral.

– ¿No había nadie que se interesara más por Abby de lo debido? -preguntó Lena.

– Era una chica muy guapa -dijo él-. Muchos la miraban, pero yo dejaba bien claro que era coto vedado.

– ¿No tuvo que decírselo a nadie en particular?

– No que yo recuerde.

Las costumbres de la cárcel eran difíciles de abandonar, y Connolly padecía la incapacidad del recluso de dar un sí o no por respuesta.

– ¿No se fijó en si ella se relacionaba más con alguna persona en concreto? ¿Si pasaba más tiempo del debido con alguien?

Connolly negó con la cabeza.

– Créame, me he estado devanando los sesos desde que sucedió, intentando imaginar quién pudo hacer daño a esa pobre criatura. Y no se me ocurre nadie, y eso que me he remontado a varios años atrás.

– Iba mucho en coche sola -recordó Lena.

– Le enseñé a conducir el viejo Buick de Mary cuando tenía quince años.

– ¿Estaban muy unidos?

– Abigail era como una nieta para mí. -Parpadeó para quitarse las lágrimas de los ojos-. A mi edad, se diría que ya nada puede sorprenderlo a uno. Muchos amigos empiezan a enfermar. Menudo susto me llevé cuando Thomas tuvo la apoplejía el año pasado. Lo encontré yo. No sabe lo duro que fue ver cómo ese hombre recibía semejante lección de humildad. -Se frotó los ojos con el dorso de la mano. Jeffrey vio que Lena asentía, en señal de comprensión-. Pero Thomas era un hombre mayor. Uno no espera que suceda, pero tampoco se sorprende. Abby sólo era una buena chica. Tan sólo una buena chica. Tenía toda una vida por delante. Nadie merece morir así, y ella menos.

– Por lo que nos han contado, era una muchacha fuera de lo corriente.