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– ¿Ya os habéis casado?

– Sabes que no.

– No olvides que quiero ser la dama de honor, ¿eh?

– Hare…

– Ya te he contado el chiste, ¿no? ¿El de la vaca que conseguía leche gratis?

– Las vacas no beben leche -replicó Sara-. ¿Por qué no me dijiste que Jeffrey podía haber contraído el virus?

– Cuando acabé la carrera tuve que hacer cierto juramento… -dijo él-. Algo que rima con estep-o-mático.

– Hare…

– Super-mático…

– Hare. -Sara dejó escapar un suspiro.

– ¡Hipocrático! -exclamó, chasqueando los dedos-. Yo no entendía por qué teníamos que estar allí con nuestras togas comiendo canapés, pero ya sabes que no pierdo ocasión de ponerme un vestidito.

– ¿Desde cuándo tienes escrúpulos de conciencia?

– Los perdí a eso de los trece años. -Le guiñó un ojo-. ¿Te acuerdas de cómo intentabas cogérmelos cuando nos bañábamos juntos?

– A los trece, no; por entonces tú y yo no teníamos más de dos años -le recordó ella, y bajó la mirada con expresión de desprecio-. Y cuando me acuerdo, me viene a la cabeza la expresión «una aguja en un pajar».

Hare ahogó una protesta y se llevó una mano a la boca.

– ¡Hola! -saludó Tessa. Venía por la calle, con la tía Bella-. Siento llegar tarde.

– No importa -dijo Sara, aliviada y decepcionada a la vez.

Tessa dio un beso a Hare en la mejilla.

– ¡Qué elegante! -elogió Tessa.

– Gracias -contestaron Sara y Hare al unísono.

– Subamos a casa -dijo Bella-. Hare, ve a buscarme una Coca-Cola, por favor. -Se metió la mano en el bolsillo y sacó una llave-. Y de paso coge mi chal, que está en el respaldo de mi silla.

– A sus órdenes -contestó él, y se encaminó hacia la casa.

– Llegamos tarde. Tal vez deberíamos… -insinuó Sara a Tessa.

– Dame un minuto para cambiarme -dijo Tessa, y salió disparada hacia la escalera de su apartamento sin dar tiempo a Sara a emprender una elegante retirada.

Bella rodeó a Sara por los hombros con el brazo.

– Se te ve agotada.

– Esperaba que Tessa se diera cuenta.

– Es probable que lo haya visto, pero le hace tanta ilusión que la acompañes que no lo considera un obstáculo para no ir. -Cogiéndose a la barandilla, Bella se sentó en la escalinata.

Sara tomó asiento a su lado y dijo:

– No entiendo por qué quiere que vaya.

– Esto es una novedad para ella -explicó Bella-. Quiere compartirlo.

Acodándose en el peldaño, Sara se reclinó y lamentó que Tessa no hubiera encontrado algo más interesante que compartir. En el cine del pueblo ponían un ciclo de Hitchcock, por ejemplo. O si no, podían aprender a bordar.

– Bella -preguntó Sara-. ¿Por qué has venido?

Bella, sentada al lado de su sobrina, se echó hacia atrás.

– Hice el ridículo por amor.

De haberlo dicho otra persona, Sara se habría reído, pero sabía que su tía Bella era especialmente sensible cuando se trataba de su vida amorosa.

– Él tenía cincuenta y dos años -explicó-. ¡Habría podido ser mi hijo!

Sara enarcó las cejas ante semejante escándalo.

– Me dejó por una buscona de cuarenta y uno -prosiguió Bella con tristeza-. Una pelirroja. -La expresión de Sara debió de reflejar cierta solidaridad, porque Bella añadió-: No como tú. -Se apresuró a aclarar-: En su caso, no era natural. -Se quedó mirando la calle con nostalgia-. Pero era todo un hombre. Encantador. Guapísimo.

– Siento que lo hayas perdido.

– Lo peor es que me arrastré a sus pies -confesó-. Una cosa es que te dejen, y otra pedir una segunda oportunidad después de recibir una bofetada.

– No irás a decirme que él te ha…

– Cielos, no -respondió ella, y se echó a reír-. Que Dios se apiade del pobre desgraciado que se atreva a levantarle la mano a tu tía Bella.

Sara sonrió.

– Pero deberías tomar buena nota -advirtió la anciana-. Llega un momento en que uno no acepta más el rechazo.

Sara se mordió el labio inferior, ya un poco harta de que la gente le aconsejara que se casase con Jeffrey.

– A mi edad -prosiguió Bella-, no te preocupas de las mismas cosas que cuando eres joven y libre.

– ¿Y qué te preocupa ahora?

– La compañía, la posibilidad de hablar de literatura y teatro y temas de actualidad. Tener a alguien que te entienda, que ha pasado por lo mismo que tú y ha sabido sacarle provecho.

Sara percibió la tristeza de su tía, pero no sabía cómo consolarla.

– Lo siento, Bella.

– Bueno -dijo, y le dio unas palmadas en la pierna-. No sufras por tu tía Bella. He pasado por cosas peores, eso te lo aseguro. Me han zarandeado como si fuera un estuche de lápices usados -guiñó un ojo-, pero he mantenido el tipo. -Bella apretó los labios y examinó a Sara como si la viera por primera vez-. ¿Qué te pasa, cariño?

Sara sabía que habría sido inútil mentir.

– ¿Dónde está mamá?

– En una reunión de la Liga de Mujeres Votantes -contestó Bella-. Y no sé por dónde andará tu padre. Estará en el Waffle House hablando de política con los otros viejos.

Sara respiró hondo y se lanzó, pensando que ése era un momento tan bueno como cualquier otro.

– ¿Puedo hacerte una pregunta?

– Adelante.

Sara se volvió hacia ella y bajó la voz por si Tessa tenía las ventanas abiertas o Hare se acercaba sigilosamente.

– El otro día dijiste que papá había perdonado a mamá cuando ella lo engañó.

Bella la miró con cautela.

– Eso es asunto de ellos.

– Lo sé -coincidió Sara-. Sólo que… -Decidió ir al grano-. Fue Thomas Ward, ¿no? Se interesó por Thomas Ward.

Bella tardó un tiempo antes de asentir con la cabeza. Para sorpresa de Sara, añadió:

– Era el mejor amigo de tu padre desde la escuela.

Sara no recordaba haber oído a Eddie mencionar nunca su nombre, aunque, dadas las circunstancias, pensó que era comprensible.

– Perdió a su mejor amigo por culpa de eso. Creo que le dolió tanto como la posibilidad de perder a tu madre.

– Thomas Ward está al frente de la iglesia con la que Tessa está tan ilusionada.

De nuevo Bella asintió.

– Lo sé.

– El caso es que… -Sara empezó a decir, sin saber muy bien cómo plantearlo-. Tiene un hijo.

– Creo que tiene un par. Y varias hijas.

– Tessa dice que se parece a mí.

Bella enarcó las cejas.

– ¿Qué insinúas?

– Me da miedo decirlo.

Por encima de ellas se abrió y cerró la puerta de Tessa y se oyeron sus pasos al bajar a toda prisa por la escalera. Sara casi podía percibir su nerviosismo.

– Querida -explicó Bella, apoyando la mano en la rodilla de Sara-, el simple hecho de estar en el gallinero no te convierte en gallina.

– Bella…

– ¿Lista? -preguntó Tessa.

– Pasadlo bien -dijo Bella, dando a Sara un apretón en el hombro cuando ésta se levantó-. Dejaré la luz encendida.

La iglesia no era lo que Sara se esperaba. Situada en los lindes de la granja, recordaba a las ilustraciones de las antiguas iglesias sureñas que Sara había visto de niña en los libros de cuentos. En lugar de las estructuras enormes y recargadas de Heartsdale en Main Street, con aquellas vidrieras que daban color al centro del pueblo, la Iglesia por el Bien Mayor era poco más que una casa de madera, con la fachada blanca y la puerta muy parecida a la de la casa de Sara. No le habría sorprendido que el interior estuviera aún iluminado con velas.

Pero por dentro era muy distinta. Una alfombra roja cubría el largo pasillo central, flanqueado por bancos de madera de estilo Shaker. La madera estaba impoluta, y Sara vio las señales de la talla a mano en las volutas que adornaban los respaldos. Varias arañas de gran tamaño colgaban del techo. El pulpito, impresionante, era de caoba, y el crucifijo detrás de la zona bautismal parecía traído del monte Sinaí. Aun así, Sara había visto iglesias más recargadas y con mayor exhibición de esplendor. El diseño austero de la sala tenía algo reconfortante, como si el arquitecto hubiera querido asegurarse de que la atención se centraba no en el propio edificio, sino en lo que sucedía en su interior.