– No se puede ayudar a una persona que no quiere que la ayuden -repitió él.
Lena asintió.
– Es verdad.
Jeffrey la miró fijamente un momento.
– Hablaré con Pat cuando venga, le diré lo que ocurre.
– ¿Crees que hará algo?
– Creo que lo intentará -contestó Jeffrey-. Quiere a su hermano. Eso es lo que la gente no entiende.
– ¿Qué gente?
– La gente que no sabe de qué va -respondió él, y se tomó su tiempo antes de explicarse-. Es difícil odiar a alguien a quien se quiere.
Ella asintió, mordiéndose el labio, sin poder hablar.
Jeffrey se puso en pie.
– Buddy está aquí -y preguntó-: ¿Estás bien?
– Esto… -empezó a decir Lena-. Sí.
– Bien -dijo él, adoptando de nuevo una actitud profesional mientras abría la puerta.
Salió del despacho y Lena lo siguió, todavía sin saber qué decir. Jeffrey se comportó como si no hubiera sucedido nada entre ellos: coqueteó con Marla, diciéndole algo de su vestido nuevo, y se inclinó para pulsar el botón y dejar entrar a Buddy en la sala de revista.
El abogado entró cojeando con una sola muleta, sin la pierna ortopédica.
A Lena el tono de voz de Jeffrey le pareció forzado, como si intentara por todos los medios fingir que no pasaba nada. Bromeó con Buddy:
– ¿Tu mujer ha vuelto a quitarte la pierna?
Buddy no estaba tan afable como de costumbre.
– Acabemos con esto de una vez.
Jeffrey se detuvo y dejó que Buddy lo precediera. Cuando empezaron a caminar, Lena vio que Jeffrey renqueaba casi a la par de Buddy. Éste también se dio cuenta, y le lanzó una mirada penetrante.
Jeffrey parecía abochornado.
– Anoche me corté en el pie.
Buddy enarcó las cejas.
– Ojo no se te infecte.
Se tocó el muñón para subrayar la advertencia.
Jeffrey palideció.
– Le he pedido a Brad que llevara a Patty a la sala del fondo.
Lena encabezó la marcha camino de la sala de interrogatorios, procurando no pensar en lo que había dicho Jeffrey en su despacho. Se obligó a concentrarse en la conversación con Buddy sobre el equipo de fútbol del instituto. A los Rebels les esperaba una temporada dura, y los dos hombres recitaron estadísticas como predicadores que leen una Biblia.
Lena oyó a Patty O'Ryan aun antes de abrir la puerta. La chica chillaba como una parca en celo.
– ¡Sacadme de aquí, coño! ¡Quitadme estas cadenas, joder, hijos de puta!
Lena se detuvo ante la puerta mientras esperaba a los otros dos. Tenía que anular la parte del cerebro que repetía una y otra vez las palabras de Jeffrey. No podía dejar que sus sentimientos siguieran interfiriendo en su trabajo. Ya la había pifiado en el interrogatorio a Terri Stanley. No podía volver a fallar. Su amor propio no se lo permitiría.
Como si le adivinara el pensamiento, Jeffrey miró a Lena con una ceja enarcada, queriendo saber si estaba en condiciones de seguir adelante. Lena movió la cabeza en un ligero gesto de asentimiento, y él, tras echar un vistazo por la ventana de la puerta, dijo a Buddy:
– Esta mañana tiene un pequeño problema con el síndrome de abstinencia.
– ¡Sacadme de aquí de una puta vez! -gritó O'Ryan a pleno pulmón, o al menos Lena confiaba en que no fuera capaz de gritar más alto; por de pronto, el cristal de la puerta temblaba.
– ¿Quieres entrar y hablar con ella a solas antes de empezar? -propuso Jeffrey a Buddy.
– Ni hablar -contestó él horrorizado-. Ni se te ocurra dejarme solo con ella, joder.
– Papá -dijo la chica, ronca de tanto gritar-. Tengo que salir de aquí. Tengo una cita, una entrevista para un trabajo. Tengo que ir o llegaré tarde.
– Tal vez antes quieras pasar por casa a cambiarte -propuso Lena al advertir que O'Ryan se había rasgado el escueto atuendo de bailarina de striptease.
– ¡Y tú cierra la puta boca, chicana de mierda! -exclamó O'Ryan, volcando toda su rabia en Lena.
– Tranquila -dijo Jeffrey, sentándose frente a ella a la mesa.
Buddy solía colocarse al otro lado con su cliente, pero esta vez tomó asiento junto a Jeffrey. Lena, que tenía muy claro que no volvería a ponerse al alcance de la chica, se quedó observando al lado del espejo, cruzada de brazos.
– Háblame de Chip -dijo Jeffrey.
– ¿Qué pasa con Chip?
– ¿Sales con él?
O'Ryan miró a Buddy en busca de la respuesta. Éste, dicho sea en su honor, no cedió ni un ápice.
– Teníamos un rollo -contestó O'Ryan.
Echó la cabeza atrás para apartarse el pelo de los ojos. Bajo la mesa, movía el pie arriba y abajo como un conejo en celo. Tenía tensos todos los músculos del cuerpo, y Lena supuso que la chica estaba en pleno mono. Había visto a suficientes yonquis con el síndrome de abstinencia en las celdas para saber que aquello debía de ser tremendamente doloroso. Si O'Ryan no fuera tan mal bicho, le habría dado lástima.
– ¿Qué quieres decir exactamente con eso de «rollo»? -preguntó Jeffrey-. ¿Os acostabais, os poníais ciegos juntos?
O'Ryan no apartaba la mirada de Buddy, como si quisiera castigarlo.
– Algo así.
– ¿Conoces a Rebecca Bennett?
– ¿A quién?
– ¿Y a Abigail Bennett?
Soltó tal resoplido de desagrado que le temblaron los orificios de la nariz.
– Es una de esas fanáticas religiosas de la granja.
– ¿Chip tuvo una relación con ella?
Se encogió de hombros, y la esposa en su muñeca tintineó contra la argolla de metal en la mesa.
– ¿Chip tuvo una relación con ella? -repitió Jeffrey.
No contestó. En lugar de eso, empezó a golpetear la argolla con la esposa.
Jeffrey se reclinó con un suspiro, como si no quisiera hacer lo que se disponía a hacer. Era obvio que Buddy se dio cuenta de la jugada y, aunque se preparó para lo que se avecinaba, no hizo nada para evitarlo.
– ¿Reconoces a Chip? -preguntó Jeffrey, y lanzó una fotografía a la mesa.
Lena alargó el cuello para ver cuál de las fotos de Chip Donner en el lugar del crimen había elegido. Eran todas espantosas, pero ésa en particular -un primer plano de la cara donde se veían los labios prácticamente arrancados- era horrenda.
– Ése no es Chip -dijo O'Ryan con una sonrisa.
Jeffrey echó otra foto.
– ¿Y éste?
Ella bajó la vista y la desvió enseguida. Lena vio que Buddy miraba fijamente la única puerta de la habitación, probablemente deseando salir de allí cuanto antes.
– ¿Y qué me dices de ésta? -preguntó Jeffrey, enseñándole otra más.
O'Ryan empezaba a admitirlo. Lena vio que le temblaba el labio inferior. Aunque la chica había llorado varias veces desde su detención, ésa era la primera que sus lágrimas le parecieron sinceras.
Estaba inmóvil.
– ¿Qué ha pasado? -susurró.
– Obviamente -contestó Jeffrey, dejando las demás fotos en la mesa-, alguien se cabreó con él.
O'Ryan subió las piernas y las encogió contra el pecho.
– Chip -susurró, meciéndose hacia delante y hacia atrás.
Lena había visto a más de un sospechoso moverse así. Era una manera de consolarse, como si con los años se hubieran dado cuenta de que no podían esperar consuelo de nadie más.
– ¿Alguien se la tenía jurada? -preguntó Jeffrey.
Ella negó con la cabeza.
– Todo el mundo apreciaba a Chip.
– A juzgar por estas fotos, yo diría que alguien no piensa lo mismo que tú. -Jeffrey esperó a que ella asimilara sus palabras-. ¿Quién sería capaz de hacerle una cosa así, Patty?
– Intentaba reformarse -dijo ella, todavía en voz baja-. Quería desengancharse.
– ¿Quería dejar las drogas?
La chica tenía la mirada clavada en las fotografías, sin tocarlas, y Jeffrey las apiló y volvió a metérselas en el bolsillo.