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– Explíquemelo.

– Abby era… -Se tapó la cara con las manos-. Era una chica atractiva.

– Se parecía mucho a su hermana Esther -recordó Lena.

– No, no -dijo Lev con voz trémula-. Nunca he hecho nada indebido con mi hermana ni con mi sobrina. Con ninguna de mis sobrinas -precisó en un tono casi suplicante para que le creyeran-. Sucedió una vez, sólo una vez. Abby estaba en la oficina. Yo no sabía que era ella. Sólo la vi por detrás, y mi reacción fue… -Se dirigió a Jeffrey-. Ya sabe cómo son esas cosas.

– Yo no tengo sobrinitas guapas -contestó.

– Dios mío -repitió Lev con un suspiro-. Ya me dijo Paul que me arrepentiría. -Se reclinó con una angustia palpable-. Oiga, he leído más de una novela basada en crímenes reales. Ya sé de qué va. Siempre investigan primero a los miembros de la familia. Quería que se descartara esa posibilidad. Quería ser lo más sincero posible. -Puso los ojos en blanco y levantó la vista al techo, como si esperara una intervención de las alturas-. Sucedió sólo una vez. Ella iba por el pasillo, juntó a la fotocopiadora, y yo no la reconocí por detrás, y cuando se volvió, casi me caí de espaldas. No es que… -Se interrumpió y luego continuó con cautela-: No fue algo consciente, ni siquiera me paré a pensarlo. Sencillamente estaba absorto y me dije: «Qué mujer tan atractiva». En ese momento me di cuenta de que era Abby, y le aseguro que después me pasé un mes sin poder siquiera hablar con ella. Nunca en mi vida he sentido tanta vergüenza. -Lev abrió las manos-. Cuando el agente me ha hecho esa pregunta, ha sido lo primero que me ha venido a la cabeza: me he acordado de aquel día. Y sabía que él se daría cuenta si mentía.

Jeffrey se lo tomó con calma antes de comunicarle:

– La prueba no ha sido concluyente.

Lev pareció exhalar todo el aire que llevaba dentro.

– He liado las cosas por intentar hacerlas bien.

– ¿Por qué no ha querido denunciar la desaparición de su otra sobrina?

– Me pareció… -Calló, como si no encontrara la respuesta-. No quería hacerles perder el tiempo. Becca se ha fugado otras veces. Es muy melodramática.

– ¿Alguna vez tocó usted a Abigaií? -preguntó Jeffrey.

– Jamás.

– ¿Pasaba ella tiempo a solas con usted?

– Sí, claro. Soy su tío. Y su pastor.

– ¿Le confesó algo alguna vez? -preguntó Lena.

– No es así como funciona -contestó Lev-. Simplemente conversábamos. A Abby le encantaba leer la Biblia. Ella y yo analizábamos las Escrituras. Y jugábamos al Scrabble. Lo hago con todos mis sobrinos.

– Entenderá por qué esto nos extraña -dijo Jeffrey.

– Lo siento mucho -respondió Lev-. Me temo que no he ayudado en nada.

– No -coincidió Jeffrey-. ¿Para qué fue a casa de los Stanley?

Lev tardó unos instantes en reaccionar ante el brusco cambio de tema.

– Dale llamó para quejarse de que nuestros trabajadores usaban su propiedad como atajo. Hablé con él, recorrimos los límites de sus tierras y acordamos poner una valla.

– Me parece raro que fuera usted personalmente -comentóJeffrey-. En esencia es usted quien está a cargo de la granja, ¿no?

– En realidad, no -contestó-. Cada uno de nosotros se ocupa de un área.

– No fue esa la impresión que yo tuve -insistió Jeffrey-. A mí me pareció que usted estaba a cargo de todo.

– Soy responsable del funcionamiento diario -reconoció Lev con aparente reticencia.

– Es una granja de un tamaño considerable.

– Sí, lo es.

– Recorrer los límites de la propiedad de Dale, hablar de levantar una valla… ¿No sería lógico que hubiese delegado algo así en otra persona?

– Precisamente mi padre siempre me insiste en eso. Me temo que soy un poco obsesivo y necesito controlarlo todo. Es un problema que debería resolver.

– Dale es un hombre fuerte -prosiguió Jeffrey-. ¿No le preocupó ir allí solo?

– Me acompañó Cole. Es el capataz de la granja. No sé si ayer tuvo tiempo de hablar con él de eso. Es uno de los primeros éxitos de Cultivos Sagrados. Mi padre lo conoció en la cárcel. Han pasado más de dos décadas y Cole sigue con nosotros.

– Lo condenaron por atraco a mano armada -señaló Jeffrey.

– Así es -contestó Lev, asintiendo-. Iba a atracar un supermercado. Alguien lo delató. El juez no se compadeció de él. No me cabe duda de que Cole se lo buscó, pero también es cierto que pagó por ello durante más de veinticinco años. Es un hombre muy distinto del que planeó ese atraco.

– ¿Entró usted en el taller de Dale? -preguntó Jeffrey, cambiando de tema.

– ¿Cómo dice?

– De Dale Stanley. ¿Entró en su taller cuando fue allí a hablar de la valla?

– Sí. No me interesan los coches, no es lo mío, pero me pareció que tenía que complacerlo por cortesía.

– ¿Y dónde estaba Cole mientras tanto? -preguntó Lena.

– Se quedó en el coche -contestó Lev-. No lo llevé porque pretendiera intimidar a nadie. Sólo quería que Dale supiera que yo no estaba solo.

– ¿Y Cole se quedó en el coche todo el rato? -preguntó Jeffrey.

– Sí.

– ¿Incluso cuando recorrieron los límites entre su propiedad y la de Dale?

– Es propiedad de la iglesia, pero sí.

– ¿Alguna vez ha empleado a Cole para intimidar a alguien? -preguntó Jeffrey.

Lev, incómodo, tardó en contestar.

– Sí.

– ¿De qué manera?

– A veces viene gente que intenta aprovecharse de nuestra organización. Cole habla con ellos. Se lo toma como un asunto personal cuando alguien intenta aprovecharse de la iglesia. Bueno, en realidad de la familia. Es de una lealtad absoluta a mi padre.

– ¿Alguna vez agredió a esa gente que intentaba aprovecharse?

– No -insistió Lev-. Jamás.

– ¿Por qué está tan seguro?

– Porque es consciente de su problema.

– ¿Qué problema?

– Tiene, o tenía, muy mal genio. -Lev pareció acordarse de algo-. Estoy seguro de que su mujer le habló de su estallido de anoche. Créame, lo único que le pasa es que se enardece con sus creencias. Soy el primero en reconocer que se excedió un poco, pero yo mismo habría controlado la situación si hubiera hecho falta.

Lena no entendió a qué se refería, pero supo que no debía interrumpir.

Por su parte, Jeffrey lo pasó por alto y preguntó:

– ¿Hasta qué punto Cole tenía mal genio? Ha dicho que tenía mal genio. ¿Hasta qué punto lo tenía?

– Recurría a la violencia física. No cuando lo conoció mi padre, sino antes -Lev añadió-: Es un hombre muy fuerte. Tiene mucha fuerza.

Jeffrey recordó algo.

– No pretendo contradecirlo, Lev, pero ayer estuvo aquí, y me pareció un hombre bastante inofensivo.

– Lo es -coincidió Lev-. Ahora.

– ¿Ahora?

– En el ejército perteneció a la Unidad de Operaciones Especiales. Allí hizo muchas cosas malas. Uno no consume mil dólares de heroína por semana si le gusta la vida que lleva. -Pareció percibir la impaciencia de Jeffrey-. El atraco… -añadió Lev-. Es probable que hubiera recibido una condena menos severa, porque ni siquiera entró en la tienda, pero se resistió cuando lo detuvieron. Un agente resultó gravemente herido, estuvo a punto de perder un ojo. -Lev se mostró atribulado al pensarlo-. Cole lo agredió con sus propias manos.

Jeffrey se irguió.

– Eso no consta en sus antecedentes.

– No sé por qué -dijo Lev-. Nunca he visto sus antecedentes, claro, pero él reconoce sin vergüenza sus transgresiones pasadas. Ha hablado de ello delante de la congregación como parte de su Testimonio.

Jeffrey seguía sentado en el borde de la silla.

– ¿Dice que lo agredió con sus propias manos?

– Con los puños -explicó Lev-. Se ganaba la vida boxeando a puño limpio antes de ir a la cárcel. Llegó a hacer mucho daño a algunas personas. Es una parte de su vida de la que no se enorgullece.