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Jeffrey tardó un momento en asimilarlo.

– Cole Connolly lleva la cabeza rapada.

Por el cambio de postura, se notó que eso era lo último que esperaba oír Lev.

– Sí -contestó-. Se la afeitó la semana pasada. Antes llevaba el pelo cortado al uno.

– ¿De punta?

– Supongo que podría describirse así. A veces, cuando se le secaba el sudor, le quedaba un poco de punta. -Sonrió con tristeza-. Abby acostumbraba a bromear con él por eso.

Jeffrey se cruzó de brazos.

– ¿Cómo definiría la relación entre Cole y Abby?

– Él tenía una actitud protectora con ella. Intachable. Es muy bueno con todos los niños de la granja. Yo no diría que prestara más atención a Abby que a los demás -y añadió-: Siempre está cuidando de Zeke. Confío en él plenamente.

– ¿Conoce usted a Chip Donner?

A Lev pareció sorprenderle el nombre.

– Trabajó en la granja de manera intermitente durante unos años. Cole me dijo que robó dinero de la caja de gastos menores. Le pedimos que se marchara.

– ¿No llamaron a la policía?

– No solemos involucrar a la policía en nuestros asuntos. Ya sé que suena mal…

– Deje de preocuparse por cómo suenan las cosas, reverendo Ward; sólo cuéntenos qué pasó.

– Cole le pidió a ese joven, Donner, que se marchara. Al día siguiente ya no estaba.

– ¿Sabe usted dónde está Cole ahora mismo?

– Todos nos tomamos la mañana de hoy libre por el homenaje a Abby. Supongo que estará en el apartamento encima del granero, preparándose. -Lev volvió a intentarlo-. Comisario Tolliver, créame, todo eso ya forma parte de su pasado. Cole es un buen hombre. Es como un hermano para mí. Para todos nosotros.

– Como usted mismo ha dicho, reverendo Ward, primero tenemos que descartar a la familia.

Capítulo 12

Jeffrey percibió en Lena una agitación comparable a la suya cuando aparcaron delante del granero donde vivía Cole Connolly. Si resolver un caso era como una montaña rusa, en ese momento estaban al final de la pendiente, a ciento cincuenta kilómetros por hora camino del siguiente bucle. Lev Ward llevaba casualmente una foto de su familia en la cartera. Con su acostumbrado vocabulario soez, Patty O'Ryan había señalado a Cole Connolly como el hijo de puta que visitaba a Chip en el Pink Kitty.

– El corte del dedo -recordó Lena.

– ¿Qué corte? -preguntó Jeffrey, pero enseguida cayó en la cuenta: Connolly había explicado que se había hecho el corte en el índice trabajando en el campo.

– Visto el aspecto de Chip Donner, lo lógico sería suponer que tendría algo más que un pequeño corte en el dorso de la mano -y reconoció-: Claro que O. J. sólo se hizo un corte en el dedo.

– Y Jeffrey McDonald.

– ¿Y ése quién es? -preguntó Lena.

– Apuñaló brutalmente a toda su familia: dos niños y la mujer embarazada -y añadió-: La única herida que no se auto-infligió fue un corte en el dedo.

– Un hombre encantador -comentó Lena, y a continuación-: ¿Crees que Cole tiene a Rebecca?

– Creo que vamos a averiguarlo -contestó Jeffrey, deseando con toda su alma que la chica se hubiera fugado, que estuviera en algún sitio sana y salva, no bajo tierra exhalando el último suspiro mientras rezaba para que alguien la encontrara.

Jeffrey dobló por el mismo camino de gravilla que habían recorrido en su visita a la granja el lunes anterior. Habían seguido el viejo Ford Festiva de Lev Ward, que éste condujo respetando escrupulosamente el límite de velocidad. Jeffrey sospechó que también lo respetaría sin un policía detrás. Cuando Lev giró hacia el granero, incluso puso el intermitente.

Jeffrey aparcó.

– Vamos allá -dijo a Lena, y los dos se apearon del coche.

Lev señaló una escalera delante del granero.

– Vive ahí arriba.

Jeffrey alzó la vista, alegrándose de que no hubiera ventanas en la fachada que pusieran a Connolly sobre aviso.

– Quédate aquí -indicó a Lena, y se dirigió hacia el granero. Lev hizo ademán de seguirlo, pero Jeffrey lo detuvo-. Prefiero que se quede aquí abajo.

Parecía que Lev iba a protestar, pero al final dijo:

– Sé que está equivocado, comisario Tolliver. Cole quería a Abby. No es la clase de hombre que haría algo así. No sé qué clase de animal sería capaz, pero Cole no…

– Asegúrate de que nadie me interrumpa -ordenó Jeffrey a Lena. Y dirigiéndose a Lev, añadió-: Le agradecería que esperara aquí hasta que baje.

– Tengo que preparar mi alocución -dijo el predicador-. Hoy celebramos el homenaje a Abby. La familia me espera.

Jeffrey sabía que la familia incluía a un abogado bastante sagaz, y desde luego el menor de sus deseos era que Paul Ward interrumpiera su inminente conversación con Connolly. El ex presidiario era un hombre de armas tomar, y ya bastantes problemas tendrían para hacerle hablar sin necesidad de que Paul se entrometiera.

Jeffrey estaba fuera de su jurisdicción, no disponía de una orden de detención y la única prueba incriminatoria que tenía para interrogar a Connolly era el testimonio de una bailarina de striptease capaz de matar a su propia madre por una dosis. No le quedó más remedio que decir a Lev:

– Haga lo que tenga que hacer.

Lena se metió las manos en los bolsillos cuando el pastor se marchó en su coche.

– Se va derecho a ver a su hermano.

– Me da igual si tienes que atarlos de pies y manos -replicó Jeffrey-, pero no los dejes entrar en el apartamento.

– Sí, jefe.

Jeffrey subió sigilosamente al apartamento de Connolly por la empinada escalera. Al llegar al rellano, miró por la ventana de la puerta y vio a Connolly delante del fregadero. Estaba de espaldas, y cuando se volvió, Jeffrey vio que había estado llenando un hervidor de agua. No pareció sorprenderse al ver a alguien mirar por su ventana.

– Pase -invitó, poniendo el hervidor en el hornillo.

Se oyeron los chasquidos de un encendedor de cocina.

– Señor Connolly-dijo Jeffrey, sin saber bien cómo empezar.

– Cole -corrigió el viejo-. Iba a preparar un café. -Sonrió a Jeffrey, con el mismo brillo en los ojos que el día anterior-. ¿Le apetece una taza?

Jeffrey vio un frasco de café instantáneo Folgers en la encimera y reprimió una sensación de asco. Su padre había sido un entusiasta del Folgers en polvo, que según él era el mejor remedio para la resaca.

Puestos a elegir, antes Jeffrey habría bebido agua del inodoro, pero contestó:

– Sí, gracias.

Connolly sacó otra taza del armario. Jeffrey vio que sólo había dos.

– Siéntese -propuso Connolly, echando dos grandes cucharadas de café negro granuloso en las tazas.

Jeffrey apartó una silla de la mesa a la vez que echaba una ojeada al apartamento de Connolly, compuesto de una sola habitación con la cocina a un lado y el dormitorio al otro. La cama tenía sábanas blancas y una colcha sencilla, todo perfectamente remetido con precisión militar. Aquel hombre llevaba una vida espartana. Salvo por un crucifijo colgado encima de la cama y un póster religioso pegado con celo a una pared blanca, nada revelaba el menor detalle sobre la persona que vivía allí.

– ¿Hace mucho que vive aquí? -preguntó Jeffrey.

– Pues… -Connolly pareció pensárselo-. Calculo que unos quince años. Nos trasladamos todos a la granja hace ya unos años. Yo antes estaba en la casa, pero los nietos empezaron a hacerse mayores y quisieron tener sus propias habitaciones, su propio espacio. Ya sabe cómo son los críos.

– Ya -dijo Jeffrey-. Este apartamento no está mal.

– Lo construí yo mismo -dijo Connolly con orgullo-. Rachel me ofreció su casa, pero vi este lugar aquí arriba y supe que podría sacarle partido.

– Es usted un buen carpintero -elogió Jeffrey, observando la habitación con mayor detenimiento.