Выбрать главу

Lev se puso en pie y dijo a Jeffrey:

– Pase, por favor.

Renuente, Paul dejó pasar a Jeffrey. Era obvio que no se alegraba de verlo allí.

– Siento interrumpirlos -se disculpó Jeffrey.

– ¿Hay alguna novedad? -preguntó Esther.

– Ha sucedido algo -contestó Jeffrey. Se acercó al hombre en la silla de ruedas-. Creo que no nos conocemos, señor Ward.

El hombre movió la boca con dificultad y dijo algo que Jeffrey interpretó como «Thomas».

– Thomas -repitió Jeffrey-. Siento conocerlo en estas circunstancias.

– ¿Qué circunstancias? -preguntó Paul, y Jeffrey miró a Lev.

– Yo no les he dicho nada -dijo Lev a la defensiva-. Le he dado mi palabra.

– ¿A qué te refieres? -exigió saber Paul-. Lev, ¿en qué lío te has metido? -Thomas levantó una mano trémula para apaciguarlos, pero Paul atajó-: Papá, esto es grave. Si soy el asesor jurídico de la familia, deben tomar en consideración mis consejos.

Para sorpresa de todos, Rachel intervino:

– Paul, tú no eres nuestro jefe.

– Paul -terció Lev-. Siéntate, por favor. No creo haberme metido en ningún lío.

Aunque Jeffrey no estaba tan seguro de eso, dijo:

– Cole Connolly ha muerto.

Todos ahogaron un grito al unísono y Jeffrey se sintió de pronto como si aquello fuera una escena de un relato de Agatha Christie.

– Dios mío -dijo Esther, llevándose una mano al pecho-. ¿Qué ha pasado?

– Lo han envenenado.

Esther miró a su marido y luego a su hermano mayor.

– No me lo explico.

– ¿Envenenado? -preguntó Lev, dejándose caer en una silla-. ¿Cómo demonios…?

– Tengo casi la total certeza de que ha sido con cianuro -continuó Jeffrey-. El mismo cianuro que mató a Abby.

– Pero… -empezó a decir Esther, meneando la cabeza-. Usted dijo que murió de asfixia.

– El cianuro es una sustancia asfixiante -dijo él, como si no les hubiera ocultado la verdad aposta-. Alguien debió de mezclar las sales con agua y echarlas por el tubo…

– ¿Un tubo? -preguntó Mary. Era la primera vez que hablaba, y Jeffrey vio que estaba pálida como el papel-. ¿Qué tubo?

– El tubo acoplado a la caja -les explicó-. El cianuro hizo reacción…

– ¿Una caja? -repitió Mary, como si fuera la primera vez que lo oía.

Y cabía la posibilidad de que así fuera, pensó Jeffrey. El día de su visita a la granja había salido corriendo de la habitación cuando él empezó a explicar lo sucedido a Abby. Tal vez los hombres habían ocultado ese detalle en particular a sus sensibles oídos.

– Cole me ha dicho que ya lo había hecho otras veces -prosiguió Jeffrey, mirando a las hermanas una por una-. ¿Castigó así a los demás niños cuando eran pequeños? -Miró a Esther-. ¿Castigó así alguna vez a Rebecca?

Esther respiraba con dificultad.

– ¿Por qué diablos…?

Paul la interrumpió.

– Comisario Tolliver, creo que en estos momentos debe respetar nuestra soledad.

– Tengo más preguntas -repuso Jeffrey.

– Por supuesto, pero estamos… -objetó Paul.

– De hecho -lo interrumpió Jeffrey-, una es para usted.

Paul parpadeó.

– ¿Para mí?

– ¿Abby fue a verlo pocos días antes de desaparecer?

– Pues… -Se detuvo a pensar-. Sí, creo que sí.

– Te llevó aquellos papeles, Paul -dijo Rachel-. Los del tractor.

– Exacto -recordó Paul-. Los dejé aquí en mi maletín -explicó-: Había que firmar y enviar unos documentos jurídicos urgentemente.

– ¿Y no podía enviarlos por fax?

– Tenían que ser los originales -explicó Paul-. Era un viaje rápido, ir y volver enseguida. Abby lo hacía muy a menudo.

– Tampoco tanto -lo contradijo Esther-. Una o dos veces al mes a lo sumo.

– Bueno, es una manera de hablar -dijo Lev-. Ella le llevaba los papeles a Paul para que él no tuviera que perder cuatro horas en la carretera.

– Iba en autobús -dijo Jeffrey-. ¿Por qué no en coche?

– A Abby no le gustaba conducir por la interestatal -contestó Lev-. ¿Pasa algo? ¿Cree que conoció a alguien en el autobús?

– ¿Usted estaba en Savannah la semana en que desapareció? -preguntó Jeffrey a Paul.

– Sí -contestó el abogado-. Ya se lo he dicho. Paso una semana allí y otra aquí. Llevo todos los asuntos legales de la granja yo solo. Eso me lleva mucho tiempo. -Sacó un bloc del bolsillo y anotó algo-. Aquí está el número de teléfono de mi despacho de Savannah -dijo, arrancando el papel-. Puede llamar a mi secretaria y ella le confirmará dónde estaba.

– ¿Y por la noche?

– ¿Me está pidiendo una coartada? -preguntó, incrédulo.

– Paul… -intervino Lev.

– Oiga, mire -dijo Paul, señalando a Jeffrey con el dedo a escasos centímetros de la cara-. Ha interrumpido el homenaje a mi sobrina. Entiendo que tenga que hacer su trabajo, pero no es el momento adecuado.

Jeffrey no cedió.

– No me señale con el dedo.

– Ya estoy harto…

– No me señale con el dedo -repitió Jeffrey, y al cabo de un momento Paul tuvo la sensatez de bajar la mano.

Jeffrey miró a las hermanas, después a Thomas, sentado a la cabecera de la mesa.

– Alguien asesinó a Abby-dijo, poseído de una ira que a duras penas podía contener-. Cole Connolly la enterró en esa caja. Pasó en ella varios días y noches hasta que alguien, alguien que sabía que estaba allí enterrada, fue y le echó cianuro en la garganta.

Esther se llevó la mano a la boca y se le arrasaron los ojos en lágrimas.

– Acabo de ver a un hombre morir así -prosiguió-. Lo he visto retorcerse en el suelo, boquear, consciente de que iba a morir, probablemente rogándole a Dios que se lo llevara deprisa sólo para dejar de sufrir.

Esther, llorando a lágrima viva, agachó la cabeza. Los demás parecían horrorizados, y cuando Jeffrey echó un vistazo alrededor, nadie salvo Lev lo miró a los ojos. Parecía que el predicador iba a decir algo, pero Paul lo detuvo apoyando la mano en su hombro.

– Rebecca sigue desaparecida -les recordó Jeffrey.

– ¿Cree…? -empezó a preguntar Esther, se le apagó la voz cuanto comprendió plenamente las posibles consecuencias.

Jeffrey observó a Lev, intentando interpretar su mirada inexpresiva. Paul había tensado la mandíbula, pero Jeffrey no sabía si era por ira o preocupación.

Al final, fue Rachel quien, con voz trémula al pensar que su sobrina podía estar en peligro, formuló la pregunta:

– ¿Cree que Rebecca fue secuestrada?

– Creo que alguien de esta sala sabe exactamente qué está pasando, que casi con toda seguridad ha participado en ello. -Jeffrey lanzó un puñado de tarjetas de visita a la mesa-. Aquí tienen mi número de teléfono. Llámenme cuando estén dispuestos a averiguar la verdad.

VIERNES

Capítulo 13

Tumbada en su lado de la cama, Sara miraba por la ventana. Oía a Jeffrey trajinar con los cazos en la cocina. A eso de las cinco de la mañana se había llevado un susto de muerte al descubrirlo dando brincos a oscuras mientras se ponía el pantalón corto para salir a correr; a la luz de la luna, entre las sombras, parecía el asesino del hacha. Un cuarto de hora después la había vuelto a despertar, jurando como un carretero al pisar sin querer a Bob. Expulsado de la cama por Jeffrey, el galgo había adquirido la costumbre de dormir en la bañera, y se indignó tanto como el propio Jeffrey cuando los dos se encontraron allí.

Aun así, la presencia de Jeffrey en la casa en cierto modo la tranquilizaba. Le gustaba darse la vuelta en mitad de la noche y sentir el calor de su cuerpo. Le gustaba el sonido de su voz y el olor de la crema de avena que se ponía en las manos cuando pensaba que ella no lo veía. Le gustaba sobre todo que él le preparara el desayuno.