– ¿Te pareció capaz de hacer algo así? -Preguntó Jeffrey.
– No -reconoció ella-. Lev y Paul, posiblemente. Y Rachel es bastante inquebrantable.
– De todos modos, ¿por qué el hermano vive en Savannah?
– Es una ciudad portuaria -le recordó Jeffrey-. Allí sigue habiendo mucho comercio. -Señaló los papeles que llevaba Frank-. ¿Qué es eso?
– El resto de los informes económicos -contestó al entregárselos.
– ¿Has visto algo interesante?
Frank negó con la cabeza al tiempo que se oía la voz de Marla por el intercomunicador.
– Comisario, Sara en la línea tres.
Jeffrey descolgó el auricular.
– ¿Qué hay?
Lena hizo ademán de salir para dejarlo hablar a solas, pero Jeffrey le indicó con un gesto que se quedara. Sacó el bolígrafo y dijo al auricular:
– Deletréalo. -Y escribió algo. Luego-: De acuerdo, el siguiente.
Mientras él escribía una serie de nombres, todos masculinos, Lena iba leyéndolos al revés.
– Muy bien -dijo Jeffrey a Sara-. Ya te llamaré después. -Colgó y, sin detenerse siquiera para tomar aliento, explicó-: Sara está en la funeraria de Brock. Dice que en los dos últimos años han muerto nueve personas en la granja.
– ¿Nueve? -Lena estaba segura de haber oído mal.
– Brock recibió cuatro cadáveres. Los demás fueron enviados a Richard Cable.
Lena sabía que Cable era el dueño de una de las funerarias del condado de Catoogah. Preguntó:
– ¿Cuál fue la causa de la muerte?
Jeffrey arrancó la hoja de su cuaderno.
– Intoxicación etílica, sobredosis. Uno tuvo un infarto. Jim Ellers, de Catoogah, hizo las autopsias. Y en todas dictaminó muerte natural.
Lena se mostró escéptica, no respecto de las palabras de Jeffrey, sino de la competencia de Ellers.
– ¿Ha dicho que en dos años murieron de muerte natural nueve personas que vivían en el mismo lugar?
– Cole Connolly tenía mucha droga escondida en su habitación -señaló Jeffrey.
– ¿Crees que les echó una mano? -preguntó Frank.
– Eso hizo con Chip -explicó Jeffrey-. Me lo confesó él mismo. Dijo que lo tentaba con la manzana, o algo así.
– O sea que Cole elegía a los «débiles» -conjeturó Lena-, los tentaba con drogas o con lo que fuera para ver si las aceptaban y le daban así razón.
– Y los que las aceptaban acababan reuniéndose con su Creador -concluyó Jeffrey, pero Lena adivinó, por su falsa sonrisa, que eso no era todo.
– ¿Qué más hay? -preguntó.
– La Iglesia por el Bien Mayor ha pagado todas las incineraciones.
– Incineraciones -repitió Frank-. Así que no hay posibilidad de exhumar los cadáveres.
– ¿Qué me he perdido? -preguntó Lena, sabiendo que había algo más.
– Paul Ward es quien tiene todos los certificados de defunción -contestó Jeffrey.
– Pero ¿por qué…? -empezó a decir Lena tontamente. No obstante, se contestó a sí misma-: El seguro de vida.
– Bingo -dijo Jeffrey, dando a Frank el papel con los nombres-. Vete a buscar a Hemming y repasad el listín telefónico. ¿Tenemos el de Savannah? -Frank asintió-. Buscad las grandes compañías de seguros. Comenzaremos por ahí. No habléis con los corredores locales; llamad a las líneas calientes de prevención contra el fraude de las aseguradoras nacionales. Los corredores locales podrían estar confabulados.
– ¿Estarán dispuestos a dar esa información por teléfono? -preguntó Lena.
– Lo harán si creen que los han timado -contestó Frank-. Ahora mismo me pongo a ello.
Cuando Frank salió del despacho, Jeffrey apuntó a Lena con el dedo.
– Sabía que había dinero de por medio, que era por algo concreto.
– Tenías razón -reconoció Lena.
– Hemos encontrado a nuestro general -comentó él-. Cole dijo que él sólo era un viejo soldado, pero necesitaba a un general que le indicara lo que debía hacer.
– Abby fue a Savannah pocos días antes de morir. A lo mejor descubrió lo de las pólizas de los seguros de vida.
– ¿Cómo? -preguntó Jeffrey.
– Su madre dijo que trabajó un tiempo en la oficina, que se le daban bien los números.
– Lev la vio una vez en la oficina ante la fotocopiadora. Tal vez descubrió algo que no debía. -Jeffrey hizo una pausa, reflexionando acerca de las distintas posibilidades-. Rachel dijo que Abby fue a Savannah antes de morir porque Paul se había dejado unos documentos en su maletín. Quizás Abby viera las pólizas.
– ¿Crees que Abby le plantó cara en Savannah? -le preguntó Lena.
Jeffrey asintió.
– Y Paul llamó a Cole para ordenarle que la castigara.
– O llamó a Lev.
– O a Lev -coincidió él.
– Cole ya sabía lo de Chip. Los siguió a Abby y a él al bosque -y añadió-: No sé, es extraño. No parece que Paul sea muy religioso.
– ¿Y por qué tendría que serlo?
– Para decirle a Cole que enterrara a su sobrina en el ataúd en el bosque -le contestó ella-. Me pega más Lev en el papel de general. Además, Paul nunca ha estado en el garaje de Dale. Si el cianuro salió de allí, apunta directamente a Lev, porque es el único al que podemos relacionar con el garaje. -Hizo una pausa-. O a Cole.
– No creo que fuera Cole -insistió Jeffrey-. ¿Al final has hablado de eso con Terri Stanley?
Lena sintió que se sonrojaba de nuevo, pero en esta ocasión era de vergüenza.
– No.
Jeffrey apretó los labios, pero no dijo lo evidente. Si ella hubiese interrogado a Terri, tal vez no se encontrarían allí en ese momento. Tal vez Rebecca estaría sana y salva en su casa, Cole Connolly seguiría vivo y ellos estarían en la sala de interrogatorios, hablando con la persona que había matado a Abigail Bennett.
– Metí la pata -dijo ella.
– Sí, así es. -Esperó unos segundos antes de añadir-: No me escuchas, Lena. Necesito estar seguro de que vas a hacer lo que te digo. -Hizo una pausa como si esperara que ella lo interrumpiera. No lo hizo, y él continuó-: Puedes ser una buena policía, una policía lista. Por eso te ascendí a inspectora.
Lena bajó la vista, incapaz de apreciar el cumplido, pues sabía lo que se avecinaba.
– Todo lo que ocurre en este pueblo es responsabilidad mía -prosiguió Jeffrey-, y si alguien sufre un percance o algo peor porque no obedeces mis órdenes, me las cargo yo.
– Lo sé. Lo siento.
– Esta vez no basta con decir que lo sientes. Decir que lo sientes significa que entiendes de qué te hablo y que no volverás a hacerlo. -Esperó a que ella asimilara sus palabras-. Ya he oído demasiadas disculpas. Necesito ver acciones, no oír palabras huecas.
La tranquilidad con que le hablaba era peor que si le hubiese levantado la voz. Lena clavó la vista en el suelo, preguntándose cuántas veces iba a permitirle Jeffrey meter la pata antes de darla definitivamente por caso perdido.
Acto seguido, Jeffrey se levantó inesperadamente, cogiéndola desprevenida. Lena se estremeció, presa de un irracional miedo de que él fuera a golpearla.
Jeffrey, horrorizado, la miró como si no la hubiera visto nunca en su vida.
– Es que… -Lena no sabía qué decir-. Me has asustado.
Jeffrey sacó la cabeza por la puerta y dijo a Marla:
– Dile a la mujer que está a punto de entrar que pase -anunció a Lena-: Ha venido Mary Ward. Acabo de verla llegar al aparcamiento.
Lena intentó recobrar la compostura.
– Creía que no le gustaba conducir.
– Supongo que hoy habrá hecho una excepción -contestó Jeffrey, sin dejar de mirar a Lena como si fuera un libro que no podía leer-. ¿Estás en condiciones de pasar por esto?
– Claro -respondió ella, y se obligó a levantarse de la silla.
Sintiéndose nerviosa y fuera de lugar, se remetió la camisa en el pantalón.
Jeffrey le cogió la mano entre las suyas, y ella de nuevo se quedó de una pieza. Nunca la había tocado así. No era en absoluto propio de él.