– ¿No andará aporreando a sus hijos? -dijo Maybel, horrorizada.
– No es un hombre cruel, querida amiga, pero es algo primitivo y un par de veces les ha pegado a Alexander y al pequeño Jamie. Es que son muy revoltosos. En cambio, su hijo John es dulce y encantador. No, es mejor recurrir a Tom.
– Edmund ya lo mandó llamar. Estará aquí hoy a última hora o mañana, vendrá con Banon. Philippa se morirá de envidia cuando vea a la más guapa de tus hijas. Cuando era chica pensaba que se parecería más a ti que a su padre, Dios lo tenga en la gloria. Pero ahora es una mezcla de los dos. Con esos preciosos ojos azules, uno diría que es la hija de Logan Hepburn.
– Mis tíos también tienen ojos azules-señaló Rosamund-. Si es tan hermosa a los trece, imagina cómo será dentro de dos o tres años.
– ¡Uf! También habrá que conseguirle marido.
– De eso se ocupará Tom. Es su heredera. Dejemos que él elija al hombre que despose a Banon y se convierta en el amo de Otterly. No es de mi incumbencia.
La cena fue tensa. Philippa solo abrió la boca para criticar a su hermana. Elizabeth Meredith no era una niña que se quedaba sentada de brazos cruzados y aceptaba con mansedumbre los insultos de su hermana. Al principio, Rosamund trató de apaciguar a sus hijas, pero finalmente desistió.
– ¡Váyanse a la cama, las dos! No quiero más escándalos. Si no pueden comportarse como personas civilizadas, retírense de la mesa.
Las dos jóvenes salieron del salón discutiendo entre ellas.
Rosamund se apoyó contra el respaldo de la silla y cerró los ojos por unos instantes. Todo estaba en calma antes de la llegada de Philippa. Comenzó a sentir una fuerte antipatía por el segundo hijo del conde de Renfrew. Él tenía la culpa del descalabro. Así como el sueño de su hija se había desvanecido en el aire, la llegada de Philippa había trastocado la vida de Rosamund. La muchacha había adoptado una actitud claramente beligerante.
– Iré a la cama -anunció en voz alta, aunque no había nadie que la escuchara. Se levantó de la mesa y abandonó el salón.
A media mañana se oyó el sonido de un cuerno procedente de las colinas. Sir Thomas Bolton y Banon Meredith cabalgaban por el camino, precedidos por un jovencito que tocaba la trompeta, mientras unos galgos y un mastín correteaban junto a los jinetes. Lord Cambridge y su heredera iban acompañados por seis guardias armados. Llegaron a la puerta de la casa, donde Rosamund los esperaba ansiosa.
Tom se deslizó de la montura y ayudó a Banon a bajar de su caballo.
Banon Mary Katherine Meredith era una niña preciosa a punto de convertirse en una mujercita. Llevaba un vestido de montar de seda azul que combinaba con sus ojos; de la capucha colgaba un pequeño velo de hilo que dejaba ver su cabello color caoba.
– ¡Mamá! -exclamó, soltándose de los brazos de su tío. Besó a su madre con ternura-. ¿Dónde está Philippa? ¡Estoy ansiosa por verla!
La sonrisa de su hija le hizo acordar a su madre, de quien tenía un vaguísimo recuerdo.
– Espera, mi ángel -aconsejó Rosamund-. Philippa no es la misma de hace dos años. Está triste y enojada.
– ¡Es mala y egoísta! -acotó Bessie Meredith, que había escuchado a su madre, mientras corría al encuentro de su hermana-. ¡Bannie, estás bellísima! -Luego se dirigió a Tom Bolton y se arrojó en sus brazos-. ¡Tío Thomas! ¿Qué me has traído?
– ¡Bessie! -la retó dulcemente Rosamund, pero Tom se echó a reír.
El tío metió la mano en su elegante jubón de terciopelo y sacó un gatito color naranja, medio somnoliento.
– ¿Le gusta, señora?
Gritando de júbilo, Bessie tomó el animalito, lo levantó para mirar sus ojos dorados y le besó el hocico.
– ¿Cómo sabías que quería un gatito?
– Siempre quieres un animalito para mimar. Te he regalado tantos cachorros que ya podrías salir a cazar con ellos. Esta vez se me ocurrió variar un poco y pensé que un gatito te agradaría.
– ¡Oh, gracias! -dijo Bessie. Luego dio media vuelta, puso un brazo en el hombro de Banon y se alejó para poder hablar seriamente con su hermana.
– Dime, querida, ¿cuál es el problema? -preguntó Tom a su prima.
– Es Philippa -contestó mientras entraban en la casa-. Volvió hecha una furia y pelea todo el tiempo con Bessie porque desaprueba su conducta. Estoy muy preocupada, Tom, necesito tus consejos. Ya no sé cómo lidiar con mi hija mayor. Me siento perdida.
– ¿Dónde está Logan?
Lord Cambridge tomó una copa de vino de la bandeja que sostenía uno de los sirvientes y la bebió despacio mientras pasaban al salón para sentarse y hablar tranquilos.
– Está en Claven's Carn con los niños -contestó Rosamund- y espero que se quede allí, porque no toleraría el comportamiento de Philippa. Ella trata mal a todo el mundo. Dice que odia Friarsgate, cree que amo más a mis tierras que a mis hijos. No hay manera de hacerla entrar en razón, Tom.
– ¿Y todo por el joven Renfrew? Son una familia muy agradable, pero ninguno de ellos parece capaz de despertar una pasión tan intensa. Tiene que haber otro motivo -Tom se quedó pensativo y bebió un sorbo de vino.
– La enviaron de vuelta para recuperarse, pero podrá volver a la corte cuando yo lo decida.
– ¿Solo por eso la mandaron a Friarsgate? -preguntó lord Cambridge, con aire curioso y a la vez divertido.
Rosamund le relató el episodio de la Torre Inclinada: los dados, el vino, las apuestas, mientras Thomas Bolton reía como un desaforado.
– ¡Qué gracioso! ¡Jamás imaginé que nuestra Philippa fuera tan diabla! Es lo más divertido que he escuchado en meses.
– ¡Cállate, Tom! ¡Esto no es nada divertido! Si yo no fuese amiga de la reina, Philippa estaría arruinada. Por suerte, en ese momento casi todo el mundo había huido de la corte para pasar el verano en sus propias tierras y no tener que acompañar a Enrique en sus agotadoras cacerías. El incidente pudo haber terminado en una catástrofe, Tom. Es preciso encontrarle un marido a Philippa, y no sé por dónde empezar.
– ¡Oh, pobre primita! Hacía tiempo que no te veía tan angustiada. Comprendo la gravedad de la situación. Hablaré con ella y escucharé pacientemente todo lo que me diga antes de decidir cómo resolver el asunto. Espero que Logan permanezca del otro lado de la frontera mientras intentamos hallar una solución. Tu malvado escocés tiene un humor de perros para este tipo de situaciones.
Rosamund respiró más aliviada.
– Enviaré por Philippa para que hablen a solas en el salón, últimamente me resulta imposible hablar con mi hija sin pelear. En mi actual estado, no creo poder soportar otra discusión. Estaré en el jardín si me necesitas antes de la cena.
Thomas Bolton observó el grácil andar de Rosamund mientras se retiraba de la estancia. A veces lamentaba no ser un hombre inclinado a casarse con una mujer y pensaba que su prima habría sido una excelente esposa. Congeniaron desde el momento en que se conocieron; ella siempre le confiaba sus problemas, aunque en los últimos tiempos recurría a él con menos frecuencia, pero eso era absolutamente lógico, pues ahora podía consultar a su marido. Sin embargo, el tema de Philippa era demasiado serio y requería mucho tacto y delicadeza, cualidades que Logan Hepburn no poseía.
– ¿Querías verme, tío?
Lord Cambridge alzó la mirada, Philippa estaba parada frente a él. Le sonrió y dijo:
– Mi querida niña, estoy muy feliz de verte, pero ese vestido que llevas es un espanto. ¡No vas a decirme que es la moda! -El tío estaba de veras horrorizado.