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– No. No eres demasiado apuesto, pero tienes ingenio e inteligencia, dos cualidades que aprecio mucho más en un caballero que una cara bonita. Sin embargo, también pienso que eres muy arrogante, milord.

– Sí, tienes razón, soy arrogante y, pese a todo, creo que hemos comenzado bastante bien, Philippa. -Se acercó a ella y la rodeó con sus brazos-. Quiero que firmemos los papeles del compromiso matrimonial cuanto antes -le dijo acercando el rostro de la joven al suyo-. No me gustaría tener que esperar demasiado tiempo para la noche de bodas.

El conde la había tomado desprevenida cuando la abrazó. La joven estaba aturdida. Su corazón se aceleraba ante la proximidad del cuerpo de Crispin. Entreabrió sus húmedos labios y suspiró cuando su boca se encontró con la del conde. Sintió que se mareaba a causa del placer. Estaba sorprendida, no había experimentado algo así desde aquella inolvidable velada con Roger Mildmay. Cuando los labios de Crispin se alejaron, se sintió abandonada. Estuvo a punto de protestar.

– Bien -anunció el conde-. El acuerdo entre nosotros ha quedado sellado, señorita Meredith.

– Pero ¡yo no dije nada!

– Pronto lo harás -prometió con su voz profunda y la liberó de su abrazo.

Ella se tambaleó, pero recuperó de inmediato el equilibrio.

– Debo irme a dormir. Tendré que madrugar para llegar al palacio antes de la primera misa. La reina siempre espera que sus damas de honor la acompañen. Buenas noches, milord. -Le hizo una reverencia y se retiró.

Crispin la miró partir. Luego, se sirvió una copa de vino tinto. Se sentó junto al fuego y recordó los acontecimientos del día. ¿Era correcto casarse con una mujer como Philippa Meredith? Sí, la deseaba. Y no estaba en sus planes esperar meses o años para desposarla. Seguía conmovido por el contacto con los labios de la muchacha. No era una cortesana experimentada, por cierto, sino una niña inocente y encantadora. La dejaría ir a Francia y, aunque ella no lo supiera todavía, partiría de viaje ya convertida en su esposa. Al día siguiente le pediría una audiencia al cardenal Wolsey y le ofrecería sus servicios durante el encuentro entre el rey Enrique y el rey Francisco. Crispin St. Claire sabía que harían falta diplomáticos experimentados para la ocasión. Si bien el cardenal era muy eficiente, no le correspondía ocuparse de los detalles tales como la ubicación del pabellón de cada rey y reina, la cantidad de caballos, la calidad y cantidad de comida y bebidas o el número de cortesanos. Nada debía quedar librado al azar. Cada monarca debía sentirse el más importante y el más poderoso. El trabajo requería dedicación y planificación para llevar a cabo la tarea más importante: lograr que Enrique Tudor y Francisco I se convencieran de que este encuentro los beneficiaría.

Philippa partió temprano a la mañana siguiente, incluso antes de que lord Cambridge o el conde se levantaran. No quería hablar con ninguno de los dos hasta que tuviera tiempo de reflexionar. Había dormido mal. La velada con Crispin St. Claire la había dejado un poco confundida: era un hombre muy decidido, evidentemente estaba acostumbrado a hacer las cosas a su manera. Pero, por desgracia, ella también.

Su padre había muerto cuando ella era una niña. Se crió prácticamente entre mujeres. Edmund Bolton era un hombre tranquilo y, cuando quedó a cargo de Friarsgate, eran Rosamund y Maybel las que en realidad tomaban las decisiones importantes. El tío Thomas tampoco interfirió en los planes de su prima, siempre fueron amigos leales y hasta íntimos confidentes. Y cuando Philippa regresó a su casa, a raíz de la boda de su madre con Logan Hepburn, su padrastro nunca se entrometió en la administración de tas tierras de su esposa. En las raras ocasiones en que Philippa iba a Claven's Carn junto con ellos, se la consideraba la heredera de Friarsgate.

En una palabra: la joven no estaba acostumbrada a que un hombre le dijera lo que tenía que hacer. Pero Crispin no lo había hecho -reconsideró Philippa-, simplemente quería ejercer sus derechos como señor de la casa. El conde era un candidato excelente para una mujer de su posición. Y cuando la besó… Philippa sintió un ardor al recordar el beso y sonrió. Fue una experiencia maravillosa, casi deseaba que la besara de nuevo, durante un largo rato sin detenerse.

Esa misma mañana, el conde de Witton entró en el salón de la casa de Thomas Bolton y lo encontró vacío, con excepción de los criados.

– ¿Dónde está la señorita Meredith? -preguntó.

– Volvió a Richmond, milord. Todavía no había salido el sol cuando pidió una barca. ¿Le traigo su desayuno, milord?

El conde asintió. Le hubiese gustado hablar con ella antes de su partida. ¿Acaso había escapado de él? ¿O, en efecto, debía estar de regreso antes de la primera misa? ¿Era tan importante para la reina que ella llegara a tiempo? Comió en abundancia y pasó la mañana en un estado de inquietud hasta que lord Cambridge hizo su aparición, como era de esperar, vestido con magnificencia. Evidentemente, él también pensaba retornar a la corte. El conde había visto que la barca de Bolton había regresado y que flotaba apacible en el río, junto al muelle.

– Querido muchacho, ¿cuánto tiempo lleva despierto? -preguntó Thomas Bolton a su invitado, tomando una copa de vino aguado que le ofrecía un sirviente.

– Varias horas, Tom.

– ¿Ha visto a mi querida sobrina antes de que partiera? -No. Se fue mucho antes de que yo me despertara. Un sirviente me dijo que apenas estaba clareando cuando se marchó. -La joven es muy cumplidora.

– Quiero que redactemos el contrato de compromiso cuanto antes -anunció el conde-. Philippa acompañará a la reina a Francia dentro de unos meses, pero yo preferiría que lo hiciéramos como marido y mujer. Pensaba ir ahora mismo a ofrecerle a Wolsey mis servicios para el evento. El rey elegirá solo a unos pocos privilegiados, así que debo ponerme al servicio del cardenal aunque sea por un breve lapso.

– ¿Y Philippa está tan ansiosa por casarse como usted, muchacho?

– Aún no lo he discutido con ella. No es asunto suyo cuándo nos casaremos -replicó el conde.

– ¡Calma, muchacho! No puedo anunciarle sin más a mi sobrina que usted ha elegido la fecha del casamiento. Puedo hacer redactar los papeles del compromiso, pedirle permiso al rey para la boda, pero primero debe decirle a Philippa que planea casarse antes del viaje a Francia. Seguramente habrá descubierto anoche que mi sobrina no es una criatura mansa como una ovejita. Tendrá que utilizar todas sus habilidades diplomáticas para convencerla. Por supuesto, yo también haré mi parte del trabajo para facilitarle las cosas: le recordaré que Banon no puede casarse hasta tanto ella no lo haga. Y Philippa sabe que Banon y Robert Neville desean hacerlo pronto. Si aceptara la fecha que usted le propone, su hermana podría casarse en Otterly en el otoño o a comienzos del invierno. El único problema es que Rosamund se sentirá desilusionada por no poder acompañar a su hija en un acontecimiento tan importante. Aunque estoy seguro de que sabrá comprender. Por otra parte, en este momento debe de estar por dar a luz, no le permitirán alejarse de Claven's Carn.

– ¿Usted podría actuar en representación de la dama de Friarsgate?

– Sí y el rey lo sabe. Pero recuerde, querido Crispin, que no obligaré a Philippa a casarse con usted. Su madre jamás lo permitiría.

– Rosamund llegó tres veces al altar por decisión de terceros. Solo pudo elegir al cuarto marido y, no se cansa de repetir que sus hijas deben escoger con absoluta libertad al hombre que las despose. ¡Claro que ella lo aprobaría! Pero no es a Rosamund a quien debemos convencer, sino a Philippa. Intercederé en su favor. De hecho, pienso que sería bueno para Philippa contar con la protección de un marido.

– ¿Usted viajará con la corte? -preguntó el conde.