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– Su Majestad, ¿podría hablar con Philippa unos instantes? -preguntó el conde.

La reina sonrió.

– Me han dicho que habrá un compromiso de boda, milord. ¿Es cierto?

– Así es, señora.

– Estoy muy contenta con esta unión -admitió la reina-. Philippa Meredith es una jovencita sumamente virtuosa. Será una buena esposa, milord. Sí, puede ir a caminar con ella, pero que sea breve. -La reina empujó suavemente a Philippa para que se levantara de su taburete-. Puedes ir con tu prometido, hija mía.

La muchacha se puso de pie e hizo una reverencia. La joven no se resistió a que Crispin la tomara del brazo. Y así, muy juntos, se retiraron.

– Vayan a los jardines -sugirió la reina-. Allí encontrarán la privacidad que necesitan, si eso es posible en este palacio.

– Es marzo -murmuró Philippa-. Con este frío, los jardines no me parecen un lugar propicio para un paseo romántico.

– En este momento, querida, no estoy interesado en el romance murmuró el conde-. Necesito hablar contigo en un lugar privado.

– Está helando y no traje mi capa. Mejor vayamos a la capilla, seguramente estará vacía.

– ¿Y si alguien viene a rezar? -preguntó el conde.

Philippa rió.

– ¿En la corte? La mayoría solo asiste a la misa de la mañana, con el único propósito de ser vistos por la reina y el rey. Ni siquiera los sacerdotes de Catalina andarán por allí. A esta hora suelen dormir la siesta 0 jugar a los dados. Sígueme.

Nuevamente, el conde quedó sorprendido por su perspicacia. Pese a que era una mujer muy joven, Crispin decidió confiar en ella desde el comienzo. A Philippa no se la podía engañar. Llegaron a la capilla que, en efecto, estaba vacía. El conde se asombró cuando Philippa espió en el confesionario para asegurarse de que no hubiera nadie. Luego, se sentó en el medio del recinto.

– Será difícil que nos vean si nos sentamos aquí.

Él se sentó a su lado.

– Eres asombrosa -le dijo y le besó la mano que aún no había soltado.

Para su sorpresa, esta vez la joven no intentó liberar su mano y, además, le regaló una genuina sonrisa.

– Presumo que necesitas discutir algún tema serio conmigo. Él asintió y dijo:

– Debo saber si puedo confiar en ti, Philippa, aunque sé que todavía eres una niña en muchos sentidos.

– Soy una persona discreta, milord. Si necesitas que permanezca en silencio, no tienes más que pedírmelo, y no diré una palabra.

– Es preciso que nos casemos cuanto antes -le espetó; no se sorprendió al ver los ojos asombrados de su prometida.

– ¿Por qué? -preguntó perturbada.

El conde le explicó sus razones y concluyó:

– De ese modo, podré acompañarte en el viaje a Francia.

– Como agente del cardenal, supongo -acotó la joven.

– Sí. Wolsey busca a alguien leal y atento a todos los movimientos de la corte. No me lo dijo, pero lo conozco muy bien después de tantos años de servicio. El cardenal percibe algún tipo de intriga y, aunque todavía no sepa exactamente de qué se trata, sus instintos son infalibles. Pero, por supuesto, nadie debe saber que soy uno de sus hombres. Además, nadie creerá que el prometido de la doncella favorita de la reina está en Francia por algo más que un verano de amor.

Philippa no pudo evitar reír.

– ¿Un verano de amor, milord? ¡Por Dios! Lo dices de un modo lascivo. Pero no te preocupes, en esta corte se escuchan todo tipo de cosas. Crispin le devolvió una sonrisa.

– Quizá no me expresé con propiedad.

– Sin embargo, me gustó la manera en que lo dijiste, milord, "un verano de amor" -repuso en tono burlón.

El hombre se sintió tentado de besar su adorable boca, pero se contuvo.

– El cardenal mismo oficiaría nuestra boda.

– ¿Thomas Wolsey estaría a cargo de la ceremonia? No, milord, no creo que sea una buena idea. Su presencia hará que toda la atención de la corte se centre en nosotros. Y, si quieres pasar inadvertido, lo mejor será que el gran cardenal no muestre interés en dos personas insignificantes como nosotros, pues la gente comenzará a hacer preguntas. Estoy segura de que uno de los sacerdotes de la reina podrá unirnos en el altar.

– Tienes razón -admitió el conde sorprendido. Y luego notó que la joven no había protestado ante la idea de una pronta boda-. Entonces, ¿aceptas?

Philippa asintió.

– Milord, necesito un tiempo para reflexionar sobre todo lo que ocurrió en estos días. Nuestra unión es evidentemente una buena idea. Solo quiero pedirte un favor.

– ¿Qué puedo hacer por ti, querida?

– Milord, todavía no tuve la oportunidad de conocerte. Aunque reconozco las ventajas de esta boda, soy muy inexperta en los asuntos amorosos. No puedo entregarme a ti simplemente porque seamos marido y mujer. No es que quiera privarte de tus derechos, milord. Solo necesito un poco más de tiempo para conocerte antes de unir nuestros cuerpos. ¿Me entiendes? -Philippa lo miraba a los ojos mientras le hablaba.

– Entiendo perfectamente. Te cortejaré y consumaremos nuestro amor en la noche de bodas.

– Lo que no entiendo es lo del cortejo -dijo la joven. -Tiene que ver con besarse y acariciarse.

– Eso ya lo oí, pero qué más implica el cortejo -insistió. La muchacha trataba de ignorar a propósito su comentario sobre la consumación del matrimonio.

– Ni siquiera yo lo sé bien -reconoció el conde-. Nunca cortejé seriamente a ninguna mujer. Deberemos aprender juntos. Entonces, ¿cuándo será la fecha de nuestra boda? Quiero que tú elijas el día.

– El sobrino de la reina, el emperador Carlos V, viene a Inglaterra a fines de mayo y luego, a principios de junio, partiremos a Francia. MÍ cumpleaños es el 29 de abril. Casémonos al día siguiente, milord. Así tendré tiempo para prepararme como corresponde. ¿Te parece bien?

– Tom asegura que tu madre no podrá venir. ¿Preferirías casarte en Cumbria?

– No, no hay tiempo. Mamá pronto dará a luz y conociendo a mi padrastro no la dejará viajar con el recién nacido ni siquiera a Friarsgate. Ella suele amamantar a sus niños -aclaró Philippa-. Si estás de acuerdo, me gustaría ir al norte para la boda de mi hermana Banon en el otoño. ¿Estás conforme con estos planes?

– Estoy muy conforme.

– Antes debo decirte una cosa más: soy la heredera de Friarsgate, pero le dije a mi madre que no quería ser la dueña de esa propiedad. Aunque sus tierras y sus rebaños sean magníficos no quiero asumir esa responsabilidad. Debes saberlo antes de que se formalice nuestro compromiso.

– Me parece muy bien. No podría ocuparme de una propiedad en el norte. Ya verás que Brierewode es más que suficiente para mí.

– ¿Tienes ovejas?

– Solo vacas y caballos.

– ¡Gracias a Dios! Porque no puedo soportar el hedor de las ovejas.

CAPÍTULO 09

Antes del almuerzo, lord Cambridge había logrado ver a la reina para comunicarle el inminente compromiso de Philippa Meredith y pedirle su bendición. Catalina se había alegrado por la noticia y le había dicho que anunciara al rey el feliz acontecimiento.

Thomas Bolton pudo entrevistarse con Enrique mientras el rey cenaba. De pie, frente a uno de los extremos de la mesa real, le contó la buena nueva.

– ¿Rosamund estará de acuerdo? -preguntó el soberano.

– Sí, milord, ella me dio su permiso para hallarle un esposo a Philippa.

– ¿Cómo logró conseguir un candidato tan interesante, sir? Un conde soltero lo bastante joven y vigoroso para engendrar hijos saludables. Me sorprende; es usted tan inteligente como afirma Wolsey. -El rey dio un mordiscón a la pata de venado que aferraba con el puño.

Thomas le relató el plan estratégico que había ideado para lograr el compromiso.

– Wolsey siempre tiene razón -opinó el rey y tomó un trago de la fastuosa copa de vino-. ¿Y la reina aprueba el compromiso?

– Sí, milord.