Lucy la ayudó a desvestirse. Philippa caminó hacia la mesa de roble donde había una jofaina con agua perfumada y se lavó la cara, las manos y el cuello. Se frotó los dientes con un lienzo áspero. Vestida solo con la camisa, se dirigió hacia la cama y se acostó.
Lucy ordenó las prendas de Philippa y vació la jofaina por la ventana. Entonces, se sentó al borde de la cama.
– Primero, señorita, cuénteme lo que sabe.
– No sé nada. Banon me ha regañado porque no me dejé besar lo suficiente ni tampoco permití a mi futuro marido que me tocara. Ahora me doy cuenta de que tiene razón.
– Tal vez, pero usted no lo hizo y ahora se acerca la noche nupcial, señorita. Sin embargo, en mi modesta opinión, no hay demasiado que saber. A él le encantará que usted sea ignorante y ser el único que ha estado entre sus piernas. Esos caballeros aprecian la pureza de sus esposas, según me han dicho. Usted es única, señorita. La mayoría de sus compañeras han sido traviesas y lascivas con los caballeros de la corte. Usted, en cambio, se ha mantenido casta.
– ¿Pero qué tengo que hacer?
– Nada, señorita. Él le dirá lo que tiene que hacer y así es como debe comportarse una jovencita como usted. Su marido la pondrá de espaldas sobre la cama y se introducirá entre sus piernas. Hay un agujero profundo entre los labios íntimos donde él meterá su virilidad. Moverá las caderas hacia delante y hacia atrás en búsqueda del placer. No es nada más que eso. Y cuando haya liberado los jugos del amor en sus entrañas, se retirará.
– ¿Y los besos y las caricias, Lucy?
– Eso dependerá de cuánto la desee el hombre -sonrió Lucy-. Debo decirle una cosa importante. La primera vez suele doler un poco, y habrá algo de sangre. No se asuste por eso, no es nada.
Philippa asintió. Todo sonaba muy pragmático. Luego de haber oído las explicaciones de Lucy, la niña no entendía por qué, entonces, se hablaba tanto de ello.
– Gracias por instruirme, Lucy. No quería quedar como una tonta frente al conde.
– La señorita Banon me ha dicho que usted no ha dormido bien durante las últimas noches. Espero que esta conversación la haya aliviado un poco. Ahora no tiene nada que temer, milady. Cierre los ojos y duérmase. Está muy protegida en la casa de su tío Thomas.
Luego, Lucy se retiró en puntas de pie a su catre del cuarto contiguo. Philippa pensó que una vez más pasaría la noche en vela. No podía parar de pensar. Nunca había estado en Brierewode. ¿Cómo sería su futura morada? ¿Sería fácil ser la señora de esa casa? ¿Los criados le harían la vida imposible o estarían contentos de tener una nueva ama y señora? ¿Podría ser una buena esposa y condesa de Witton? ¿Cómo podría encontrar un equilibrio entre sus deberes hacia Crispin y sus obligaciones en la corte? Al rato, para su sorpresa, sintió que se iba quedando dormida. ¿Por qué se torturaba con esas preguntas? Todo saldría bien, como siempre. Y ella no iría a Brierewode hasta el otoño. Los párpados le pesaban. No había nada de qué preocuparse. Nada. Estaba todo bien. Y con esos pensamientos se quedó dormida.
Cuando Lucy la sacudió suavemente para despertarla, Philippa sintió el ruido de la lluvia. Bueno, era abril. Permaneció acostada unos minutos más detrás de las cortinas de su cama, mientras dos criados entraban y salían del cuarto con cubos de agua para llenar la bañera. Lucy vertió aceite en el agua y colocó la toalla al lado del fuego. Luego, abrió las cortinas de su lecho.
– Venga, señorita. Está todo listo para el baño y el agua está a la temperatura que a usted le gusta. -Ayudó a Philippa a salir de su cama y le quitó la camisa.
Philippa se introdujo en la bañera, suspirando mientras el calor envolvía su cuerpo.
– ¡Aaah! ¡Qué agradable! Primero lávame el cabello, Lucy.
Obedeciendo la orden, la criada lavó y enjuagó la larga cabellera con agua perfumada y luego la cubrió con una toalla. Philippa tomó un jabón y comenzó a lavarse el resto del cuerpo. Lo hizo rápidamente, porque era una mañana helada y temía resfriarse. Acto seguido, se secó y, envuelta en un lienzo de baño, se sentó junto al hogar y comenzó a cepillarse el cabello.
Lucy se dirigió deprisa a la cocina en busca del desayuno de su ama. Regresó con una bandeja que contenía una lonja de jamón, un huevo duro, pan recién horneado, naranjas españolas y mantequilla y mermelada.
– El cocinero le pide disculpas por la comida. Está muy ocupado preparando la fiesta de compromiso. ¡Qué hermoso vestido se va a poner hoy!
Philippa sintió que se le dibujaba una sonrisa. Sí, era un vestido precioso.
– Esta comida está bien para el día de hoy porque no tengo nada de hambre.
– Bueno, de todas maneras, debe comer, señorita. El estómago vacío es enemigo del amor. Y el cocinero le trajo esa deliciosa mermelada de cerezas que tanto le gusta.
Philippa comió todo lo que había en la bandeja y bebió una pequeña copa de cerveza. Limpia, descansada y bien alimentada, sintió que ahora sí podía enfrentar ese día tan importante. Finalmente, se enjuagó la boca con agua mentolada.
La doncella le alcanzó una camisa limpia de seda color marfil, con mangas largas que culminaban en un delicado encaje. El cuello era redondo y cerrado. Luego la ayudó a colocarse el vestido.
– Me encanta sentir la seda sobre la piel -ronroneó Philippa.
Lucy sonrió. En el suelo yacían dos enaguas de seda y le ayudó a ponérselas. A continuación, le ajustó todas las prendas. Luego, puso una falda sobre el vestido de Philippa y la ató a las múltiples enaguas. Philippa acarició el brocado de terciopelo violeta con las palmas de las manos. El cuello cuadrado del corpiño estaba ribeteado con bordados de hilos de oro. La parte superior de las mangas era ajustada, pero la inferior era amplia y terminaba en un puño de satén violeta y un brocado del mismo color.
– Ya está lista para el compromiso -anunció la criada-. Ahora debe ponerse los zapatos. Me ocuparé de su cabello. Lord Cambridge me ordenó que esté muy cepillado y suelto. Y me dio esto para que lo espolvoree en su cabellera mientras la peino. -Sacó una cajita y se la mostró a Philippa.
– Es polvo de oro y del más exquisito. Mi tío no deja de sorprenderme con sus extravagancias. No lo uses todo, pues quiero guardar algo para el día de la boda.
– Ahora, póngase de pie -le pidió Lucy mientras se subía a un taburete con el cepillo en la mano. Cepilló y cepilló el cabello de su ama hasta dejarlo brillante. Cuando se sintió satisfecha, esparció el polvo de oro y volvió a arreglar el cabello de Philippa-. No lo utilicé todo, solo lo necesario para darle más brillo. Debemos guardarlo también para los festejos de Navidad. Usted va a causar sensación, señorita.
– No estoy segura de que una mujer casada deba causar sensación-rió Philippa. Luego giró y dio un paso hacia atrás.
– ¿Cómo me veo, Lucy?
– Es todavía más hermosa que su madre -respondió con admiración.
De pronto, alguien golpeó a la puerta y, antes de que tuvieran tiempo de contestar, lord Cambridge entró en la habitación con una amplia sonrisa. El tío, feliz, abrió su jubón y extrajo una larga cadena y un par de pendientes de perlas.
– Son para ti, mi querida. Y también debes usar la cadena con el crucifijo de oro y perlas -le aconsejó mientras la joven se enjoyaba-. Te conseguí esas perlas especialmente para que combinen con toda tu vestimenta.
– ¿Ya llegó el rey? -preguntó Philippa.
– Por suerte no, tesoro. Tú y yo debemos agradecerle personalmente su visita en cuanto atraviese el umbral de la puerta. No recuerdo que haya venido jamás a mi casa. Gracias a Dios que mi residencia es pequeña y simple, o despertaría los celos de Su Majestad y me sentiría obligado a entregar mí casa a la corona.
– Tío Thomas -rió Philippa-, ¡tu lengua viperina no se detiene nunca, ni siquiera a la mañana temprano! ¿Ya han alimentado bien a las cotorras?
– Tu lengua es tan incisiva como la mía, querida. Sí, llenaron los estómagos de tus futuras cuñadas con generosas bandejas de comida y ya están en el salón. Ambas están muy excitadas ante la idea de conocer al rey. Ninguna de ellas tuvo ese honor. No puedo dejar de alardear sobre la larga relación que une a la familia Bolton con los Tudor. Cuanto más les cuento, más se alegran con la idea de la boda.