Выбрать главу

– Si las señoras desean ver la barcaza real -dijo William Smythe-, en este momento está zarpando del muelle de milord.

Lady Marjorie y lady Susanna corrieron hacia la ventana que daba al río y no cesaron de proferir exclamaciones de asombro.

– ¡Nunca he visto algo similar!

– ¡Ni lo volveremos a ver!

– Susanna, ¿alcanzas a ver al rey?

– No -respondió desilusionada-. Ya bajaron las cortinas.

Mientras tanto, lord Cambridge regresó al salón y se dirigió a Philippa para besar su suave mejilla.

– Pequeña, se te ve exhausta y el día recién comienza. Debes ir a los jardines con Crispin a tomar un poco de aire fresco.

– ¿Bajo la lluvia? -le preguntó Philippa.

– Ya no Hueve más. Mi querida, faltan apenas dos días para que estén formalmente casados y el tiempo vuela. Debes aprovecharlo.

– ¿Cómo es posible que me conozcas mejor que yo misma? -le preguntó, mientras le regalaba una sonrisa y le guiñaba el ojo.

Luego lord Cambridge le dijo al conde:

– Creo que una tranquila caminata les hará muy bien. En cuanto la mesa esté servida para la fiesta, enviaré a los criados a buscarlos.

Sin decir una sola palabra, Crispin St. Claire tomó a Philippa de la mano y la condujo a través del salón.

– Por favor, traiga mi capa y pídale a Lucy que le alcance a su ama la suya -ordenó a un sirviente en el corredor. Cuando estuvieron solos, el conde tomó a Philippa por los hombros y la besó con dulzura-. No nos hemos besado para sellar nuestro compromiso -le dijo con una sonrisa amable-. De hecho, hace muchos días que no nos besamos. ¿Acaso no te gusta besarme? ¿Te parece desagradable, pequeña mía? -Sus ojos grises estudiaban la mirada de Philippa mientras alzaba su mentón con la mano.

– No, milord. Me gusta besarte -admitió en voz baja-. Pero no quería que pensaras que era una joven desvergonzada.

– Puedo decir muchas cosas sobre ti, Philippa, pero jamás utilizaría la palabra "desvergonzada" para describirte -le dijo y la abrazó con fuerza. Le agradaba sentir su pequeño cuerpo contra el suyo.

– Sé que te enteraste del desafortunado episodio de la Torre Inclinada.

– Pero también sé los motivos que te llevaron a cometer esa imprudencia, querida mía. Y ya te dije que me resultaba una historia divertida. Tienes la reputación de ser la más casta de las doncellas de la reina.

– ¿Y cómo sabes eso? -Una agradable fragancia emanaba del jubón de Crispin.

– Porque hice mis averiguaciones. En mis treinta años de vida aprendí que la mejor manera de encontrar la respuesta a las dudas, es preguntando.

– ¡Ah! -respondió Philippa sintiéndose un poco tonta.

– Su capa, milord. -El criado había regresado con las prendas requeridas y los ayudó a ponérselas.

La pareja recién comprometida comenzó a caminar por los jardines de lord Cambridge. La lluvia había cesado y el sol empezaba a brillar a través de las nubes.

– ¡Oh, mira! -gritó Philippa-. Dicen que da buena suerte contemplar el arco iris. Desde ahora y para siempre.

El conde miró hacia donde señalaba su novia y vio el ancho arco de color atravesando el río Támesis. Sonrió.

– Un signo de buena suerte en el día de nuestro compromiso es más que bienvenido.

– ¿Acaso estás asustado?

– ¿De qué debería estar asustado?

– De nuestro matrimonio. Apenas nos conocemos.

– Tuvimos la oportunidad de conocernos, pero la hemos desperdiciado. Me evitabas de manera deliberada y no entiendo por qué.

Philippa suspiró.

– Lo sé. Primero acepté casarme y luego me asusté. Tú perteneces a la nobleza, milord, y temo que nunca me ames, que solo desees desposarme por la tierra de Melville.

– Si fuera posible, Philippa, te juro que no aceptaría Melville para demostrarte que nuestra unión ya no tiene nada que ver con la tierra. Pero necesitamos esos campos de pastoreo. Por otra parte, todos los matrimonios se arreglan sobre la base de decisiones sensatas. El amor tiene poco que ver en la mayoría de las bodas. Algún día, nosotros llegaremos a amarnos, pequeña. Pero vayamos paso a paso. Por ahora, estamos comprometidos y en dos días estaremos casados. Al menos debemos ser amigos. Por suerte, el rey nos permitió pasar un tiempo a solas. El viaje a Brierewode llevará unos días y estoy ansioso por mostrarte tu nuevo hogar.

– Pero iremos a Francia -replicó Philippa-. Yo debo acompañar a la reina.

– Y así será, querida. Llegaremos a Dover el día de la partida. Estaremos todo el verano en Francia con la corte antes de volver a Inglaterra para visitar a tu madre y luego pasar el invierno en Brierewode.

– Pero debemos volver al palacio para los festejos de Navidad.

– Si no estás embarazada.

– ¿Embarazada? -Philippa respiró hondo.

– El propósito de nuestra unión es tener hijos -le dijo con solemnidad-. Necesito un heredero. SÍ pruebas ser tan fértil como tu madre, tendré la suerte de ser el padre de muchos niños.

Philippa se detuvo y le dio un pisotón.

– No me hables como si fuera una vaca de raza -protestó.

– Todavía está por verse si eres de raza -replicó el conde secamente y la miró con sus ojos grises, de pronto helados.

– Me habías prometido que esperaríamos un poco.

– Philippa, eso es lo que hice durante casi un mes, mientras tú evitabas mi compañía. Ni un beso ni una caricia. Pero dentro de dos noches, pequeña, cumplirás con tus obligaciones porque debes convertirte en mi esposa. ¿Me entiendes?

– Eres el hombre más arrogante del mundo -le contestó furiosa.

Crispin rió.

– Es probable -asintió. Y luego la acercó a su cuerpo y la abrazó con ternura-. De ahora en adelante, a esa deliciosa boquita tuya, Philippa, le daremos un mejor uso que el de pelear conmigo. -Inclinó su cabeza y sus labios se encontraron con los de su prometida en un beso apasionado.

Al principio, los puños cerrados de la joven golpeaban contra el jubón de terciopelo de Crispin. Pero el beso la fue debilitando y la cabeza le daba vueltas. Le gustaba. Sí, le gustaba mucho. Sus labios se abrieron y la muchacha lanzó un suspiro de placer, y dejó de golpear a su prometido.

El conde alzó la cabeza y miró a su novia.

– Philippa, ya estás dispuesta a ser amada. ¿Por qué te opones a tus deseos? Seré muy cuidadoso contigo.

– Es que necesito conocerte más antes de ser tuya en cuerpo y alma -murmuró contra su boca.

– Pequeña, cuentas solo con estos dos días para conocerme. No hay más tiempo -le dijo, mientras la sentaba en un banco de mármol a la sombra de un ciruelo. Luego, comenzó a besarla una y otra vez hasta que la joven temió que sus labios quedaran morados. Los dedos del conde soltaron los lazos del corpiño. Sus manos se introdujeron por el escote y alcanzaron a tocar con dulzura sus deliciosos y redondos senos.

Philippa no podía respirar y su corazón latía con furia. La mano de Crispin era tibia y suave. Apoyó la cabeza en el hombro de su prometido. Esas caricias eran la experiencia más excitante de su vida.

– No deberías hacerlo -protestó débilmente-. Todavía no estamos casados.

– El compromiso ha legalizado nuestra unión -gimió el conde.

– La reina dice que toda mujer debe ser casta aun en el lecho nupcial -susurró Philippa.

– ¡Basta con la reina! -dijo Crispin enojado-. ¿Es ella la culpable de tu conducta de las últimas semanas?

– ¡Milord! -Philippa estaba perturbada por sus palabras-. La reina es un ejemplo en todo sentido, incluso como esposa, para todas las mujeres del reino.

– Tal vez sea por eso que Catalina no pudo dar vida a ningún hijo varón -le respondió mientras su pulgar frotaba los pezones de Philippa-, ¡Los niños saludables son hijos de la pasión, no de la mojigatería!