Выбрать главу

– ¿No es bellísima? Me la regaló el conde para mi cumpleaños. Dice que perteneció a todas las condesas de Witton desde que un antepasado suyo y cruzado de Ricardo Corazón de León la trajo de Tierra Santa. -Se quitó la cadena y se la tendió a lord Cambridge.

– Es una pieza sublime, tesoro -confirmó luego de examinarla y devolverla a su dueña-. Espero que Crispin tenga tan buen gusto como su ancestro.

– Vine a decirte que tomaremos la barca de mamá y pasaremos el día junto al río. Acabamos de ver pasar a la corte rumbo a Greenwich.

– Nunca entenderé por qué el rey se empecina en ignorar las mareas. Ese necio cree que puede controlar todo en su vida. Ve, pequeña, y diviértete. Yo me encargaré de entretener a tus cuñadas. Tal vez las lleve a la torre para ver los leones del rey. ¿Dónde está Banon? ¿Ya llegó a casa?

– Sí, y desayunamos juntas. Ahora está durmiendo la siesta. Se siente muy feliz de estar contigo y de regresar a Otterly. ¿Robert Neville viajará con ustedes o ya ha partido hacia el norte?

– Viajará con nosotros, porque debemos pasar por la casa de su padre para firmar el compromiso y arreglar la fecha de la boda antes de seguir camino a casa. Vendrá hoy a la noche. ¿Verdad, Will?

– Así es, milord.

– Entonces, me marcho ya mismo, y reza porque pueda escapar al jardín sin ser acosada por mis cuñadas.

El conde la esperaba en el muelle. Muy galante, la ayudó a subir al bote. La barca navegó río arriba, manteniéndose siempre cerca de |a costa donde las corrientes eran menos traicioneras.

– ¿Adónde vamos? -preguntó Philippa.

– No tengo la menor idea. Desconozco esta parte del río. Reconoceré el lugar cuando lo vea -dijo el conde mientras la estrechaba en sus brazos.

– ¿Y cómo lo verás si estás ocupado besándome? -preguntó con curiosidad. Crispin la miraba con una expresión extraña en sus ojos grises, pero esta vez Philippa no sintió ningún temor.

– Dudo que el sitio perfecto se encuentre tan cerca de la casa de lord Cambridge, así que podemos besarnos a gusto. La práctica es muy útil, dicen. -Sus labios rozaron los de Philippa-. Y tú has estado descuidando el estudio, pequeña. -Le dio un dulce y prolongado beso.

– Estaba esperando al maestro indicado, milord -le dijo en un tono seductor cuando sus labios se separaron-. ¿Acaso eres tú?

Philippa estaba asombrada de su desfachatez. ¡Estaba flirteando con el hombre que la desposaría al día siguiente! Crispin le levantó la barbilla y clavó la vista en sus ojos color miel, que lo miraban con una timidez irresistiblemente seductora.

– Lo soy, Philippa. Te enseñaré todas las técnicas amatorias, no solo los besos. ¿Comprendes?

– Sí -murmuró-. Hoy no llevo camisa y el vestido se desata en la parte delantera. -Enseguida se ruborizó por esa atrevida confesión. El conde estaba realmente asombrado.

– ¡Me halagas, Philippa!

– Bueno, ya estamos comprometidos y mañana nos casaremos -sonrió y prefirió cambiar de tema-: ¿Nunca estuviste comprometido antes?

– No. Mientras mi padre vivió, no le veía sentido al matrimonio y sabía que, si algo malo me ocurría, los hijos de mis hermanas heredarían el título.

– Pero decidiste irte de Brierewode.

– No tenía nada que hacer allí, Philippa. Mi padre no quería compartir su autoridad con nadie más, ni siquiera con su único hijo varón y heredero. Fui a probar suerte a la corte y llamé la atención del cardenal Wolsey. Al poco tiempo, comenzaron a encomendarme misiones diplomáticas. Un buen día me enviaron a San Lorenzo, un pequeño ducado entre Italia y Francia. El embajador anterior irritó al duque hasta hartarlo: lo expulsó y le dijo al rey que no deseaba más diplomáticos ingleses. Enrique VIII me envió para calmar los ánimos del soberano de San Lorenzo, pero no lo logré. Fui trasladado al ducado de Cleves, y mientras trabajaba allí, murió mi padre. Entonces abandoné mi puesto. No tenía tiempo para pensar en casarme mientras servía al rey.

– Eres más joven que tus hermanas.

– Sí. Tengo treinta años; Marjorie, treinta y siete y Susanna, treinta y cinco. Mi madre era una mujer de salud frágil, pero estaba empecinada en darle un hijo varón a su esposo. El esfuerzo acabó minando sus escasas fuerzas y murió justo después de mi segundo cumpleaños.

– Yo tenía seis años cuando murió mi papá. Me quedaron vagos recuerdos de él, pero mis hermanas no lo recuerdan para nada. Todos dicen que Bessie, la menor, se parece a mi padre y que Banon y yo nos parecemos a mi madre. En cambio, mis hermanos son iguales a su papá, Logan Hepburn.

– Es escocés, ¿verdad?

– Sí. Su casa está muy cerca de Friarsgate, del otro lado de la frontera. Estuvo enamorado de mamá desde la infancia.

– ¿Tu madre solía pasar mucho tiempo en la corte?

– ¡No! ¡La odiaba! Cuando murió su segundo esposo, estuvo bajo la tutela del rey Enrique VII. El rey le pidió a mi padre que la escoltara durante el viaje al palacio. En la corte conoció a la reina Margarita de Escocia y a Catalina y las tres eran damas de honor de la Venerable Margarita. Mamá solía visitar a las dos reinas tras la muerte de papá, pero siempre añoraba sus tierras.

– En cambio, tú amas la corte.

– Desde el primer día que vine con el tío Tom y mamá.

– Bueno, eso es algo que tenemos en común. Me gusta la corte, pero también quiero un heredero.

– Conozco mis deberes, milord, y te prometo que los cumpliré.

– Pero primero debemos intimar más, pequeña. Ya sabes que los bebes no nacen del aire -bromeó mientras le acariciaba el rostro.

– Eso lo sé muy bien, pero me falta un poco de información -admitió con candidez.

– Soy un hombre paciente, Philippa, no puedes negarlo -dijo y comenzó a desatar lentamente el corpiño-. Para lograr una buena intimidad, debemos procurarnos placer el uno al otro. -Abrió la prenda y miró extasiado sus pequeños senos blancos y redondos-. ¡Oh, eres hermosa! -exclamó deslizando su dedo entre los senos.

Philippa se mordió el labio con nerviosismo y le susurró algo en voz tan baja que él tuvo que pegarse a ella para escucharlo.

– Los remeros, milord.

La cálida fragancia de su piel atizaba sus sentidos.

– No tienen ojos en la nuca, pequeña, ya te lo dije…

Ahuecando la mano, envolvió uno de sus senos, suave y trémulo como un gorrión atrapado. Tocó el pezón con la yema del dedo y notó cómo se endurecía. Bajó la cabeza y lo lamió con suma lentitud. Ella contuvo el aire hasta que exhaló un fuerte suspiro, seguido por un agudo gritito de estupor.

– ¡Aaah!

– ¿Te gustó? -preguntó el conde levantando la cabeza. Philippa asintió con los ojos bien abiertos, pero no pudo emitir palabra.

– ¿Quieres que lo haga de nuevo?

– ¡Sí! -dijo con esfuerzo, pues sentía una opresión en la garganta.

El conde cubrió de besos el cálido pecho desnudo, y sintió cómo el corazón de su prometida latía cada vez más aceleradamente. Lamió el otro pezón y comenzó a succionarlo con delicadeza.

Ella se estremeció de placer y un leve gemido escapó de su boca. Entonces Crispin empezó a chupar el pezón con más ardor hasta que la joven experimentó una extraña sensación en sus zonas más íntimas, como un cosquilleo o, mejor, una vibración. Notó que estaba mojada, pero esa humedad no era pis, sino una sustancia pegajosa. Frotó su cuerpo contra él.

De pronto, Crispin St. Claire se detuvo y la miró azorado. Con cierta turbación, se apresuró a cerrarle el vestido.

– ¿Eres una bruja? -murmuró.

– ¿Qué pasa? ¿Por qué te detienes? ¡Me gustaba lo que estabas haciendo!

– Y a mí también -admitió-. Demasiado… No soy un hombre lujurioso, pero si continuamos así, me temo que te robaré la virginidad antes de que la Iglesia bendiga nuestra unión. Podrías odiarme, Philippa, y no quiero que me odies.