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Cuando se esparció el dulce incienso sobre los novios, Philippa se sintió inmersa en un dulce sueño. Sus reacciones eran instintivas y repetía mecánicamente las palabras en latín que le había enseñado el padre Mata. Era el día de su boda. La ceremonia aún no había terminado y, de pronto, la acometió una oleada de pánico. ¿Estaba a tiempo de cambiar de opinión? El conde la calmó apretando suavemente su mano. ¿Estaba respirando? Abrió la boca para recibir la hostia. Repitió las palabras tal como le indicaba el sacerdote. Crispin deslizó un pesado anillo de oro y rubíes en su dedo. Fray Felipe unió las manos de la pareja con una cinta de seda mientras hablaba de la indisolubilidad del matrimonio. Finalmente, los bendijo y dio por terminada la ceremonia. Philippa era una mujer casada a los ojos de la ley inglesa y de la Sagrada Iglesia. Ya no era la señorita Meredith, sino Philippa, condesa de Witton. El conde la besó con dulzura y la capilla se inundó de risas y aplausos.

– Ahora puedes respirar -le susurró Crispin al oído-. Ya estamos legítimamente unidos hasta que la muerte nos separe, mi pequeña.

Ella le sonrió y le dijo mientras salían de la iglesia:

– Fue como un sueño. Pensar que una joven se pasa la vida esperando este momento que dura menos que un suspiro.

Lord Cambridge aguardó a que todos se fueran para entregarle una bolsita de monedas al prior.

– Por favor, dele las gracias a Su Majestad por su generosidad con mi sobrina.

– A Su Majestad le complace ver a sus doncellas bien casadas y este matrimonio es, sin duda, muy ventajoso para la joven. Se lo merece, milord, porque siempre se ha mantenido casta y ha manifestado una absoluta lealtad a la reina. Ojalá otros mostraran la misma devoción.

– La carne es débil y los hombres son aun más débiles que las mujeres. Enrique es nuestro rey, pero también es un hombre, padre.

– Es cierto -dijo lacónicamente y luego lo despidió con una reverencia-: Que tenga un buen día, milord.

Thomas Bolton comprendió enseguida a quién se referían las palabras del sacerdote. Bessie Blount se había ido de la corte, pero el inminente nacimiento de su hijo -y del rey Enrique- era un secreto a voces. "Que el Señor se apiade de la reina si esa mujer da a luz a un saludable varoncito" -pensó Tom, que estaba al tanto de todos los rumores y chismes que circulaban en la corte. Se decía que el rey se sentía desdichado y empezaba a creer que Dios estaba disconforme con su matrimonio. Lord Cambridge se alegró de emprender muy pronto el regreso a Otterly.

Apurando el paso, se dirigió al muelle y subió a la barca más grande. -Ajá, veo que nuestros tortolitos ya han partido. Después de la fiesta, les tengo reservada una linda sorpresa.

– ¡Oh, tío, no seas malo y dinos de qué se trata! -suplicó Banon. -No, no. Lo anunciaré en presencia de Crispin y Philippa -declaró Tom con una risa maliciosa.

– Cuando ríe así es porque algo maravilloso va a ocurrir -dijo Banon a Robert Neville- Es el hombre más generoso del mundo.

En el banquete había ostras recogidas del mar esa misma mañana; bacalao en una salsa de crema condimentada con apio y eneldo, una enorme trucha sobre un colchón de berros y rodajas de limón y muchos otros majares. Los panes recién salidos del horno habían sido moldeados en formas graciosas y podían untarse con mantequilla dulce. Había dos tipos de quesos: un brie francés y un cheddar inglés.

– Jamás vi un festín igual en mi vida -susurró lady Marjorie a su hermana-. Thomas Bolton me resulta un tanto extraño, pero debo admitir que es un anfitrión insuperable.

Luego, se sirvieron los postres: gelatinas, violetas caramelizadas, fresas con una espesa crema de Devon y barquillos de azúcar regados con vino. Por último, se hicieron varios brindis por la salud y felicidad de la pareja.

Caía la tarde y, en un momento dado, lord Cambridge se puso de pie.

– Ahora, queridos míos, tengo una sorpresa para ustedes. Banon, Robert, lady Marjorie y lady Susanna me acompañarán a mi casa de Greenwich. Los baúles ya han sido empacados y despachados. Y también he enviado a los sirvientes. Propongo despedir a los novios y partir de inmediato. -Y dirigiéndose a Philippa dijo con gran satisfacción-: Pueden disponer de mi casa a su antojo, tesoro.

– ¡Greenwich! -gritó lady Marjorie-. ¡Allí está la corte en pleno!

– Así es. Y mañana es el Día de la Primavera, la fiesta preferida del rey. No se imaginan cuan grandiosas son las celebraciones de la primavera en la corte. Mi casa queda muy cerca del palacio y estamos todos invitados.

– ¡Qué maravillosa noticia! -exclamó lady Marjorie con los ojos desorbitados.

– Y cuando se hayan hartado de la juerga, mis queridas damas, pueden volver a mi casa. Mi pupila, el joven Neville y yo partiremos rumbo al norte, a Otterly.

– Tío Thomas… -empezó a decir Philippa, pero se interrumpió.

– No me agradezcas nada, pequeña -ronroneó lord Cambridge con un brillo en sus ojos azules.

Philippa se echó a reír.

– No pensaba agradecerte. Crispin y yo nos marcharemos a Brierewode mañana.

– Lo sé, pero mereces gozar de privacidad por el resto del día. ¿O quieres que tus cuñadas te miren con ojos maliciosos cuando te retires al tálamo nupcial? -murmuró en voz muy baja-. Banon, Robert y yo volveremos pronto, pero nos quedaremos unos pocos días, y después emprenderemos el regreso definitivo a Otterly.

– Voy a extrañarte, tío. La vida es más divertida cuando estás cerca.

– Te veré cuando vayas a Friarsgate con tu esposo, y también en la boda de Banon, que, lo juro, será tan espectacular como la tuya. Aunque lo más importante es el gran amor que sienten. Lo has notado, ¿verdad?

– ¿Cómo podría notarlo?

– ¿No observaste cómo la miraba Robert en la capilla, querida? Es un hombre enamorado que se entrega con todo el corazón.

– No entiendo ese tipo de amor, aunque he tenido un buen ejemplo en mamá. ¿Qué se siente, tío? -Philippa parecía realmente confundida.

– Lo sabrás cuando lo experimentes en carne propia. Bien, espero que me cuentes hasta el mínimo detalle de tu viaje a Francia cuando nos veamos -dijo inclinándose para besarle la frente. Luego, ordenó a sus invitados-: ¡Despídanse de Philippa y Crispin! La barca nos está esperando.

Banon abrazó a su hermana.

– La pasé muy bien contigo, Philippa. Nos veremos en mi boda. -Las hermanas se besaron y, acto seguido, Banon se acercó a su flamante cuñado-: Adiós, milord. Estoy muy contenta de que vengas a visitarnos a Otterly. ¡Les deseo un buen viaje!

El joven Neville saludó a los novios, seguido por lady Marjorie y lady Susanna, que lloraron mientras abrazaban a Philippa y a su hermano. Lord Cambridge fue el último en despedirse.

– Lucy se quedará en casa e irá con ustedes. Crispin y yo ya organizamos todo el viaje. ¡Adiós, dulzura! ¡Que seas muy feliz! Nos vemos en octubre.

Encabezados por Thomas Bolton, todos los invitados se retiraron del salón.

Los novios permanecieron en silencio un rato y luego Philippa corrió a una de las ventanas que daban al Támesis. Vio cómo todos iban subiendo al barco. Antes de embarcar, Thomas Bolton giró y la saludó con la mano. Philippa estalló en un llanto incontrolable, ante la mirada de asombro de su flamante esposo.

– ¿Qué te pasa, pequeña? -preguntó y, tras unos segundos de vacilación, la estrechó en un tierno abrazo.

– Me doy cuenta de que mi niñez se ha ido para siempre. Sentí algo parecido cuando vine a la corte, pero en esa época todavía tenía a mi familia. ¡Ahora estoy sola! -Apretó su cara contra el hombro aterciopelado.