– Acompañaré a mi reina siempre que me necesite. Es un honor servirla. Es una de las mujeres más bondadosas que he conocido.
– Tuvimos suerte con esta reina. Lástima que el rey no consiga tener un heredero.
– La princesa María será quien nos gobierne algún día.
– Tal vez Su Majestad pueda engendrar un hijo que sobreviva -replicó Marian con esperanza y abrió una puerta de dos hojas-. Estos son sus aposentos, milady.
Lucy, que estaba adentro del apartamento, corrió alborozada al encuentro de su ama y, tras hacer una rápida reverencia, exclamó:
– ¡Es un sitio adorable, milady! ¡Seremos tan felices aquí!
– Cuando no estemos en la corte, Lucy -aclaró Philippa riendo- estoy segura de que seremos muy felices en Brierewode. ¿Ya conoces a la señora Marian, el ama de llaves?
– Señora -dijo la doncella haciendo un gesto de cortesía.
– Lucy -replicó la mujer-, si tienes un momento libre y tu ama te autoriza, te presentaré al resto de la servidumbre. Peter, el lacayo del señor, es mi hermano y ya me ha contado que eres una muchacha de buena reputación.
– ¿Puedo ir, milady?
– Ve tranquila. Exploraré el lugar sola.
– Sé que querrán disfrutar de una buena comida -acotó el ama de llaves-, pero hoy preparamos una cena muy sencilla, no esperábamos al conde.
– Estamos muy cansados del viaje, Marian, y lo que más necesitamos es reponer nuestras fuerzas. Lo que haya de cenar hoy será más que suficiente. Mañana hablaremos de temas culinarios. Me interiorizarás sobre los gustos del conde y yo te contaré cuáles son mis platos preferidos.
– Muy bien, milady -asintió Marian y se retiró junto con Lucy. Con la ayuda del ama de llaves, sería fácil administrar la casa. Philippa se preguntó si su esposo la acompañaría siempre a la corte o si preferiría quedarse en Oxfordshire. Le gustaba Crispin St. Claire. Era ingenioso, inteligente y, por cierto, muy apasionado. No era tan apuesto, pero no le importaba. ¿A quién se parecerían sus hijos? Solo esperaba que al menos sus hijas heredaran la belleza de la madre.
Hijas. Hijos. ¿Cuántos hijos querría el conde? ¿Sería ella una mujer fértil? Su madre había parido ocho bebés, de los cuales siete habían sobrevivido. ¿Volvería a quedar embarazada? Conocía muy bien a Rosamund y sabía que la decisión dependía exclusivamente de ella y no de Logan Hepburn. ¿Pero cómo se tomaban esas decisiones? Lamentaba que Rosamund estuviera ausente en esos momentos tan cruciales de su vida. Decidió plantearle todas sus dudas en persona, cuando se reencontraran en otoño.
Se sentó en el sillón junto al fuego y se quedó dormida. Lucy la despertó para la cena. Philippa bostezó y se estiró para desperezarse.
– No creo que pueda cenar -dijo la nueva condesa de Witton.
– Yo también estoy muy cansada, milady. Permítame que le quite el vestido y le ponga un camisón limpio. ¡Ah! Esta es una casa muy linda y los sirvientes son muy amables. Me recuerdan a la gente de Friarsgate.
– Mañana a la mañana tomaré un buen baño -anunció.
– Sí, milady. Encontré la bañera antes de que usted llegara. Es grande y confortable. Ahora, siéntese. Traeré la jofaina.
Extenuada, Philippa se acostó. Trató de mantenerse despierta, pero los ojos se le cerraban obstinadamente. Al verla dormitando, Lucy colocó el lavamanos sobre el fuego y salió en puntas de pie. Cuando pasó por el salón, vio al conde y caminó hacia él.
– ¿Qué ocurre, Lucy?-preguntó Crispin.
– Con su permiso, milord. Quería avisarle que la señora cenará en la alcoba. La pobre apenas puede mantenerse despierta.
– Subiré en cuanto pueda.
Lucy bajó a la cocina y preparó una bandeja con una cazuela de guiso, pan, manteca y un jarro de sidra. Cuando entró en la alcoba de su ama, se encontró con el conde, que observaba a su esposa dormida. "¡Bendito sea! -pensó la doncella-, ¡Qué mirada más tierna!". Dejó la bandeja sobre la mesa y le golpeó suavemente el hombro de Philippa.
– Milady, la cena está servida. Se sentirá mucho mejor después de comer, ya lo verá. Su atento esposo está a su lado esperando que se despierte.
– Mmmh -murmuró Philippa y abrió los ojos-. ¡Crispin! El conde la miró y le sonrió.
– Tiene razón, pequeña. Come algo antes de volver a dormir. Lucy, trae la bandeja. La señora comerá en la cama. -El conde la ayudó a sentarse y colocó las almohadas en su espalda.
La doncella colocó la bandeja en el regazo de la joven esposa y se alejó a un rincón. Con ojos somnolientos, Philippa miró la comida y negó con la cabeza. El olor era delicioso, pero no tenía fuerzas para comer.
Crispin levantó la cuchara y comenzó a alimentarla. Abrió la boca, obediente, y tragó. El conde repitió los mismos movimientos hasta que el plato quedó vacío.
– Tengo un cansancio increíble.
– Tus tareas en la corte son agotadoras. Espero que cuando tengamos hijos ya no te resulte tan placentera esa forma de vida.
– No puedo abandonar mis obligaciones. Le debo lealtad a [a reina.
– Lucy, llévate la bandeja. Te llamaré cuando te necesite. -Una vez que la doncella se hubo retirado, continuó-: Has sido dama de honor durante cuatro años. Ahora eres una mujer casada y muy pronto otra muchacha ocupará tu lugar junto a la reina.
– Tenemos que acompañar a los reyes a Francia -le recordó Philippa.
– La reina sabe lo mucho que deseas ir a Francia y nos ha invitado para retribuir tu lealtad. Pero apenas termine el receso estival, deberás asumir tu rol de condesa de Witton. Deseo un heredero y es tu deber dármelo. Catalina conoce mejor que nadie las obligaciones de una esposa. Si le preguntaras, te diría lo mismo que yo.
– Prometiste que me dejarías permanecer en la corte.
– No. Dije que visitaríamos la corte. Si no estás encinta, iremos allí en Navidad y en mayo del año que viene. No me casé contigo porque fueras una dama de honor, pequeña.
– ¡No, claro que no! ¡Te casaste conmigo por las tierras de Melville!
– Es cierto, no voy a negar que la dote fue un factor importante. -Philippa lo fulminó con la mirada.
– ¡Lograrás que te odie!
– Espero que no, pequeña, porque me he habituado a tu compañía y me sentiría muy solo sin ti. ¿Es tan terrible renunciar a la corte?
– Siempre fue mi única ambición.
– Era el sueño de una niña, pero ahora eres una mujer, Philippa. ¿Acaso no aspirabas a casarte y tener hijos como otras jovencitas?
– Sí, quería casarme con Giles FitzHugh, pero me abandonó por la Iglesia.
– Entonces, lord Cambridge corrió a buscarte un marido y por uno de esos azares de la vida me encontró a mí. Dices que te gusta hacer el amor y, por cierto, lo has demostrado muy bien.
– ¿Acaso está mal? -se preocupó Philippa.
– No, está bien, y me alegra que disfrutes de los placeres del lecho conyugal. Pero uno de los propósitos del amor es tener hijos, y eso será imposible si pasas todo el tiempo en la corte y yo me quedo en Brierewode ocupándome de mis tierras, como corresponde.
– ¡Estás hablando como mi madre! -rezongó Philippa.
– Y tú estás hablando como una niña malcriada que no acepta asumir sus responsabilidades.
– Si eso es lo que piensas, ¿por qué no te quedas en casa mientras viajo a Francia con los reyes? Puedes administrar tus preciosas tierras perfectamente solo; no necesitas mi ayuda para eso.
– Ahora eres mi esposa y no irás sin mí.
– ¿Me estás prohibiendo ir a Francia?
El conde notó un brillo asesino en sus ojos.
– No, porque sé que ese viaje significa mucho para ti. Además, el encuentro entre el rey Enrique y el rey Francisco será un acontecimiento extraordinario que contaremos a nuestros hijos en el futuro. -Volvió a besar su pequeña mano-.Vamos, chiquilla, aplaca esa furia y hagamos las paces. Tenemos muchos años por delante y miles de oportunidades para pelear.