– ¡Oooh, Crispin! ¡Yo también te amo! -Y se arrojó en sus brazos.
– ¡Demonios! -gruñó Elizabeth Meredith poniendo los ojos en blanco.
El conde y su esposa se besaron y el resto de los presentes sonrieron felices. El problema se había resuelto.
– No vuelvas a maldecir, Bessie. Es una conducta indigna de una dama -dijo Rosamund a su hija menor-. Ahora propongo que todos nos reunamos junto al fuego, pues tengo algo que decirles -y agregó, dirigiéndose a Philippa-: Parece que seré abuela en la próxima primavera. Estás encinta, querida. ¿No te diste cuenta?
La joven se quedó helada. Estuvo a punto de abrir la boca, pero la mirada de advertencia de su madre la disuadió de hacerlo.
– Es lógico, es tu primer hijo y no sabes detectar los signos del embarazo como una mujer experimentada. Más tarde te explicaré todo en mi alcoba. Bien, mi querido yerno, ¿qué dice? Su esposa ha cumplido con su deber y tendrá un heredero.
– Señora, estoy feliz y sorprendido a la vez -respondió y luego dio un prolongado beso a su esposa-. Te dije que concebiríamos un niño aquella noche -murmuró con los labios pegados a su boca y Philippa se ruborizó.
– Ahora debemos hablar del tema de la herencia de Friarsgate. Philippa, por derecho te corresponden a ti y a tu marido. Ya que vas a tener un bebé, ¿no quieres aceptar tu legítima propiedad?
– Señora, tanto su hija como yo agradecemos su gran generosidad, pero no queremos ser dueños de Friarsgate -intervino el conde.
– Es cierto, mamá, debes entenderlo -dijo Philippa-. Lo siento mucho, pues sé cuánto amas tus tierras, pero ahora pertenezco a Brierewode.
– Podrías otorgárselas al próximo hijo -insistió Rosamund.
– No, si tengo otro hijo, irá a la corte. Comenzará su carrera como paje y quién sabe adónde podría llegar.
– ¿Está de acuerdo con ella, milord? -preguntó la suegra al yerno.
– Sí, señora. Philippa y yo hemos servido a Sus Majestades cada uno a su manera. Somos criaturas de la corte, y también lo serán nuestros hijos algún día. Cumbria y sus vastas tierras no son para nosotros. No tendríamos tiempo para administrarlas y están demasiado lejos de Londres.
Rosamund lanzó un profundo suspiro.
– ¿Entonces para qué me he sacrificado tanto? -dijo como si hablara para sí-. Le he dedicado mi vida entera. Cuando perdí al hijo de Owein Meredith y luego a su padre, centré todas mis esperanzas en ti, Philippa. Banon será dueña de Otterly y tampoco desea Friarsgate. ¿Qué voy a hacer ahora? Últimamente, paso la mayor parte del tiempo en Claven's Carn para criar a los pequeños Hepburn. ¿Qué haré? ¿Quién se ocupará de mis tierras ahora?
– Yo me ocuparé de tus tierras -respondió Elizabeth Meredith con voz potente, y todos la miraron perplejos. Era la hija menor de Owein Meredith, la niña revoltosa, la pequeña que corría descalza por los prados para atrapar a las ovejas. Pero, como descubrieron todos de repente, ya no era una niña, sino una jovencita que muy pronto se convertiría en mujer-. Amo cada pulgada de Friarsgate tanto como tú, y nunca tuve el deseo de ir a la corte ni de estar en otro lugar que no fuera este, mamá. Friarsgate es mi hogar, me pertenece. Yo debería ser su dueña. No puedes legárselo a los Hepburn, pues estas tierras son y serán siempre inglesas.
Rosamund no salía de su asombro. Por primera vez en mucho tiempo, miró a su hija menor y vio a Owein Meredith, el fiel servidor de los Tudor, el hombre que se enamoró de Friarsgate desde el momento en que puso sus ojos en él.
– Es cierto, Friarsgate debe seguir perteneciendo a Inglaterra -coincidió Logan Hepburn-. Además, mis hijos no sabrían qué hacer con tantas ovejas. La niña tiene razón, Rosamund.
– Sí, yo también estoy de acuerdo. Si Banon y Philippa no quieren Friarsgate, la única dueña legítima es Bessie y nadie más -dijo lord Cambridge y abrazó a la jovencita-. ¿Qué dices, Bessie? ¿Aceptas sinceramente ser la heredera de Friarsgate como lo fue tu madre?
La muchacha asintió y luego declaró:
– No me llamen Bessie. Ya no soy una niña. Soy Elizabeth Meredith, la futura dama de Friarsgate y a partir de este momento no volveré a responder al nombre de Bessie.
– ¡Entonces demos tres hurras por la heredera de Friarsgate! -exclamó Philippa con una sonrisa.
– ¡Hip hip, hurra! ¡Hip hip, hurra! ¡Hip hip, hurra! -gritaron todos a coro en el salón.
EPILOGO
La boda de Banon Meredith y Robert Neville se celebró un cálido día de finales de septiembre en Otterly.
Mientras Philippa ayudaba a vestirse a su hermana, tuvo dificultades para anudar las cintas de satén celeste.
– ¿Ya has engordado? -bromeó.
Banon giró la cabeza y sonrió a su hermana mayor.
– Estoy embarazada -replicó con orgullo.
– ¡No puede ser! ¡Aún no te has casado! -gritó Philippa
– Estaré casada dentro de una hora -rió-. Fue un verano maravilloso. Rob y yo nos divertimos como locos y el tío Thomas, Dios lo bendiga, tuvo la gentileza de mirar para otro lado.
– ¿Y si Robert te hubiera abandonado?
– Él me ama y su familia está muy contenta de tener una nuera rica y con posibilidades de volverse aun más rica en el futuro. Nadie se va a escandalizar porque nazca un bebé a principios de primavera. Solo ruego que sea un varón, por Otterly y por el tío Tom. Creo que nadie se alegraría tanto como él si yo tuviera un niñito.
– ¡Eres una descocada, hermanita! Espero que moderes tus impulsos a partir de ahora. Serás la comidilla de todo el mundo.
– Ay, Philippa, deja ya de comportarte como una perfecta dama de la corte -replicó Banon y besó la mejilla de su hermana-. Si mi hijo o hija se enamora de la vida palaciega como tú, te pediré que lo presentes a la más rancia aristocracia.
Philippa sonrió y luego se puso melancólica.
– No puedo creer que las dos estemos casadas y embarazadas. Hemos dejado de ser niñas.
– Todavía queda Bessie o, mejor dicho, Elizabeth Meredith, la heredera de Friarsgate.
– ¿Quién hubiera imaginado este desenlace? Yo, condesa de Witton; tú, heredera de Otterly, y Bessie, dueña de Friarsgate. Esa niña es una criatura salvaje. Tú vives más cerca de ella que yo, de modo que tendrás que enseñarle buenos modales, o jamás conseguirá un marido aceptable y menos que menos un noble caballero. Mamá no querrá que Friarsgate caiga en manos del hombre equivocado.
– ¡Se ve que conoces muy poco a Be…, digo, a Elizabeth! Jamás permitirá que un hombre le diga cómo debe administrar Friarsgate. Preferiría morir soltera y virgen. Y sus modales son de lo más correctos, lo que pasa es que no le gusta desplegarlos todo el tiempo. Además, le encanta hacerte enojar, pues considera que eres demasiado pomposa para una niña criada en Cumbria. Obsérvala hoy mismo y la verás comportarse como toda una damisela. Ahora, termina de ajustar los lazos del vestido. No quiero hacer esperar a mi Robert en el altar. ¿Cuándo nacerá tu hijo?
– A mediados de marzo, según mamá. Crispin dice que, cuando regresemos a Brierewode, me quedaré en casa.
– El mío nacerá a fines de marzo o principios de abril. ¿Te quedarás en Brierewode? ¿No irás a la corte para Navidad? -Le acarició el cabello color caoba y luego colocó una corona de margaritas sobre su cabeza.
– Regresaré al palacio algún día, pero no ahora. La idea de pasar el otoño y el invierno con Crispin me hace muy feliz.
– Lo amas mucho.
– Sí -admitió Philippa con una sonrisa radiante-. ¿Estás lista? ¿Puedo llamar al tío Thomas?
– Estoy lista.
Lord Cambridge entró en la alcoba, tomó a su sobrina del brazo y la condujo con orgullo desde la casa hasta la pequeña iglesia de la aldea de Otterburn. A cada lado del camino, los aldeanos saludaban y vitoreaban a la novia mientras avanzaba hacia la capilla donde se uniría en sagrado matrimonio con Robert Neville. Después de la boda, durante la fiesta, el señor de Claven's Carn y Rosamund bailaron una sensual danza escocesa. Philippa percibió el intenso amor que se profesaban mutuamente y se preguntó si, pese a las intenciones de su madre, no nacería otro Hepburn.