Las sombras bailotearon y giraron locamente sobre las piedras del balcón.
—… y… Un momento… ¿Qué es esto? Son los dioses primigenios, no hay otra palabra con la que definirlos, y… ¡Están cooperando contra los recién llegados! Pero Sessifet es una joven llena de recursos y está aguantando, está explotando las debilidades de la defensa y… ¡Ha logrado pasar! Y se aleja, se está alejando, Gil y Ascorabajo parecen estar luchando, Sessifet tiene todo el cielo libre y, sí, sí… ¡Sí! ¡Mediodía! ¡Ha sido mediodía! ¡Ha sido mediodiiiiiiiiiiiía!
Silencio. El sacerdote se dio cuenta de que todos los presentes le estaban mirando fijamente.
—¿Por qué estás gritando? ¿Y qué haces con ese embudo delante de la boca?
—Lo siento. Disculpad. No… no sé qué me ha pasado, no lo entiendo…
La sacerdotisa de Sarduk, Diosa de la Caverna, le lanzó una mirada desdeñosa y soltó un bufido.
—Suponed que se les cae —dijo secamente.
—Pero… Pero… —El sacerdote de Cephut tragó saliva—. Eso no es posible, ¿verdad? Realmente… No es posible, ¿eh? Debemos de haber comido algo que nos ha sentado mal, o quizá hayamos estado demasiado rato al sol con la cabeza descubierta, o algo parecido. Yo… Quiero decir que… Todo el mundo sabe que los dioses no… Oh, vamos, el sol es una bola inmensa de gases llameantes, ¿no?, y se mueve alrededor del mundo cada día y, y, y los dioses… Bueno, ya sabéis que la gente necesita creer en algo y no querría que me malinterpretarais, pero…
Los pérfidos pensamientos que zumbaban dentro de su cabeza no impidieron que Koomi reaccionara una fracción de segundo antes que sus colegas.
—¡A por él, chicos! —gritó.
Cuatro sacerdotes agarraron al infortunado adorador de la cubertería por los brazos y las piernas, le acarrearon a toda velocidad hasta la barandilla del balcón y le impulsaron por encima de ésta enviándole en un arco muy elegante que terminó con un aparatoso chapoteo en las aguas fangosas del Djel.
El sacerdote de Cephut emergió unos instantes después tosiendo y escupiendo agua.
—¿Por qué habéis hecho eso? —preguntó—. Vamos, todos sabéis que tengo razón, ¿no? Ninguno de vosotros…
Las aguas del Djel se movieron perezosamente y abrieron una mandíbula. El sacerdote de Cephut se desvaneció un segundo antes de que la inmensa silueta alada de Ascorabajo zumbara amenazadoramente sobre el palacio y lo dejara atrás poniendo rumbo hacia las montañas.
Koomi se limpió la frente.
—Ha faltado un pelo… —murmuró.
Sus colegas asintieron mientras contemplaban desvanecerse las ondulaciones del agua. El cambio se había producido de una forma muy repentina, pero estaba claro que Djelibeibi ya no era un buen lugar para quienes tenían dudas. Las dudas podían hacer que tuvieras graves problemas con tus miembros, el descuartizamiento incluido entre ellos.
—Esto… —dijo un sacerdote—. Puede que Cephut no se lo tome muy bien, ¿no os parece?
—Te saludamos y te reverenciamos, oh gran Cephut —gritaron a coro todos los sacerdotes, sólo por si acaso.
—No veo por qué —gruñó un sacerdote ya muy mayor que estaba pegado a una columna—. Ese condenado artista del cuchillo y el tenedor nunca ha…
Sus colegas le agarraron sin darle tiempo a que terminara de refunfuñar y le arrojaron al río.
—Te saludamos y te reve…
El coro de sacerdotes enmudeció a mitad del saludo ritual.
—¿De quién era gran sacerdote? —preguntó uno de ellos.
—¿No era…? ¿Bunu, el Dios con Cabeza de Chivo de los Chivos? Era ése, ¿no?
—Te saludamos y te reverenciamos, oh gran Bunu… probablemente —entonaron a coro mientras los cocodrilos sagrados se lanzaban hacia su nuevo objetivo como una flotilla de submarinos escamosos.
Koomi alzó las manos en un gesto implorante. Se ha dicho que cada momento hace aparecer al hombre más adecuado para la situación. Koomi es la clase de hombre que aparece en las horas más desagradables y tortuosas, y el cerebro que había debajo de su calva estaba empezando a desplegar ciertas conclusiones que se movían como cosas que hubieran pasado años atrapadas debajo de las piedras. Koomi aún no estaba muy seguro de qué eran, pero los temas predominantes eran los dioses, la nueva era que se aproximaba, la necesidad de que una mano firme empuñara el timón y, posiblemente, la inserción de Dios en el estómago del cocodrilo más próximo. La mera idea bastó para que se sintiera invadido por el deleite incontenible de lo prohibido.
—¡Hermanos! —exclamó.
—Disculpa, pero… —dijo la sacerdotisa de Sarduk.
—¡Y hermana!
—Muchísimas gracias.
—¡Regocijémonos!
Nadie abrió la boca. El enfoque era tan radical y nuevo que se les había pasado totalmente por alto. Koomi contempló los rostros vueltos hacia él, y sintió una excitación tan intensa que jamás la habría imaginado posible. Sus colegas estaban aterrorizados, y esperaban que él —¡nada menos que él, Koomi!— les dijera lo que tenían que hacer.
—¡Cierto es! —exclamó—. Cierto y verdadero es que la hora de los dioses…
—… y las diosas…
—Sí, y de las diosas, está a punto de sonar. Eh…
¿Qué diría a continuación? Ése era el problema. ¿Qué podía decirles? Y de repente Koomi comprendió que no importaba. Podía decir cualquier cosa siempre que diera la impresión de estar lo bastante seguro de sí mismo. El viejo Dios siempre les había empujado, pero nunca había intentado ponerse al frente de ellos y dirigirles. Sin él los sacerdotes iban dando tumbos de un lado a otro como un rebaño de ovejas que han perdido al pastor.
—Así pues, hermanos… y hermana, naturalmente… hemos de preguntarnos… hemos de preguntarnos… eh… sí… —Ya lo tenía. La nueva confianza en sí mismo que le invadió hizo que su voz perdiera el tono vacilante del comienzo—. Sí, hemos de preguntarnos cuál es la razón de que los dioses y las diosas estén entre nosotros. Y no me cabe duda de que si están aquí es porque no hemos sido lo bastante asiduos y devotos en nuestra adoración y porque… eh… nos hemos dejado dominar por la concupiscencia y nos hemos prosternado ante ídolos litografiados.
Los sacerdotes intercambiaron miradas entre perplejas y preocupadas. ¿Eso habían hecho? Y, pensándolo bien, ¿cómo te las arreglabas para hacer algo así?
—Y… Sí, ¿y qué pasa con los sacrificios? Hubo un tiempo en el que un sacrificio era un sacrificio, no esas tonterías con gallinas y flores de ahora.
La última frase provocó unas cuantas toses entre la audiencia sacerdotal.
—Perdona, pero… ¿Estamos hablando de doncellas? —preguntó un sacerdote con voz vacilante.
—Ejem…
—Y también de jóvenes faltos de experiencia, evidentemente —se apresuró a añadir el sacerdote que había hecho la pregunta.
Sarduk era una de las diosas más antiguas, y sus adoradoras se reunían en bosquecillos sagrados donde hacían cosas francamente desagradables. La mera idea de Sarduk vagabundeando por el país con sangre hasta los codos bastaba para erizar los pelos de cualquiera.
El corazón de Koomi estaba latiendo a toda velocidad.
—Bueno, ¿por qué no? —replicó—. Por aquel entonces todo iba mejor, ¿no?
—Pero… eh… Yo creía que habíamos decidido prescindir de esa clase de ceremonias. Debido al declive de la población y todo lo demás, ya sabes…
Las aguas del río temblaron agitadas por un monstruoso chapoteo. Khal-la, el Dios con Cabeza de Serpiente del Alto Djel, emergió a la superficie y contempló a los sacerdotes con expresión tan solemne como inescrutable. Fhez, el Dios con Cabeza de Cocodrilo del Bajo Djel, emergió a su lado un instante después y trató de arrancarle la cabeza con un enérgico mordisco que estuvo a punto de conseguir su objetivo. Las dos divinidades se sumergieron envueltas en una columna de espuma y una marejada de fuerza tres que se esparció sobre el balcón.