Chuck se enderezó.
– ¿Qué pasa?
– Nada -respondió ella con honestidad, casi contenta-. Absolutamente nada.
– Te he dicho que quiero vivir contigo -dijo Chuck-. Estabas esperándome, ¿no?
– Parece ser que no -lo informó Willow, haciendo un esfuerzo por no sonreír. Se sentía libre y en paz consigo misma.
– Pero…
Willow retrocedió unos pasos.
– Chuck, estoy contenta de que hayas encontrado lo que querías y me alegro de haberte ayudado. Pero no me necesitas. Será mejor que encuentres a otra mujer a la que realmente ames y con la que quieras formar una familia. Una mujer que te haga feliz.
– Yo te quiero a ti -insistió él.
– No lo creo. La cuestión es que yo siempre te ayudaba. Pero ya no me dedico a eso, no necesito hacerlo. Te irá bien.
Chuck parecía más confuso que disgustado.
– He vuelto para llevarte conmigo.
– Te lo agradezco, pero no.
– Estabas enamorada de mí.
– Ya no -quizá nunca lo hubiera estado. Quizá hubiera sido una fantasía.
Willow miró el reloj de la pared y añadió:
– Bueno, tengo cosas que hacer. Tengo que salir.
Chuck la agarró de un brazo.
– ¿Se trata de otro hombre?
«Ojala», pensó Willow, consciente de que se había curado de desear a hombres que no la deseaban.
– No. Se trata de un gato. Estoy cuidando del gato de un amigo.
– Si es por el dinero, te lo devolveré -dijo él.
Sí, cuando los elefantes volaran.
– Estupendo.
Willow le quitó la mano de su brazo y, con cuidado, lo empujó hacia la puerta, al tiempo que, en el camino, agarraba su bolso y las llaves.
– Gracias por pasarte por aquí. Me alegra haberte visto, Chuck. Te deseo lo mejor del mundo.
Una vez que estuvieron fuera, Willow cerró la puerta con llave y se dirigió a su coche.
– Adiós y buena suerte -le dijo a modo de despedida.
Él no le respondió. Willow puso en marcha el vehículo y se marchó. Después de dar varias vueltas por el barrio, cuando estaba segura de que Chuck se había ido, regresó a su casa.
Entró en su piso y recogió unas velas y más pastas que había hecho. Quería darle una sorpresa a Kane. Quería hacerle un recibimiento en toda regla.
Fue a casa de Kane y entró. Jazmín maulló a modo de saludo. Willow se agachó junto a la gata y la acarició. Dos de las crías habían abierto ya los ojos.
– Hola, pequeños -dijo ella con voz queda-. Estáis ya muy mayores. Sí, sí que lo estáis. ¿Sabéis quién viene esta tarde? Kane. ¿Estáis contentos de que venga? Yo sí.
Después de dar de comer a Jazmín y de limpiar el cajón de arena, Willow salió, fue a su coche y sacó las bolsas. Estaba a punto de entrar otra vez cuando oyó un ruido extraño.
Chuck, en su moto, llegó hasta la casa y se detuvo. Se quitó el casco y caminó hacia ella.
– Se trata de un hombre -dijo él-. Me has mentido.
– Yo no te he mentido. Te he dicho que estaba cuidando de un gato. ¿Quieres verlo?
Chuck le quitó una de las bolsas y miró el contenido.
– Velas y pastas. Te conozco, Willow. Se trata de otro hombre.
– ¿Y qué? ¿Por qué te sorprende? Es mi vida Chuck. Tú has estado meses ausente y no ha sido la primera vez que te has marchado. ¿Creías que iba a estar esperándote?
La expresión de perplejidad de él le indicó que la respuesta era afirmativa. Qué estupidez.
– Antes siempre me habías esperado.
– Ya no. Mi vida ha cambiado.
– ¿Quién es ese tipo?
– Somos amigos solamente.
– No te creo -Chuck dejó la bolsa en el suelo y se acercó más a ella-. ¿Quién es?
Willow nunca había visto a Chuck tan enfadado. Y cuando lo vio alzar una mano, por un segundo creyó que iba a pegarle.
Kane rodeó con el coche la curva del camino y, delante de su casa, vio a Willow y a un tipo que no conocía. Le llevó menos de dos segundos reconocer el miedo en el lenguaje corporal de Willow y una amenaza en la forma en que aquel hombre alzaba la mano.
Aparcó y salió del coche.
– ¿Es éste? -le preguntó aquel intruso a Willow mientras él se acercaba-. ¿Es por él por lo que no quieres volver conmigo?
– No quiero estar contigo porque no quiero -respondió ella con firmeza-. No quiero tener una relación contigo, Chuck. Márchate.
Chuck se echó a reír.
– Ni lo sueñes.
Willow miró a Kane.
– Perdona, Kane. Este es Chuck. Éramos amigos.
Chuck la miró furioso y luego lanzó una maldición. Chuck asintió, se subió a su moto y se marchó a toda prisa.
Kane se volvió hacia Willow, que lo miraba con intensidad.
– Desde luego, si algo no eres es aburrida.
Willow sonrió.
– Bienvenido a casa.
Capítulo 7
Kane entró en la casa primero. Willow lo siguió y cerró la puerta.
– No sé qué le ha pasado, jamás había sido posesivo -comentó Willow, confusa por el comportamiento de Chuck y aliviada de que Kane hubiera llegado cuando lo había hecho-. Era muy débil de carácter e introvertido. Jamás había mostrado interés en mí. Y otra cosa, yo no lo he traído aquí. Estaba esperándome a la puerta de mi casa. Charlamos, le dije que todo había acabado entre nosotros y se fue. Creo que me ha seguido hasta aquí. Es muy raro.
– No es raro -dijo Kane mirándola-. Antes, siempre estabas disponible. Esta vez no lo estabas. Eso le había hecho desearte más.
– Qué retorcido -murmuró ella; de repente, notó lo guapo que estaba Kane.
Kane llevaba un traje que enfatizaba la anchura de sus hombros. Si hubiera sido él quien la hubiera invitado a irse a vivir a Tucson no habría vacilado ni medio segundo.
– Es típico. Siempre queremos lo que no podemos tener -dijo Kane.
Willow consideró esas palabras y luego sacudió la cabeza. No, a ella le gustaría Kane aún más si él le rogara que se quedara con él. Aunque Kane jamás haría una cosa así.
– En cualquier caso, no le va a quedar más remedio que conformarse -dijo Willow con firmeza-. Estoy harta de ayudar a los hombres. Ya no necesito ayudar a nadie para tener confianza en mí misma.
Kane arqueó las cejas.
– ¿Has leído eso en alguna revista?
– No.
Willow sonrió traviesamente, le agarró una mano y tiró de él hasta la ventana. Después, le dijo:
– Mira. Flores. Bonitas.
– Te estás burlando de mí.
– Sólo un poco. Está bien, estos tiestos tienen hierbas. Albahaca y romero, y se las reconoce por el olor y por sus usos culinarios. Y estos otros dos tiestos tienen flores, son rosales pequeños, de pitiminí; muy fáciles de cuidar.
– Bueno.
Willow esperó a que dijera algo más. Sabía que a Kane las plantas no le volvían loco, pero… ¿aceptaría el regalo?
– ¿Qué? -preguntó él.
– Podrías fingir interés.
– ¿Me creerías?
– Lo intentaría.
Kane suspiró.
– Son preciosas. Gracias.
– De nada.
Willow, aún agarrándole la mano, tiró de él otra vez.
– Ven a ver a los gatos. Dos de las crías han abrieron los ojos.
Kane le permitió llevarlo al otro lado del cuarto de estar. Jazmín maulló cuando lo vio; se levantó, se estiró y saltó de la caja.
Kane se agachó y acarició al animal.
– ¿Qué tal el viaje? -le preguntó ella cuando Kane se enderezó.
– Bien.
– ¿Café?
– Bueno -respondió él tras titubear unos momentos.
Una vez en la cocina, Willow echó el agua en la cafetera y sacó el paquete de café de la nevera.
– Me he portado muy bien durante tu ausencia -declaró ella-. No he cotilleado. Ni he mirado los cajones, ni los armarios ni nada.
– En ese caso, ¿cómo sabías dónde tenía el café?
Willow sonrió.
– Te vi sacarlo de la nevera cuando estaba aquí. De hecho, no me he portado bien, me he portado excelentemente.