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Era casi medianoche cuando, por fin, Kane se acostó. Estaba acostado y, sin embargo, no podía cerrar los ojos. El silencio era ensordecedor.

Por fin, se levantó, fue a por la camisa que ella había usado, y se la metió en la cama, a su lado. Una estupidez, pensó. No, no sólo era estúpido, era penoso.

Reconoció que la echaba de menos. Él, que siempre se había enorgullecido de no echar de menos a nadie, anhelaba su presencia más de lo que podía expresar con palabras.

Capítulo 12

Kane agarró las llaves y el portafolios y se dirigió a la puerta. Pero antes de abrir, alguien llamó. Era Todd.

– Menos mal que te he pillado en casa -dijo su jefe-. El coche está dándome la lata otra vez. ¿Podrías llevarme a la oficina? El mecánico va a venir a recogerlo luego y me dejará uno prestado mientras me arregla el mío.

– No hay problema -contestó Kane-. Ya salía.

– Estupendo. No he visto el coche de Willow, ¿se ha ido ya al trabajo?

– Se ha marchado. Hemos roto.

Todd arqueó las cejas.

– No lo sabía. Creía que os estaba yendo bien.

Kane abrió el coche con el control remoto y luego, tiró su portafolios en el asiento trasero.

– Está bien, no voy a preguntar qué ha pasado -dijo Todd acomodándose en el asiento contiguo al del conductor-. Yo mismo no hago más que evitar a las mujeres últimamente. Ruth ha estado dándome la lata y, al final, no me ha quedado más remedio que acceder a conocer a Marina. ¿En qué estaría pensando yo?

Kane no contestó y no quería hablar de Marina. Le recordaba a Willow y pensar en Willow le hacía sufrir lo imposible.

Willow lo había cambiado, pensó Kane. El silencio y la soledad siempre habían sido su refugio, pero ahora no lo soportaba. Sentía frío y vacío a su alrededor.

– ¿Qué le pasa al coche? -preguntó Kane a modo de distracción. Estaba dispuesto a hablar de cualquier cosa menos de las hermanas Nelson.

– No lo sé. Lo único que sé es que el motor no se pone en marcha. Es raro, ya que sólo tiene unos meses.

– ¿No hace ningún ruido cuando le das a la llave? -preguntó Kane.

– Sí, hace ruido. Un par de veces se ha puesto en marcha y luego ha parado.

– No has enfadado a nadie últimamente, ¿verdad?

Todd lo miró fijamente.

– ¿Crees que alguien le ha hecho algo a mi coche?

– No lo sé. ¿Tienes el número del mecánico aquí? -preguntó Kane.

– Sí.

– Llámalo y dile que no se moleste en venir, que tú mismo lo llevarás al taller luego. Voy a llamar a un tipo que conozco para que venga a echarle un ojo primero. Por si acaso.

Todd lanzó una maldición.

– No me gusta lo que estás diciendo.

De repente, un coche grande y a mucha velocidad los embistió desde un lateral, obligándolos a meterse rápidamente en otro carril de gran tráfico. El coche de Kane patinó, pero él mantuvo el control. A pesar de haber evitado el accidente, buscó al atacante con la mirada mientras se sacaba la pistola de la cartuchera.

Lo vio. Era un coche plateado de importación. Volvía a dirigirse hacia ellos. El sol le daba de cara y no podía ver al conductor.

– Agárrate bien -le dijo Kane a Todd antes de pisar el freno con brusquedad.

El coche plateado los adelantó como un rayo. Kane apuntó con la pistola, pero no apretó el gatillo. Sintió algo, quizá intuición, que lo informó de que Willow no podía matarlo a él ni a nadie.

Lanzó un juramento, apuntó con la pistola otra vez y, de repente, vio al coche estrellarse contra un poste.

Kane detuvo el coche en la cuneta y llamó a la policía. Ya había salido de su coche y se estaba acercando al accidentado cuando la operadora contestó la llamada. Dio la dirección del accidente y describió lo ocurrido mientras se preguntaba qué otras cosas había cambiado Willow en él y cómo iba a volver a ser el que era antes de conocerla.

Kane acabó con la policía algo antes de las diez y media aquella mañana. Su coche había sufrido daños, pero aún se podía conducir. Estaba a punto de subirse en él cuando uno de los paramédicos se le acercó.

– ¿Necesita que lo examinemos? -le preguntó el paramédico.

– No, estoy bien. Llevaba abrochado el cinturón de seguridad.

– Igual que el chico. De lo contrario, estaría muerto.

Kane clavó los ojos en coche, siniestro total.

– La policía ha dicho que era un adolescente y que había perdido el conocimiento.

El paramédico asintió.

– Tiene diecisiete años. Según su madre, es diabético. Al parecer, no se había puesto la inyección esta mañana y le ha dado un ataque. Cuando lo embistió a usted, estaba fuera de sí; dudo que supiera que estaba conduciendo. Usted ha llevado la situación muy bien. Si se hubiera vuelto a chocar con usted, no creo que hubiese sobrevivido.

El paramédico se marchó.

Kane, al lado de su coche, tomó aire. Un chico de diecisiete años. ¿Y si le hubiera disparado? Dadas las circunstancias, no lo hubieran culpado de asesinato. Su arma tenía licencia y él era un profesional; sin embargo, eso no habría sido ningún consuelo para la familia del muchacho. Ni para él mismo.

Seis meses atrás, habría disparado sin pensarlo dos veces. Ahora, no había sido capaz. Y sabía por qué.

Esa noche, Kane se emborrachó solo en su casa. Se lo merecía. Quizá, con el suficiente alcohol en su cuerpo, podría olvidar lo ocurrido aquella mañana.

Quizá también pudiera olvidar a Willow y lo mucho que la echaba de menos. Quizá. Pero lo dudaba.

Willow miró a su jefa.

– Beverly, sólo llevo trabajando aquí un mes.

– Lo sé -respondió Beverly con una sonrisa-. Deberías asentir y darme las gracias.

– Gracias -dijo Willow con sinceridad. Acababa de recibir una buena subida de sueldo.

– Eres todo un hallazgo -le dijo Beverly-. Se te dan bien las plantas y tratar con los clientes, y eso no es fácil. Con tu ayuda, puedo ampliar el negocio. Eres organizada y creativa, y muy fácil de tratar. No quiero que me dejes.

Willow estaba encantada.

– No quiero irme -admitió ella-. Me encanta trabajar aquí. Gracias por la subida de sueldo.

– De nada.

– Bueno, voy a volver con las exóticas.

– Estupendo. Sigue con lo que estabas haciendo, están preciosas.

Willow se despidió y se dirigió a la parte posterior del invernadero. Se sentía bien, muy bien… de no ser por el gigantesco hueco que ocupaba el lugar que había ocupado su corazón.

Una hora más tarde, tenía los brazos enterrados hasta los codos en la tierra.

– Hola, Willow.

Se volvió y vio al alto, guapo y bien vestido hombre que estaba de pie a su lado. Cabellos oscuros, ojos oscuros y parecido al prometido de Julie, Ryan.

– A ver si lo adivino. Eres el infame Todd Aston III.

– Por fin nos conocemos. Tengo entendido que querías decirme unas cuantas cosas.

– ¿Para eso has venido?

– No, pero te escucharé si eso te hace sentirte mejor.

– No -en el pasado, habría sido otra cosa; pero ahora tenía otras preocupaciones-. Julie y Ryan se van a casar, eso es lo único que me importa.

– A mí también.

Willow se lo quedó mirando.

– No te sorprendas tanto -le dijo él-. Ryan y yo somos amigos de toda la vida. Lo quiero mucho. Si lo que le hace feliz es Julie, a mí también.

Todd cambió de postura y añadió:

– ¿Cómo estás? Tengo entendido que habéis roto.

¿Era ésa la razón de la inesperada visita? ¿Quería Kane información? Lo dudaba.

– No me va mal.

– A Kane sí. Está realmente mal.

El primer impulso de Willow fue irse a buscar a Kane e intentar ayudarlo. Pero él le había dejado muy claro que no la quería a su lado.